La tristeza contagiosa de un San Roque sin Festa da Auga

Rosa Estévez
Rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

La falta del líquido sanador que cada 16 de agosto cae de ventanas y balcones de Vilagarcía dejó a la ciudad envuelta, ayer, en un suspiro colectivo de añoranza

16 ago 2021 . Actualizado a las 21:11 h.

Por la mañana, unas bombas de palenque anunciaron que el de ayer era, en Vilagarcía, día de fiesta. Pero cualquiera que sepa escuchar el estallido de los fuegos se pudo dar cuenta de que estos no ponían demasiado entusiasmo al saludar a San Roque. A la celebración le iba a faltar uno de sus componentes mágicos: ese agua sanadora que, a partir del mediodía, cae de ventanas y balcones, inundando calles y plazas y empapando a una multitud enfervorecida por la fiesta. Con el grifo cerrado por la pandemia, San Roque no es lo mismo. Y bien lo saben los vilagarcianos, que ayer suspiraban con nostalgia por la fiesta perdida. «Qué tristeza», decían en los bares, en las terrazas, en los parques y en unas plazas secas.

Entiendan la desazón. El año pasado tampoco hubo fiesta. Pero entre que el 16 de agosto cayó en domingo y que muchos locales de hostelería decidieron cerrar por miedo a que la gente se lanzase a la calle sin medir las consecuencias de sus actos, la sensación fue otra. Así lo aseguran, al menos, en algunos establecimientos de hostelería en los que ayer echaban de menos el ajetreo sin fin, la música, las conversaciones a voz en grito, el olor a humedad de sus clientes y, por supuesto, la buena caja que deja el día de San Roque a la mayor parte de la hostelería local.

Pero la de este lunes fue una jornada de suspiros también para los que viven la fiesta desde fuera de la barra. Grupos de gente que suplieron la ducha colectiva entre empujones y bailes con los amigos de siempre por una sosegada mañana de terraceo con los mismos amigos de siempre. Pero no es lo mismo, oigan. Por suerte, la animación en las calles, servida por el Concello de Vilagarcía y encarnada en la batucada guerrera de Somdolilá y el espectáculo de Troula, lograron espantar durante unos instantes esa sensación de tristeza generalizada por el agua que hemos tenido que dejar correr.

Sin promesa de agua en el horizonte, cada uno aprovechó la jornada como pudo. Por la mañana, el paseo marítimo -limpio como una patena- era un hervidero de deportistas madrugadores. El césped de la TIR, una inmaculada superficie verde. Hasta el parque de O Castriño, centro de algunos de los botellones más numerosos de la temporada, amaneció como los chorros del oro tras una noche tranquila. De las calles habían sido desterrados los grupos de supervivientes de la noche que tan frecuentes son en San Roque. Y algunas personas mayores parecían regodearse en su paseo matinal por las calles de la ciudad para ir a comprar e pan, o a recoger la prensa, o a hacer un recado que había quedado pendiente: otros años, esa misma operación habría sido arriesgada, habría existido la amenaza de un chorro de agua o cualquier otro elemento desconocido lanzado desde una pistola de plástico, o desde un vaso desvencijado.

Por la noche, gaitas, Festaclown y música de Lucía Pérez intentaron inyectar espíritu festivo a la ciudad.