La habilidad para caminar sobre aguas turbulentas

AROUSA

VÍTOR MEJUTO

Tomás Fole inició su particular remontada para la gaviota en la campaña del 2007

08 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

No es nada sencillo que un político se moje. Que no se moje si él no quiere, se entiende, porque cuando lo desean se meten en los charcos que hagan falta y chapotean todo lo que pueden. A Tomás Fole, hace doce años, lo metimos en el río. Así. A lo bravo, pero con unas buenas botas de agua para protegerle de salpicaduras innecesarias. Lo pasó como un niño. Probablemente fue uno de los días en los que más disfrutó en aquel mayo del 2007, porque solo unas horas después veía como el PSOE ganaba las elecciones con Enrique León a la cabeza de la lista. Eran unos comicios especiales, los primeros de la era postGago, y en el PP en general, y su candidato en particular, albergaban la esperanza de que el reinado socialista en Ravella tuviera los días contados. Y es verdad que los tenía, pero no en ese momento. Fole Díaz tuvo que aguardar todavía cuatro años más para llevar el bastón de mando. Lo cierto es que a Fole se le veía con ganas. Repartió estopa a diestra y siniestra. Repartía más a la siniestra, claro, porque a la diestra ya no le quedaba mucho más donde dar. Bueno, le quedaba Rivera Mallo, en una espina que no fue capaz de desclavar hasta que el Senado y Cholo Dorgambide aparecieron para ayudarle en una de esas extrañas alianzas que a veces ocurren. Repartía, decíamos, por doquier: «Enfrente tenemos un escenario conformado por un León que no tiene la confianza de su propio partido y necesita apoyarse en otro, el BNG. Y no digamos ya si tienen que echar mano de un tercero. Vilagarcía no puede depender de un batiburrillo», contaba en la entrevista un Tomás Fole que avanzaba que su principal intención era que la ciudad recuperara su estatus, su condición y su calidad de vida. El entonces líder del PP tenía, eso sí, una especial obsesión con cierto edil socialista: «Cuervo es un de los principales peligros de ese gobierno virtual», decía. Y lo cierto es que más que fuera, los peligros para él le llegarían desde dentro. Aquellas tranquilas aguas del río de O Con se convertirían luego en un turbulento caudal que él supo sortear con habilidad. Al menos durante un tiempo. Ya lo dijo entonces también: «Si no tuviese apoyos no perjudicaría al partido». Amén.