Convencida de que hacer descuentos sin ton ni son no va a salvar su negocio, la propietaria de Cocoe ha inventado la tienda de ropa a domicilio

ROSA ESTÉVEZ
Licenciada en Ciencias da Información pola Universidade de Santiago de Compostela

A lo largo de este año, a Ana Ordóñez se le ha caído el mundo encima varias veces. «Como a todos», dice ella, que no parece amiga de los dramatismos. El advenimiento del covid-19 no ha hecho más que complicar la ya de por sí compleja vida del pequeño comerciante. Algunos, llevados por la desesperación, se han subido a un carrusel de descuentos que Ana mira con desconfianza. Por eso ella no hará descuentos por el Black Friday. «Yo soy fiel a mis ideas. Creo que este tipo de campañas al final a quién más daño hace es a nosotros mismos. ¡Yo no puedo permitirme tirar los precios!», señala. Y si se dejase llevar por lo que ve a su alrededor, «llevaría ya desde mayo con ofertas. No creo que sea el camino...». Su rebeldía no quiere decir que «no necesite vender». «Necesito vender tanto como cualquiera», señala. Pero cree que la mejor ruta para llegar al futuro es «reinventarse de alguna manera». Ella lo ha hecho. «Como la gente no puede venir, pues le he puesto ruedas a la tienda y allá voy», explica.

Cocoe es una tienda bonita, con vestidos, camisas o abrigos que rompen la uniformidad que las grandes marcas imponen en las calles. «Tengo una clientela fiel con la que mantengo el contacto a través del teléfono», dice señalando el aparato móvil. A través de él lleva tiempo recibiendo pedidos de clientas que quieren comprar algunas de las piezas que expone a través de ese gran escaparate que son las redes sociales. Pero con el cierre perimetral, el teléfono ganó una nueva utilidad. «Yo tengo muchos clientes de A Illa, Rianxo, Pontevedra...», explica. Clientes que ahora no pueden trasladarse a Vilagarcía para comprar en Cocoe. «Pero yo sí puedo ir a llevarles la ropa». Así que, cuando una clienta la llama, Ana coge las prendas que más se ajusten a lo que le han pedido, su caja de alfileres, se sube al coche y le acerca la tienda a casa. «Se puede probar la ropa, miramos si hacen falta arreglos... Como si estuviésemos aquí, pero en su casa», explica Ordóñez.

Ese servicio lo ha estado prestando, hasta ahora, fuera del horario comercial, robando tiempo a su familia y a sus cosas. Pero ella sabe que en los momentos críticos, hay que hacer un esfuerzo mayor, y está dispuesta. «Si mis clientes no pueden venir a la tienda, algo tendré que hacer. No puedo quedarme quieta y empezar a bajar los precios, porque eso no es rentable». Ya ha hecho varios showrooms a domicilio, y si la cosa sigue al ritmo que lleva, no descarta comenzar a atender esas peticiones en horario comercial: apenas entran clientes por la puerta. ¿Seguirá esta vía de negocio cuando acabe todo esto? La pregunta no tiene respuesta. Lo que está claro es que la fórmula, por ahora, funciona. «Que la gente se entere: a Cocoe le han salido ruedas».