Botellones y fiestas privadas destronan la Festa da Auga en Vilagarcía, suspendida por segunda vez

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Sillas, bolsas y restos de botellas en el castro Alobre, escenario de frecuentes botellones
Sillas, bolsas y restos de botellas en el castro Alobre, escenario de frecuentes botellones D. S.

Los chavales se llevan hasta las sillas de los bares para celebrar más cómodamente

15 ago 2021 . Actualizado a las 22:15 h.

Los políticos inteligentes comprendieron hace tiempo que resulta mucho más sencillo actuar sobre la representación de la realidad que sobre la realidad misma, que acostumbra a ser tozuda y a menudo se resiste a ser intervenida. Una cosa es remachar y remachar declaraciones de voluntad acerca de un propósito determinado, y otra muy distinta que ese objetivo se esté cumpliendo verdaderamente, o que tan siquiera sea factible hacerlo. En esto consiste el célebre relato. La pretensión de controlar los botellones, y en buena medida también lo que se está haciendo con la hostelería, pertenece a este orden de cosas. Cualquiera que piense un poco la cuestión caerá en la cuenta de que impedir que los chavales se reúnan en parques y playas por las noches, recurriendo a menguantes patrullas policiales, es, sencillamente, imposible. Pero, a excepción de quienes vivan a un paso de los escenarios de tales libaciones, el público en el que nos hemos convertido se sentirá satisfecho al escuchar una y otra vez que los botellones están proscritos y que los concellos tienen órdenes taxativas de ejecutar su prohibición.

Viajemos a Vilagarcía de Arousa, un año y cinco meses después del estallido de la pandemia. La capital arousana es, desde el viernes, un bullicio de gente dispuesta a conmemorar las fiestas de San Roque, por mucho que sus fechas centrales, especialmente la Festa da Auga, acaben de ser suspendidas por segundo verano consecutivo. El húmedo evento tendría que llenar hoy las calles del centro de la ciudad de personal dispuesto a dejarse regar, tras una noche interminable. No puede ser, claro, pero eso no quiere decir que las ganas de juerga no se estén canalizando a través de otras vías.

Domingo. Nueve y media de la mañana. El parque botánico Enrique Valdés Bermejo y el castro Alobre configuran un conjunto de lujo. Un verdadero bosque en el centro de la ciudad. Inevitablemente, también una tentación para celebrar en tiempos de restricciones. El servicio municipal de Emerxencias se afana en levantar de nuevo varias vallas de protección, colocadas para señalar lugares en los que es fácil caerse. Cada medianoche, un equipo se encarga de cerrar este espacio y de reabrirlo seis horas después.

«Cando chegamos, normalmente os rapaces aínda están por aquí, tiran cos nosos valados e temos que colocalos de novo cada mañá», explica una operaria madrugadora sobre el terreno. La zona arqueológica, recién musealizada, está intacta. Pero en la parte superior del antiguo castro, el lugar en el que nació Vilagarcía, se esparcen los restos del fiestón. Vasos de plástico, botellas vacías de vodka perralleiro, cascos de cerveza, librillos de papel de liar, bolsas de hielo e incluso un par de sillas, que la chavalada se habrá llevado de algún bar a última hora para seguir celebrando aquí, cómodamente.

Restos de una noche de juerga en la plaza de O Castro de Vilagarcía
Restos de una noche de juerga en la plaza de O Castro de Vilagarcía D. S.

En la plaza de O Castro, uno de los enclaves nocturnos más concurridos, los bares cierran a la una de la madrugada. Más o menos. La clientela, que no se quiere ir a casa, sigue bebiendo en su exterior un buen rato más. La Policía Local se las arregla para mantener dos patrullas nocturnas a base de horas extraordinarias que tardan en pagarse y un sobreesfuerzo considerable. En ocasiones, el viernes fue una de ellas, la Policía Nacional ni siquiera tiene un coche en la calle a esas horas. De todas formas, qué pueden hacer cuatro agentes para reconducir a una multitud de chavales. ¿Liarse a porrazos?

«Este fin de semana ha habido bastantes fiestas privadas a las que hemos tenido que acudir, botellones, zonas después del horario de cierre, discusiones de pareja... Algo más de lo habitual, pero tampoco te creas que demasiado, ¿eh? Esto es lo de cada fin de semana», comenta un veterano policía municipal, con aire fatigado y pocas ganas de escuchar más monsergas. La última receta estriba en exigir a los críos la responsabilidad que en tantas ocasiones no demuestran sus mayores, en el seno de una sociedad infantilizada hasta extremos difícilmente comprensibles. San Roque, en fin, está aquí. La Festa da Auga, a su manera, también. Como en tantas otras partes.