Pablo Iglesias: «O que máis me impactou foi África, a xente é extraordinaria, parecía a Arousa»

Bea Costa
Bea Costa REDACCIÓN / LA VOZ

A ILLA DE AROUSA

MARTINA MISER

Después de navegar por todo el mundo, enseñó a los chavales a manejar una dorna

18 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Nuestro protagonista conoce todas las caras del mar. Navegó en barcos de hasta doscientos metros de eslora y sabe del placer de surcar las aguas de las rías en dorna. Es un auténtico lobo de mar que a sus 60 años, ya retirado, tiene historias como para escribir un libro. «Pero para escribir hai que ter talento e eu só teño talento para narrar», dice. El tiempo pasa rápido y a gusto cuando Pablo Iglesias desgrana sus años a bordo; de cuando pasaba semanas haciendo millas como para dar la vuelta al mundo o de cuando enseñaba a los chavales de A Illa a abarloar la lancha xeiteira. Habla con pasión porque el mar y todo lo que está relacionado con él le apasiona. «O mar hai que vivilo para querelo, entendelo e respectalo», y él lo ha vivido.

Empezó a navegar muy joven. Con 14 años siguió la estela de su padre y dejó su isla, A Illa de Arousa, para trabajar en Alemania. Se estrenó con un viaje desde Hamburgo a Lisboa, que no olvidará nunca porque se pasó los seis días vomitando y sin probar bocado. Cuando llegó a tierra, mató el hambre con seis chuletas y sus correspondientes patatas fritas, recuerda, y pronto aprendió que ese mal solo se cura a golpe de mareos, hasta que el cuerpo se acaba acostumbrando al ritmo que marcan las olas.

A aquel viaje seguirían muchos más, durante 26 años, surcando los océanos del planeta y arribando a puertos de infinidad de países en los llamados «barcos románticos», por aquello de los amores en cada puerto, explica. Pablo Iglesias navegó por los Grandes Lagos hasta Canadá, saludó a la estatua de la Libertad en Nueva York, vio días sin noche en el norte de Noruega y descubrió las aguas cristalinas del sudeste asiático. Pero si hay que elegir se queda con África. «A xente é extraordinaria, parecía a Arousa». Desde luego, algunos países pueden resultar peligrosos, matiza, y, de hecho, algunas mañanas en cubierta se encontraba restos de sangre, pero él nunca sufrió ningún daño. Será porque, como le decía su abuelo, Pablo sabe empatizar con los demás, incluso en idioma suajili, en la negrura de la noche y rodeado de ruidos extraños. «Logo dixéronme que eran animais salvaxes, a saber o que había por alí».

En un cuarto de siglo por los mares del mundo pensó que lo había visto todo, pero le faltaba la pesca de altura. Cuando a los 40 años emprendió el viaje de regreso a A Illa se enroló durante unos meses en barcos que trabajaban en Terranova y en las Malvinas, una experiencia que recuerda como terrible por las penosas condiciones de trabajo y de vida de la tripulación. «Había un abismo, era unha escravitude, custoume moito adaptarme». De modo que enseguida volvió a los tiempos de su niñez, pescando congrios, chopos y almejas en la ría, y no tardaría en retirarse definitivamente por sus problemas de espalda.

Lo mejor estaba por llegar. En el año 2000 se embarcó en otra aventura, la de la Escola de Vela de A Illa y la organización de los Encontros de Embarcacións Tradicionais del 2003. Recuerda aquellos años con orgullo por lo conseguido en favor de la cultura marítima, «porque fomos quen de facer unha ponte entre o pasado e o futuro»; y con nostalgia, porque A Illa de Arousa, siendo el puerto de referencia para la navegación tradicional en la comunidad gallega, no lograra posicionarse en el mapa internacional, codeándose con plazas como Brest y Douarnenez.

Disfrutó como nunca impartiendo charlas en los colegios sobre el naufragio del Santa Isabel y enseñando a los chicos a aproar dornas como las que utilizaban sus abuelos para pescar. Ahora disfruta saliendo a navegar con su familia y sus amigos en ese velero que alquila en temporada baja -que es más asequible- para perderse por las rías o en ese pequeño bote salvavidas que recuperó del olvido.

Quién dijo miedo. «O medo no mar hai que telo a un mesmo, o mar é una forza da natureza, o que falta é sensatez». A él, la receta le ha funcionado.

«O mar non é ir de paseo. Hai que vivilo para querelo, entendelo e respectalo»

«A pesca de altura era unha escravitude, había un abismo coa Marina Mercante»