Historia de los hoteles de Vilagarcía

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

AROUSA

Martina Miser

Hace 40 años los turistas comían bien, pero dormían mal

12 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En el restaurante del hostal Carballinés probé por primera vez la ternera gallega. No era un entrecot de vaca madurada 40 días, nada de moderneces, se trataba simplemente de un bistec frito en sartén y acompañado de unas patatas fritas en su punto. Pero no lo he olvidado. No sé si por ser mi primer filete de ternera gallega o porque estaba entusiasmado ante mi primera visita a la que iba a ser mi ciudad para siempre. Lo cierto es que el filete de ternera del Carballinés se convirtió en una experiencia gastronómica iniciática, pero también en uno de los últimos bistecs que servía ese hospedaje tradicional de Vilagarcía, que echó el cierre al poco de servirme aquella sencilla y exquisita comida.

El hostal Carballinés estaba en la calle Castelao esquina con Alejandro Cerecedo, más o menos donde ahora abre la cafetería Nata. Era una de las pocas alternativas que había en Vilagarcía para dormir a principios de los 80. El filete lo comí en septiembre del 81 y, al poco, ya no existía el Carballinés. No resultaba fácil hospedarse en aquella Perla de Arosa (sin la u) en la que no había hoteles de calidad, hasta el punto de que, tras casarme 15 días después del descubrimiento de la ternera gallega, nos hospedamos en otro hostal, que había reservado por parecerme de más categoría y prestaciones que el Carballinés. Se llamaba Cortegada, estaba en Valentín Viqueira, entre el Stocolmo 2.0 y El Trastero, y aún se puede ver en la puerta una inscripción grabada con ese nombre: Cortegada.

La realidad fue que aquel hostal de lujo no tenía baño en la habitación y mi mujer debió de pensar que si de luna de miel íbamos a un hospedaje como aquel, los viajes del resto de nuestra vida iban a ser lo peor. La incomodidad de hacer cola para ducharnos influyó en la rapidez con la que alquilamos un piso en Os Duráns siendo víctimas de un timo: el edificio, llamado Trébol y situado en lo alto del barrio, no tenía cédula de habitabilidad, nos aseguraron que tenía gas ciudad, cuando ni tan siquiera podían traernos las bombonas de El Hogar por esa falta de cédula, no tenía vistas a la calle, sino a un patio interior, y la calefacción dejó de funcionar en cuanto llegó el invierno.

No quiero provocar lástima ni hacer gracia con mis desgracias, sino recordar cómo era la realidad hotelera de Vilagarcía hace 40 años. En aquel entonces, yo creo que el mejor hostal, al menos el más aseado y correcto, era el Garabán, pero estaba un tanto escondido y no lo descubrimos hasta algún tiempo después, cuando fuimos a comer unos días de pensión y disfrutamos mucho con su cocina casera.

Era tan dura la situación hotelera de Vilagarcía que en las dos primeras visitas de parientes, tíos nuestros en ambos casos, nos pidieron mudarse tras pasar la primera noche en los hostales que les habíamos reservado. El primero fue en un establecimiento de la zona de Sobradelo, que tenía tanta humedad que daba miedo. La segunda experiencia familiar fue aún peor. Unos tíos de mi mujer se alojaron en un hostal de la plaza de la Constitución con su hija pequeña y huyeron escandalizados al amanecer tras descubrir que aquello era una especie de meublé, al que acudían las chicas de una barra americana cercana con sus parejas de ocasión. Fue entonces cuando descubrí que aquella plaza se conocía popularmente no como de la Constitución, sino como de la Prostitución.

Aún tuve que pasar por otra experiencia traumática cuando un pariente cogió una habitación en una pensión que quedaba por Rosalía de Castro y a los pocos días de volver a casa se quitó la vida. No digo yo que el alojamiento vilagarciano influyera en su suicidio, pero desde luego, por lo que nos contó, no debió de ayudarle mucho a apreciar los encantos de la vida.

En los años 80, Vilagarcía era una ciudad para venir a comer al Loliña, al Pequeño Bar, al Chocolate… Pero no para quedarse a dormir. Por eso, cuando leí la noticia de que en lo alto de Catoira hay un hotel maravilloso llamado Terranam, que invita a dejar el móvil en una caja, ayuda a desconectar del mundo o a reconectar con lo mejor de la vida y es el “primer centro de retiros de bienestar que ha abierto sus puertas en la orilla sur de la ría de Arousa”, en palabras de la compañera de La Voz Rosa Estévez, me maravillé y lamenté no haber podido pasar en un lugar así mi luna de miel en vez de en una pensión con las sábanas húmedas y el cuarto de baño en el pasillo.

En los 90, Vilagarcía vivió una explosión hotelera formidable. Llegaron el lujoso hotel Pazo O Rial, abrió el funcional hotel Castelao, donde podías quedar dignamente para entrevistar a personajes como cuando Jesús Puente vino a Vilagarcía con su programa «Lo que necesitas es amor». Después llegaron los hoteles de Carril con piscina y diseño: Playa de Compostela, Carril y agradables hospedajes como Derby, Vilagarcía o A Esmorga, al que llevan a los escritores que acuden a Vilagarcía a presentar libros. 40 años después, seguimos comiendo estupendamente, pero también podemos dormir dignamente.