Protección Civil decae frente a la profesionalización de las emergencias

bea costa b. c. VILAGARCÍA / LA VOZCATOIRA / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Tras el bum de los años noventa algunas agrupaciones han desaparecido, y las que resisten operan con menos efectivos

05 ene 2020 . Actualizado a las 17:42 h.

El cambio de década es propicio para la nostalgia. En veinte años han cambiado muchas cosas, entre ellas, la concepción de los servicios de emergencias de los concellos. En la segunda mitad de los años noventa y los primeros coletazos del siglo XXI se vivió la época dorada de Protección Civil. Se crearon agrupaciones en casi todos los municipios y sobraban voluntarios. Chicos y no tan chicos se ponían a la cola para vestirse de naranja y ayudar en los operativos de las fiestas, en un accidente de tráfico o un rescate. Eran los tiempos de la prestación social sustitutoria y Protección Civil era una buena alternativa para los objetores de conciencia que huían de la mili; además, la Xunta de Fraga apostaba por este modelo para suplir las carencias que había en los servicios de emergencias.

Hoy, el panorama es muy distinto. Algunas agrupaciones han desaparecido, como la de A Illa; otras, caso de Vilagarcía, O Grove y Cambados se han difuminado al abrigo de los servicios profesionalizados; y las pequeñas de Catoira o Meis resisten como pueden.

Desde hace dos décadas, O Salnés dispone de servicio de bomberos -con dos sedes, en Vilagarcía y Ribadumia- y se sucedieron distintas fórmulas para profesionalizar las emergencias: primero a través de los Grumir; después llegaron los GES y en otros concellos municipalizaron directamente el servicio aprovechando la logística de Protección Civil.

En Vilagarcía lo hicieron por ley. El Servicio Municipal de Emergencias empezó a operar en el 2008 y cuenta con quince personas en plantilla. Para entonces, Protección Civil ya había recorrido un largo camino. La agrupación se creó en 1992, lo que la convierte en una de las más antiguas de Galicia. Actualmente cuenta con 39 voluntarios y sus funciones son las de prestar apoyo al servicio municipal.

Este modelo mixto también funciona en Cambados, aunque en este caso con muchos menos medios y estabilidad. Allí el personal no está en plantilla y los contratos están sujetos a la subvención de turno. De manera que al llegar enero, como es el caso, el servicio con base en el polígono de Sete Pías vuelve a ser exclusivamente voluntario, a la espera de que en febrero o marzo lleguen los nuevos contratos.

Servicios 24 horas

Esta eventualidad no afecta a la prestación del servicio, según sostiene su presidente, Iván Marín. Él y los demás siguen disponibles las 24 horas del día para atender las incidencias que surjan en el término municipal, desde un accidente de tráfico, pasando por una inundación o la retirada de un nido de avispa velutina.

El caso de Cambados es paradigmático de la evolución que han experimentado las agrupaciones en las últimas dos décadas. Empezó su andadura en 1995 con medio centenar de voluntarios y hoy son una veintena, de los cuales están operativos menos de la mitad.

En O Grove esta convivencia entre el servicio municipal y Protección Civil no fue posible. De ser una de las agrupaciones de referencia en Galicia, en 2015 quedó desmantelada en favor de un servicio propio que atienden actualmente doce personas en nómina del Concello.

En otras plazas han vuelto a sus orígenes. Estos días, precisamente, asistimos al cierre del Grupo de Emerxencias Supramunicipal (GES) de Valga y su labor ha sido asumida por la agrupación de voluntarios, como hace veinte años. El Concello valgués decidió prescindir del GES y ahora el testigo está en el vecino concello de Caldas, que ha sido propuesto para convertirse en la nueva sede.

En Valga dispusieron durante años de un servicio profesional. En otros municipios nunca pasaron por esa etapa, más allá de períodos intermitentes en los que un par de voluntarios conseguían hacerse con un contrato puntual, con cargo a un plan europeo o las ayudas de la Xunta y la Diputación.

En Vilanova, por ejemplo, disfrutaron de aquellos contratos de nueve meses y los voluntarios compaginaban el trabajo en las brigadas forestales con los operativos de la Festa do Mexillón o la regulación del tráfico en los entierros. De los cincuenta voluntarios que llegó a tener en sus inicios, hoy solo quedan seis que operan desde la base situada en O Rial.

Las agrupaciones de Catoira, Meis y Ribadumia presentan una evolución similar. Hace tiempo que funcionan estrictamente como asociaciones de voluntarios sin ningún aliciente económico de por medio, lo cual, lógicamente, les resta capacidad de respuesta. Lo admiten en Meis. Con diez voluntarios operativos solo pueden atender dispositivos previamente planificados, como fiestas y otros eventos que arrastren multitudes, y gestionar la atención de las emergencias que surjan en el término municipal a través del 112 y 061.

En Ribadumia han logrado mantener una mayor base social y ante citas importantes -caso de las cabalgatas de Papá Noel y de los Reyes- pueden movilizar hasta a 25 personas.

MONICA IRAGO

«Empecei medio en broma nunha romaría e seguín, gústame axudar»

Alberto Castro García empezó a colaborar con Protección Civil de Catoira con 20 años de edad. «Foi medio en broma, na antiga romaría da ruta cabalar, e seguín ata agora». Hoy tiene 34 años y se ha convertido en el responsable de agrupación local. Trabaja mediante el sistema de turnos en una empresa de aluminio en Valga y en su tiempo libre vive pegado al teléfono, pendiente de cualquier incidencia que obligue a organizar un operativo de emergencias. En vez de estar con la familia o los amigos, a Alberto se le puede encontrar retirando un nido de velutina en la casa de un vecino, limpiado la carretera después de un accidente o de la caída de un árbol en pleno temporal o regulando el tráfico en la Romaría Vikinga. Y sin cobrar. «Gústame axudar», explica.

 Cuidado con la carretera

Alberto Castro vivió los años de las vacas gordas, cuando estar en Protección Civil te abría las puertas para trabajar en los servicios de extinción de incendios, entre otras ventajas. Las cosas han cambiado, pero él sigue al pie del cañón. Su mayor aliciente ahora es echar una mano allí donde se precisa, en situaciones que no siempre son fáciles. Sí, presenció accidentes de tráfico duros con escenas traumáticas, pero nada que le haga perder el sueño. Otros voluntarios no pueden decir lo mismo y, años después, retienen en la memoria las imágenes de cuerpos sin vida sobre el asfalto. Lo que sí tiene muy presente este catoirense es que con la carretera no se debe jugar. «Ves cousas que os demais non ven, ves as consecuencias de conducir despois de beber, e iso faite máis responsable».