La última generación de la tienda de aldea

juan pedrouzo LALÍN / LA VOZ

AROUSA

miguel souto

José María Abades fundó en 1940 la taberna Brasileiro, que sería heredada por su hija. En la actualidad, y desde 1988, es una tienda de alimentaciones y estanco llevada por Margarita Espiño, la mujer de su nieto

17 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Tras más de tres décadas, José María Abades volvía en 1940 a su Lamela natal, en Silleda, después de haber emigrado a Brasil siendo apenas un niño de trece años. Con algo más de cuarenta, y hablando medio en portugués, todos se referían a él como o brasileiro, por lo que ese fue el nombre que le quedó a su casa, que le había comprado a un cura en 1918. Al poco tiempo de su regreso, como siempre había tenido negocios de alimentación, decidió abrir en su vivienda una taberna que funcionase a su vez como tienda. Ochenta años después, la tienda de alimentación Brasileiro sigue en activo, en manos de la mujer de su nieto, aunque no por mucho tiempo.

Margarita Espiño y José Campos llevan 43 años casados y, desde 1988, es ella quien se encarga de las ventas. Su marido nunca tuvo interés en seguir el negocio heredado de su abuelo, como sí habían hecho sus padres. Aunque ahora está jubilado, prefirió dedicarse a otras profesiones, trabajando en obras de mantenimiento en Río Tinto y de bombero en el aeropuerto de Santiago. Margarita, por su parte, siempre se involucró con la tienda desde que se casó con José, por lo que cuando sus suegros se jubilaron le cedieron encantados las riendas, pues les daba pena cerrarlo.

En la actualidad se trata de una tienda de barrio y estanco, pero a lo largo de su casi siglo de historia el establecimiento ha sufrido varias transformaciones. Con su dueño original, era una taberna en la que también se vendían alimentos y bebidas, ubicada en lo que ahora es el salón de la casa. «A xente viña polo que necesitaba, a tomar uns vasos de viño ou a por un quilo de azucre, igual outro viña por aceite,... Tamén a xogar a partida. Agora xa non quedan lugares así», cuenta José, señalando espacios en los que antaño estaban el mostrador, los pipos o el fregadero de piedra que su abuelo había logrado instalar suministrándole agua desde la habitación de arriba. En los años 60, fue su madre la que continuó el trabajo. Decidió separar las facultades del lugar, dejando la estancia original únicamente como tienda y trasladando el bar a una habitación contigua. En el piso de arriba, había un comedor en el que celebrar cenas, fiestas e incluso alguna que otra boda.

De esta época, José recuerda lo que era vivir con la casa siempre llena de gente. «Agora pechamos ao mediodía, pero no tempo dos meus pais nunca se pechaba. Estabamos comendo e igual chegaba algún veciño e poñíase a comer con nós ou a tomar o café. Cando era pequeno, eu durmía no piso de arriba, mentres abaixo estaba o bar cheo», comenta entre risas, aclarando que eso no le hacía mucha gracia. Lo cierto es que el local era un auténtico núcleo de vida para el pueblo, pues en él se realizaban numerosas actividades. Lo mismo venían compañías de teatro a actuar que se organizaba una sesión de cine en el exterior o recalaban comerciantes a ofrecer sus productos. Después el bar tendría el único teléfono público, de modo que aún llegaría incluso más gente, y eso por no hablar de cuando pusieron una de los primeros televisores de la zona. La propia Margarita recuerda haber acudido de niña a verla con sus padres, ignorando que en el futuro ella sería la que se ocuparía del local. Ahora hace 32 años que la tienda está a su nombre. Y, aunque tuvo que cerrar el bar porque mantenerlo junto a la tienda y cuidar a sus tres hijas mientras Jose trabajaba era algo insostenible, se fue defendiendo bien. La tienda está en estos momentos donde antes iba el bar, siendo su lugar original un salón. «Cando a levaban os pais de José, todo o que se vendía era fiado. Pero claro, eran veciños e xente de confianza. Agora de vez en cando pasa algún listo que queda debendo cartos e logo nunca volve, pero quitando eses casos nunca houbo problemas», dice. Trabajadora y «faladoira», como la describe su marido, a ella siempre le gustó trabajar de cara al público; desde que comenzó con la tienda, jamás cogió baja por cuestiones de salud y solo empezó a descansar domingos desde hace ocho años.

La pandemia de covid-19 también trajo cambios en la situación de la tienda. Si bien ellos tienen cerca otra vivienda en la que pasan las noches, antes solían estar todo el día en la casa del «brasileiro», pero como José es población de riesgo por su asma, solo Margarita se acercaba para llevar la tienda por las mañanas. Incluso tuvo que hacer de repartidora, pues los vecinos más ancianos la llamaban para que les llevase sus pedidos.

Cierre en unos meses

Como la gente no se podía desplazar, muchos buscaban el sitio más cercano para hacer sus compras, por lo que el volumen de ventas aumentó, aunque ahora ha vuelto a ser similar al de antes. Por otro lado, formarse en la informatización necesaria para llevar la trazabilidad del tabaco fue un rompecabezas, pero también lograron adaptarse. Sin embargo, pese a superar todos estos obstáculos, el final de esta longeva tienda está cerca. Margarita explica que faltan unos meses para su jubilación y que todas sus hijas ya tienen otros trabajos: «Non haberá cuarta generación. É unha mágoa, pero todo o que ten un principio, ten un final».

Desde 1940

 Dónde está

En Gorís, 29, en Lamela