O Salnés, el refugio del artista maduro

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Conversando sobre pintura, colores, esfuerzo, infancia y la luz de la ría con Xaquín Chaves

08 jun 2019 . Actualizado a las 20:54 h.

Xaquín Fernando Chaves López (Vilaxoán, 1959) ha hecho un recorrido inverso al de su padre, que vino del rural a Vilagarcía para vivir en O Ramal, en una casa donde las olas golpeaban los cristales cuando el mar se ponía bravo. El pintor sigue viviendo en Vilagarcía, pero ha montado su estudio en Lois (Ribadumia), ha vuelto a los orígenes, al campo. «Este estudio es como un nido. He vuelto al lugar de mi infancia, al río donde me bañaba de niño. Ya no sé si los recuerdos son exactos o una recreación literaria», duda el artista.

Desde la casa familiar de O Ramal, Chaves disfrutaba mirando el horizonte. No imaginaba aquel niño, que a los 13 años había empezado a pintar al óleo y en 1975, con 16 años, expone sus primeros cuadros en el Casino de Vilagarcía, que algún día, una obra suya, A Rosa do Mar, presidiría el paisaje de su niñez convertida en escultura-baliza de doce metros de altura enclavada en la escollera exterior del puerto de Vilagarcía.

Xaquín Chaves expone en la sala Rivas Briones de Vilagarcía de Arousa hasta el miércoles 12 de junio. Al poco de abrir la sala, su exposición Do añil ao minio se convirtió en marca de prestigio para aquel nuevo espacio expositivo y también supuso la irrupción poderosa del color en la obra de Chaves. «La habitación en la que dormía de niño era de color añil. Después, redescubrí la fuerza del añil como elemento pictórico. Es un color muy poderoso. Desde entonces, voy a los pigmentos más que a las pinturas clásicas de bellas artes. En esa exposición de principios del siglo XXI, utilicé por primera vez el añil y colores conseguidos con pigmentos, con potencia lumínica», explica.

En los años 70, Chaves fue el clásico joven vilagarciano que conoció la leche americana y fue alumno de profesores singulares como don Crisanto o Villaronga. Conduciendo un taxi durante algunos años, descubrió que en la vida hay muchos más caminos de lo que parece y también descubrió el trabajo duro y la exigencia: se levantaba a las siete, conducía hasta el mediodía, pintaba hasta el atardecer y volvía al coche hasta las dos de la mañana. Esa etapa lo marca y lo define: «No soy nada hedonista, soy muy de trabajar, de autoexigencia y autocrítica».

Exposiciones de 1991-1992 en A Casa da Parra de Santiago y en la galería Severo Pardo de Vigo, presentada por Carlos Oroza, le permiten dar un salto y cimentan una resolución vital: vivir de la pintura. Después, aparece la galería Atlántica de A Coruña y su dueño, Salvador Corroto, ya fallecido, al que tanto debe. «Creyó en mí, me llevó a muchas ferias, me facilitó conocer a Canogar, a Caruncho, a Feito... Con él, llegué a un gran nivel de exigencia porque iba a cinco o seis ferias al año y en todas exponía obra nueva en espacios grandes. Fue una buena etapa para el arte en Galicia. Estaba el museo Fenosa, que me llevó a Arco y a Argel. Con Caixa Nova expuse en el Instituto Cervantes de París. Pero hoy, todo eso ha desaparecido», recuerda y lamenta.

En su retiro de Lois, Chaves pinta, piensa, estudia, dialoga con su pintura. «Ese sustrato de estudio se nota en Travelling, la exposición que se puede ver estos días en la sala Rivas Briones. Llego al estudio a las ocho y me vuelvo a las diez de la noche o dos días después, siempre encima de los cuadros, como si estuviera corrigiendo un texto. En esta exposición es como si me llegaran la madurez y el sosiego», se desnuda Chaves.

La madurez... Un arma de doble filo para el artista. «Te ayuda a despojarte de cosas, a saber lo que no quieres, a huir del artificio. Sientes la responsabilidad de cerrar el círculo.. Ves las cosas en perspectiva, como si todo empezara a encajar... Por eso se llama Travelling», detalla. «No sé si me dará tiempo a hacer todo lo que deseo. Soy lo que pinto... ¿Qué soy, pintor? Pues he de dedicar el tiempo a pintar», apostilla.

¿Y venderse para vivir de la pintura desde Vilagarcía? El ingrato y duro trabajo del marketing del arte. «Mi vida es ahora más monacal, pero hay que enseñar la obra, venderla... Pinto desde que era un niño y siempre supe que quería vivir de esto. Estoy muy trillado ya en el mundo del arte y las exposiciones. Me gusta la relación con el público. No es fácil porque la actividad creativa está muy banalizada», opina el artista.

Sobre Vilagarcía, estima Xaquín Chaves que la ciudad tiene mimbres para dar todavía mucho más. «O Salnés y Vilagarcía son un pequeño mundo con creadores importantes. Aquí nace y crea un núcleo fundamental de la cultura gallega (Dieste, Castelao, Manuel Antonio, Leopoldo Nóvoa, Asorey, Cabanillas), sigue con nuestra generación y empieza a dar sus frutos (actores, modistas, músicos) en la siguiente generación. No sé si serán los aires, la economía mixta de la ría, la luz, cierto idealismo que añora el pasado y sueña con el futuro», reflexiona Xaquín Chaves antes de recurrir al ayer familiar como explicación emocional: «Mi abuelo vino en un barco a principios del siglo XX, vio este lugar espectacular y se quedó».

«Mi estudio es un nido. He vuelto al lugar de mi infancia, al río donde me bañaba de niño»

«La madurez ayuda a saber qué no quieres hacer. No sé si me dará tiempo a hacer lo que deseo»