Por lo demás, queda claro que las ganas de pasar página frente a la pandemia no conocen fronteras. Si la reapertura de los bares a orillas del Atlántico animó a los gallegos a tomar las terrazas el fin de semana, en el Báltico la gente tampoco se arruga. «La semana pasada hubo un puente aquí. Mi mujer Katya y yo fuimos a un hotel SPA para aprovecharlo, y estaba lleno; un auténtico hervidero», señala Juan, quien al mismo tiempo subraya que el número de contagios en Rusia continúa cayendo: «Estamos en unos novecientos al día, cuando hace tres semanas eran 1.500».
Cuatro años y medio en Rusia
Juan tiene 31 años y reside en San Petersburgo desde hace cuatro y medio. Estudió Filología en Santiago para, a continuación, cursar dos máster en Madrid y acabar mudándose a Londres, donde compaginaba una plaza como profesor de lengua española en un instituto con un doctorado en Lingüística. «Cansado del estilo frenético de vida de esa ciudad -explica- empecé a buscar trabajos en Europa del Este y Asia, y me surgió la oportunidad de venirme aquí. Lo hice, aunque no sabía hablar el idioma ni conocía el alfabeto, y fue la mejor decisión de mi vida». El joven profesor se casó con Katya -«ella es de Yakutia, en el lejano oeste siberiano»-, regenta su propia academia de español, Olé, y asegura que, una vez roto el hielo, «los rusos son gente cercana, generosa y de buen corazón». Está como en casa. Y ahora, vacunado.