Sobrevivió a tres naufragios, salvó una vida nadando y ahora es un artista

Bea Costa
bea costa REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

LOBOS DE MAR | Francisco Galiñanes | Su empeño por ser marinero le llevó a colarse en la gamela de Tucho a los diez años

09 ene 2021 . Actualizado a las 13:42 h.

«Ese home ten moitas cousas que contar», nos informaron, y Francisco Galiñanes, Paco para los amigos, no defraudó. Sus historias no caben en un artículo de periódico. Harían falta muchas horas de entrevista y un libro para plasmarlas, porque las vivencias que atesora a sus 77 años son muchas e increíbles. Es habitual traer a esta sección relatos de naufragios y de temporales épicos, pero en el caso de Paco salen a borbotones, a cada cual más insólito.

Hay uno que prefiere no recordar, el naufragio de O Bahía, en el que perdieron la vida diez hombres, uno de ellos vecino suyo, de Cambados. Cuando ocurrió, en 2004, él ya no era el propietario del barco, pero la tragedia la sintió como propia, hasta el punto de que cuando la Guardia Civil se presentó en su casa para darle la noticia sufrió un ataque que le postró ocho días en el hospital.

Otros naufragios los vivió en directo y le dejaron huella, en el alma y en la piel, literalmente. En la cintura todavía le quedan marcas de la cuerda que rodeó a su cuerpo para arrastrar a uno de los tripulantes del maltrecho Está como nunca. «Eu zafei de milagre», explica. Señor José no tuvo tanta suerte y falleció y su hijo el maquinista, Jesús, que no sabía nadar, sobrevivió gracias a que él lo arrastró tirando de una cuerda a lo largo de una milla: 1.870 metros, enfatiza. Fueron cuatro horas interminables, primero en el mar y después esperando en el faro de Os Mezos hasta que por fin, a las 7.30 horas, los rescataron. Jesús no lo resistió y se desmayó. Paco todavía sacó fuerzas de flaqueza y se lanzó al agua para recuperar el cuerpo sin vida del patrón del barco. Ya en tierra, exhausto y aterido, el médico, don Celestino, lo subió a la furgoneta de Benito Iglesias y tras ponerle un sedante en la farmacia se lo llevó al hospital. Hace medio siglo de esta peripecia y Paco lo cuenta con una clarividencia como si hubiera ocurrido ayer.

Para entonces ya sabía lo que era verse con el agua al cuello. En el Flor del Mar vivió su primer naufragio y después todavía tendría otra experiencia similar en el Ameixa, que presenta como el barco «que sacou máis peixe de Cambados». Tanto que en una jornada de esas que quedan en la memoria -«ese día pesamos quinientas caixas de cabalón», recuerda-, la embarcación se fue a pique, y esta vez no había viento ni mala mar. La culpa fue de la baliza de los bajos de Os Mezos, que se había movido con el último temporal unos setenta metros y Paco, confiando en la señal, acabó llevando el buque adonde no debía, abriendo una vía dde agua.

Sus desventuras a bordo fueron muchas, pero, pese a todo, no pasa el día en que no eche de menos ir a pescar. «Se puidera seguía indo ao mar», se lamenta. Por falta de ganas y de capacidad no es. «Eu hoxe podería ir perfectamente ao País Vasco sen GPS», afirma, pero a estas alturas debe conformarse con ver salir los barcos desde el muelle deTragove.

Con todo, no se rindió a la primera. Al poco de jubilarse, a los sesenta años, él mismo hizo una gamela a remos, la Alerta, y después compró un pequeño barco en Muros, el Insua, con el que hizo la locura de poner rumbo a Cambados costeando la ría con un motor de solo ocho caballos que dejó de funcionar en medio de la travesía y que iba suelto en cubierta. Se le echó la noche encima, pero el avezado patrón se las apañó y acabó arribando a puerto. El mar no guarda secretos para Francisco y se ha convertido en su mejor antídoto contra la tristeza y las angustias de la vida. «Eu cando vexo o mar xa me quedo tranquilo».

El cerco ha sido su principal sustento, aunque nuestro protagonista también sabe lo que es navegar en grandes mercantes en alta mar, donde trabajó durante casi dos años. De aquel tiempo muestra como testimonio un dedo que rajó de un extremo a otro durante una maniobra a bordo, en Róterdam. Entonces se ganaba mucho dinero en la marina mercante, pero su buen oficio hizo que «tres señores» le hicieran una oferta tan generosa para armar su propio barco que acabó echando el ancla en la ría de Arousa, para no marchar más. Siempre lo tuvo claro. A los diez años, a espaldas de su padre, se coló bajo la tilla de la gamela de señor Tucho porque quería aprender el oficio a toda costa. No fue su primera trastada. Ya los cinco o seis años se cayó dentro de un barril y allí se quedó durante horas, llorando y muerto de miedo, hasta que alguien dio con el niño.

Su sueño era ser marinero, y lo logró. Lo que no se podía imaginar es que acabaría trabajando la madera, como su padre que era ebanista, en su caso haciendo maquetas de barcos que son verdaderas obras de arte. Su casa de Cambados se ha convertido en un pequeño museo en el que se exponen con pulcritud una veintena de buques, desde una réplica de la pequeña María hasta la espectacular versión del Juan Sebastián de Elcano, que construyó con tal lujo de detalles que no falta ni el busto de la sirena de proa. Y lo más increíble es que aprendió a hacer estas virguerías de forma autodidacta y trabaja de memoria, sin planos ni fotos. «Cando quero facer un barco entro nel», explica.

Dos de sus creaciones están en el Museo do Mar de Vigo y otras dos las regaló: la maqueta del malogrado O Bahía se la dio a su cardiólogo y para la santa de Los Milagros de Amil reservó un cerquero, que aún hoy sigue en el templo de Moraña.

Las demás ni las regala ni las vende. Están en su hogar, junto a la rosa de los vientos pintada en el techo, las réplicas de la torre de San Sadurniño, de un antiguo carro del país y un sinfín de detalles decorativos hechos en madera y cuerda, porque en el arte de hacer nudos, Paco también es un artista.