«No son conscientes de que las hélices de los barcos son trituradoras de carne»

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

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«Cualquier submarinista ha tenido más de un susto con alguna lancha», asegura el ocho veces campeón gallego

03 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

A Ricardo González (Vilagarcía, 1972), la noticia del fallecimiento de Manuel lo cogió en pleno viaje de vuelta desde Cádiz a Vilagarcía. A tierras andaluzas había ido para disputar el Campeonato de España de pesca submarina. Y, casualidades de la vida, allí conoció a un lanchero -quienes acercan a los submarinistas a la zona de pesca- con un brazo y una pierna destrozados por un fatal encuentro con una embarcación mientras practicaba su deporte favorito. El ocho veces campeón gallego asegura que incidentes como el que sucedió en la tarde del lunes en Portonovo son muy habituales, «más de lo que se cree». El vilagarciano afirma que cualquiera submarinista ha sufrido más de un susto similar. «Siempre voy con un acompañante en la lancha, y más de una vez ha tenido que cruzarse con nuestra embarcación ante algún barco que venía directo hacia mi boya», recuerda.

Para Ricardo, dos son los problemas que provocan que los sustos, y también sucesos gravísimos como el del lunes en Portonovo, se repitan por doquier. Por un lado, la mezcla de irresponsabilidad y desconocimiento de quienes están al mando de las embarcaciones. Por el otro, unas normas demasiado laxas en las que, a su juicio, no se prima la seguridad de la parte más débil que, en este caso, es quien está buceando a pulmón.

Sobre el primer asunto, Ricardo es tajante: «No son conscientes de que las hélices de los barcos son auténticas trituradoras de carne», dice. Sostiene el submarinista arousano que hay quien se pone a los mandos de una lancha como si lo hiciera a los de un coche. «Piensan que un atropello a veinte por hora es un golpe y poco más, pero ellos manejan algo muy peligroso y, en el mar, no se frena de manera tan sencilla, porque la inercia te arrastra», razona. «Muchas veces ven una boya y vienen a curiosear o, lo que es peor, a hacer un eslalon como si estuvieran en un circuito», dice.

Y en cuanto a la protección del submarinista, reclama que se amplíe la distancia de seguridad -que ahora está en unos veinticinco metros que son «ridículos»- y, también, las sanciones. «Casi siempre se criminaliza a la víctima», concluye.