Esperando a la Santa Compaña en su taller

Bea Costa
bea costa REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

A sus 78 años, Lucas Míguez sigue teniendo ilusión por crear. Eso sí, con calma, con la certeza de que el dinero no lo es todo, emocionándose con el trabajo bien hecho y tras una vida de novela

22 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

¿De qué hablamos?, ¿de filosofía?, responde Lucas Míguez a nuestra llamada. Se trata de hablar del artista y de su obra, explicamos, pero la verdad es que con él apetece hablar de todo. Una persona con la experiencia que le dan sus 78 años y con sensibilidad artística, que ha estado en quince países, que pasó por la cárcel víctima de la represión franquista y fue francotirador en el Sáhara tiene mucho que contar, y, además, lo hace con buena conversación.

Lucas Míguez Mosquera —que en realidad se llama Olimpio Javier— nació en Mos en 1944 y lleva veinte años afincado en Meis, adonde llegó tratando de encontrarse a sí mismo, cuenta, harto de producir arte convertido en mercancía, a razón de una pieza por semana, en la empresa de cerámica japonesa Maruri Shoikai. «El artista habla con los sentimientos, tiene que rasgarse dentro de uno mismo, arañar el alma», reflexiona, y eso, en una fábrica no es posible. Claro que hay que comer, aunque a estas alturas se conforma con asegurarse el plato de cada día, «porque pasado mañana no sé si voy a estar vivo».

Tal es su desapego por el peculio que si el encargo es de su agrado y le pagan los materiales está dispuesto a trabajar gratis, afirma. El bronce y la piedra son muy caros, por eso se decanta cada vez más por utilizar nuevos materiales, igual de duraderos y resistentes y más baratos, caso del poliéster y la fibra de vidrio. La gente los rechaza porque los considera poco nobles, explica, pero él está convencido de sus bondades a la hora de hacer arte. «¿Si se hacen aviones con fibra de carbono por que no se puede hacer una escultura?».

Míguez ha perdido la cuenta de las obras que han salido de sus manos y de su taller, pero eso no le quita entusiasmo. ¿Un proyecto deseado? Esculpir una Santa Compaña, y a poder ser, en fibra de vidrio o fibra de carbono. «Es triste que en Galicia todavía no haya ninguna escultura dedicada a la Santa Compaña». Quizás la veamos algún con su firma, sumándose así a la nómina de tantas y tantas figuras que adornan parques y jardines de O Salnés. Quién le iba a decir que algún día daría forma al Ramón Cabanillas que conoció cuando el poeta trabajaba como secretario en el Concello de Mos, o al escritor Julio Camba, que fue amigo de su padre y que inmortalizó sobre un pedestal con vistas a la ensenada de O Esteiro, en Vilanova.

Martina Miser

Es de esas obras de las que siente orgulloso, pero cuando le pedimos que elija a su niña bonita mira a Pontevedra, al relieve que talló hace cuarenta años para la capilla del colegio del Sagrado Corazón. «Es la única obra que veo y que, años después, me sigue gustando». Otras, la gran mayoría, no han pasado de ser encargos de carácter alimenticio, como el Manuel Fraga hecho para lucir en Cambados, aunque el presidente poco lo alimentó porque nadie se lo pagó y acabó de vuelta en su finca. Con todo le guarda cariño. «Sigo dándole un vaso de vino al día».

Lucas Míguez es conocido, sobre todo, por su faceta de escultor, pero también pinta. Muchos tuvieron oportunidad de descubrirlo el mes pasado gracias a una exposición de dibujos a carbón y grafito que llenó la sala Torrado de Cambados, pero sin ocuparla del todo, ni en las paredes ni sobre el papel. Es de los que opina que entre obra y obra hay que dejar hueco para mirar con perspectiva, para reflexionar y de los que defiende los espacios en blanco. «El color ayuda, pero prefiero alcanzar la profundidad de forma más sencilla, me gusta la austeridad. Los blancos son como el silencio, que también dice algo».

A veces busca el silencio, otras la charla con los amigos y los encuentros casuales que le deparan gratas sorpresas. Le ocurrió hace un par de semana en Ribadumia, a propósito de la Festa do Tinto, cuando una mujer se le acercó para decirle llorando lo mucho que le había emocionado una obra suya. «Ese es el mejor pago que me han hecho», señala conmovido. «Cuando hago una obra lo que pretendo es que a alguien le sirva, que a cada persona le transmita algo, porque todos sentimos lo mismo, pero de forma diferente».

Escribió Jose Vaamonde que la vida de Lucas Míguez podría inspirar una novela de Conrad, y estas cosas lo abruman. «Yo no soy aventurero porque lo haya buscado, las cosas ocurren». Su formación artística comenzó en las facultades de Bellas Artes de Sevilla y Valencia y la concluyó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Trabajó en Japón, Estados Unidos y en México, entre otros países, hasta que regresa a Galicia en el año 2000, instalándose en una casa de San Salvador de Meis. «Convivir con otras personas, religiones y culturas es enriquecedor, pero no creo que tengamos que pasar por todo eso para ser nosotros mismos». En todo caso, aunque sea cerca de casa, él sigue experimentando. Su próximo reto es subir a una canoa hecha por él mismo y palear desde O Grove a Cabanelas, río Umia arriba, formando tripulación con un amigo con el que suma 153 años de vida. Y dice que tiene la columna fastidiada.