Susana Ferradás y Gerardo Rodríguez unen el arte y las cosas de comer en A Despensa

Serxio González Souto
Serxio González VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

La pintura y el grabado colonizan la alimenticia panadería de Vilagarcía en una exposición con el mar como telón de fondo

14 ago 2024 . Actualizado a las 20:13 h.

Tal vez con las cosas de comer no se juegue, como bramaba tu abuela mientras hacía volar una de sus zapatillas con puntería implacable de gaviota con cruasán a la vista. Claro que, al mismo tiempo, no solo de pan vive el hombre. De hacer caso al refranero, lo que Susana Ferradás y Gerardo Rodríguez proponen desde la panadería A Despensa, en Vilagarcía, contiene los elementos imprescindibles para alimentar confortablemente el cuerpo y el espíritu. El arte ha sido capaz de habitar prácticamente cualquier espacio. ¿Por qué no el lugar en el que se cocina la satisfacción de nuestro apetito?

La exposición se desarrolla en una doble dimensión, con el mar como nexo. Susana, profesora y licenciada en Bellas Artes, despliega su homenaje estético a las mujeres mariñas. En sus redeiras y mariscadoras aflora la antigua tradición del grabado, técnica que, por alguna razón, resulta particularmente fructífera a la hora de plasmar el fondo etnográfico de las gentes del fin del mundo, al que añade un guiño didáctico. Los zarpazos de color, en trazos siempre breves, insinúan una explosión cromática que no llega a materializarse y, allí donde están presentes, remiten a algo más allá de la obra.

MONICA IRAGO

La relación con el mar de la otra columna de esta exposición es rotundamente matérica. Gerardo Rodríguez, Gerardelos o simplemente Chere presenta en la panadería de las hermanas Arines una colección de tablas arrancadas a las olas. El material curtido que el océano regurgita a la orilla conserva las vetas de la madera anquilosada, como líneas de un pentagrama que nuestro hombre aprovecha para recrear horizontes y oleaje, en un juego de partituras de ida y vuelta cuyas notas son los personajes que las habitan. Lúdicos bañistas, surfeiros armados de sus tablas —más juegos— de colores, pequeñas ventanas a una playa eterna desde las que un exquisito voyeur extiende su mirada mientras los aromas que desprenden los hornos de A Despensa movilizan fluidos indispensables. No hay penas con pan.