El marino que supo revitalizar la labor de Cáritas en Arousa

Serxio González Souto
SERXIO GONZÁLEZ VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

Solidario, comprometido, respetuoso, Paco era, sencillamente, una gran persona

18 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Se llamaba Francisco Jesús Fernández Rodríguez, pero en Vilagarcía basta nombrar a Paco el de Cáritas para que hasta al más revirado se le escape una sonrisa. Paciente, reflexivo y cordial, el director de Cáritas Interparroquial de Arousa era uno de esos tipos con los que uno nunca se cansa de conversar. Aunque hace tiempo se despidió de la Marina para pasarse a la reserva, Paco siempre se mantuvo activo. Era fácil cruzarse con él en la piscina de Fontecarmoa o caminando un largo paseo. A eso dedicaba la tarde del lunes, a recorrer los parajes caribeños de O Carreirón, en A Illa de Arousa, cuando, por lo visto, le falló el mismo motor que había movido a tantos a sacudirse de encima los reveses con los que golpea la vida al doblar cualquier esquina, para poder seguir en la brecha: un corazón grande y abrigoso como el monte Xiabre, un ánimo inmenso como el mar.

Paco nació en Perlío (Fene), con la ría de Ferrol a la vista, el 29 de diciembre de 1953, y se despide a orillas del mar de Arousa, 67 años más tarde. Si lo mejor, tal vez lo único, en realidad, que uno puede hacer sobre esta tierra es aprovechar el tiempo que se le ha concedido, él, desde luego, lo exprimió minuto a minuto. «Yo de joven era un bruto -le reconocía hace tres años a Rosa Estévez en estas páginas- pero me fui domando poco a poco». De templar aquel carácter indómito se encargó, en buena medida, la Marina, a la que dedicó su trayectoria profesional. Destinado en el País Vasco y a continuación con el Frente Polisario, la carrera militar lo condujo a Vilagarcía en 1987. A pesar de que había visto de todo, la dantesca danza de la heroína, reclutando por las calles su ejército de muertos en vida, era algo para lo que nadie estaba preparado. Tanto, que su idea era marcharse. Pero se quedó, y aquí hizo vida. Para él, para su mujer, Gelis, para su hijo Farruco y para su hija María. También para todos los demás.

Voluntario en el comedor

Un buen día, Paco leyó en el periódico que Cáritas buscaba voluntarios. Se apuntó al comedor y el resto forma parte de la historia de la oenegé en Arousa. Estaba muy orgulloso de las iniciativas que su organización ha sido capaz de desplegar. Desde el comedor sobre ruedas -«llevarles los platos es solo una excusa, lo importante es que les llevamos compañía a las personas mayores que viven solas»- al rebosante ropero o la casa de acogida, y un convenio ejemplar con el Concello de Vilagarcía. Para lidiar con la soledad impuesta, especialmente en la vejez, la vida en la calle, el dolor de la pobreza y la enfermedad, nunca se hace el suficiente callo. Paco, descomunal en su empatía, trabajaba para descubrir el hueco sobre el que ayudar a construir una segunda o una tercera oportunidad, las que hiciesen falta.

Con el paso de los años, tuvo que aprender a reservar unas horas a la semana para sus cosas, a riesgo de verse engullido por una labor que difícilmente tendrá fin. Hace unos meses superó el coronavirus sin problemas aparentes. La pandemia había apretado, y los voluntarios, muchos de ellos en edades complicadas frente a la amenaza del contagio, sufrieron sus consecuencias; tuvieron que replegarse. Gente más joven pudo ocupar su lugar, permitiendo que los servicios de Cáritas siguiesen en marcha cuando era más necesario.

«Do que dende logo podemos estar moi orgullosos é da solidariedade que sempre amosa a xente desta comarca cando se producen situacións tan difíciles», subrayaba en mayo, hace casi un año, a punto de que el covid comenzase a aflojar aquel primer zarpazo devastador. Cuando el aturdimiento y el dolor ante la pérdida cedan, esa solidaridad en la que tanto creía continuará fluyendo. Y alguien retomará el trabajo de coordinación de tantas cosas donde él lo deja. Lo que será imposible es sustituir a Paco Fernández, el de Cáritas. Eso nadie podrá hacerlo.