«Ser actor consiste en un 90 % de transpiración»

Serxio González Souto
SERXIO GONZÁLEZ VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

De actuar desnudo en Argentina en plena dictadura a emocionar con sus monólogos a su público en Galicia; así es Al Guanella

27 oct 2021 . Actualizado a las 21:31 h.

Alejandro Guanella —a partir de ahora y para siempre, simplemente Al— no tardó en percatarse de que su vida transcurriría al otro lado del telón, sobre un escenario o cualquier plataforma parecida. Tenía cinco años cuando una maestra animó a los chavales de su clase del jardín de infantes -«acá le llaman parvulario»- a participar en la representación de uno de los muchos actos patrióticos que pueblan el calendario argentino. «Levanté la mano, lo tengo grabado en la cabeza, aquello estaba lleno de gente y yo, tan tranquilo y feliz, y ya no me bajé». Al (Buenos Aires, 1959) ha hecho muchas cosas desde entonces. Toca el ukelele, el piano y la flauta, ha trabajado en televisión, ama el teatro y profesa una pasión desmedida por la literatura -él mismo ha publicado tres libros-, pero si debe definirse, se reconoce como actor, y si por algo es conocido a este lado del gran charco es por sus monólogos.

«Nuestra profesión -—indica— es hermosa, pero muy desagradecida; hoy estás allá arriba y mañana no te llama ni dios». Él acarició el éxito en el programa Hombres de ley, con Federico Luppi, Rubén Stella y Norberto Díaz como protagonistas. «Hacía pequeños personajes y después dos coprotagonistas, estuve tres años y gané mucho dinero. También estaba en una banda multimedia, La Típica En Leve Ascenso, con Miguel Ángel Solá, un genio. Era un loco delirante. Mágicamente, a continuación estuve tres años sin poder actuar y todavía no sé por qué». Agarró entonces la producción para su gran amigo, el humorista Leo Rosenwasser. Y estuvo bien, aunque tampoco duró. «Me asaltaron dos veces en mi propia casa y los bancos nos habían llevado a la locura, así que me vine con mi hermano, que ya llevaba dos años en Galicia; se había enamorado de una chica de Cambados». Italia y Suiza, de vuelta a Argentina y, por fin, Vilagarcía. Aquello sucedía en el año 2000.

Despelote en plena dictadura

Al es un tipo tan entrañable como inquieto. Tratar de mantener un hilo de conversación con él es inútil. Lo mejor es dejarse llevar hacia cualquier derivada, siempre interesante, que en algún momento nos conducirá de nuevo al punto de partida. Intérprete intuitivo —«cuando empecé evocaba sensaciones para provocar emociones reales sobre el escenario, y al llegar al estudio de teatro me enteré de que eso era la memoria emotiva de Konstantín Stanislavsky»—, nuestro hombre y su gente no dudaban en representar una obra, Spray, que llevaba al elenco a despelotarse a los veinte minutos de iniciarse la función: «Era 1978, en plena dictadura militar, había que tenerlos, ya me entendés». Con la misma naturalidad con la que colaboró con el grupo de teatro Clámide a su llegada a Vilagarcía, y hoy enternece a su público con sus conversaciones de ventrílocuo junto a Tana, su perrita de felpa y cartón. Con ella canta y baila, llora y ríe. «Con ella no estoy solo, está viva y a mí me salvó la vida».

Al actúa, escribe sus textos, musicaliza su obra, produce y vende. Como a cualquiera, le interesa el dinero, pero no para amontonar lujos, sino para reunir apenas lo suficiente y vivir con honestidad. La receta: «Hoy todos quieren ser influencers, nadie quiere laburar. Y esta profesión consiste en un 90 % de transpiración y un 10 % de inspiración; la camiseta hay que sudarla».

Tana, la perrita de carne y hueso que se hizo inmortal sobre el escenario  

Entre las muchas facetas a las que entrega su creatividad —ayer estrenó un cortometraje en Curtas, el festival de cine fantástico de Vilagarcía—. Al Guanella ha abrazado una que, promete, ya nunca dejará. Son sus Conversas con Tana. «La idea surge de una conversación con Tana, mi perrita de carne y hueso, que tuve que sacrificar hace dos meses. Yo hablaba con ella, todos los sonidos de mi móvil son ladridos suyos, y un día, desayunando, nos miramos y a mí se me cayeron las lágrimas. ‘‘Cómo voy a llorar el día que no estés más’’, pensé, y entonces decidí inmortalizarla».

Un simple calcetín y dos pelotas de tenis de mesa le bastaron para enfrentarse al espejo y ejercitarse como ventrílocuo «como un poseso, cuatro y cinco horas al día». Después llegó Roberto Casal, «un genio divino, vino a casa, me tomó las medidas de la mano e hizo un muñeco». Ese muñeco es ahora Tana. Con ella ha ido creciendo un espectáculo que se ajusta como un guante a lo que requiere su público y recorre la comedia, el drama, la poesía y la música. Aunque la pandemia fue devastadora, sus conversaciones están renaciendo, en parte gracias a su colaboración con el Festivaliño on the Road de Mr. Misto y Xoán Mariño. «Tana —sostiene Guanella— es un acto de amor».