Todo el mundo quiere callos

Maruxa Alfonso Laya
m. alfonso MEIS / LA VOZ

AROUSA

Meis demostró una vez más que su fiesta gastronómica no tiene rival y que ni siquiera un domingo de playa puede competir con sus exquisitas raciones

09 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Domingo de calor, de los que todavía no se habían vivido este año. Así que es fácil comprender que buena parte de la población arousana se hiciera con una sombrilla y una toalla y eligiera la playa como destino. Lo que quizás no sea tan fácil de entender es que ese plan se cambiase por otro que implique hacer cola bajo un sol de justicia con un único objetivo: hacerse con una ración de callos. Sin embargo, fueron muchos los que optaron por la segunda opción, y alrededor de la una de la tarde en el Campo da Feira de Mosteiro no cabía ni un alfiler. Unos esperaban pacientemente a que les tocara el turno de recoger su ración. Otros portaban grandes ollas en las que llevarse la comida para casa. Y los más madrugadores daban ya buena cuenta de sus platos a la sombra de las carpas. Meis volvió a demostrar ayer que su celebración gastronómica no tiene rival. Y que ni siquiera los increíbles arenales arousanos suponen competencia alguna para sus callos.

Las primeras raciones comenzaron a servirse a las once y media de la mañana. Y los primeros comensales llegaron bien pronto, quizás temerosos de que las dos toneladas y media de producto cocinado fueran escasas para la demanda. A juzgar por lo sucedido posteriormente, llevaban razón. De los seis mil platos de callos que se sirvieron no debieron quedar ni las migas. Alrededor de la una de la tarde el ir y venir de coches hacia el recinto de la feria era continuo. Unos buscaban sitio donde aparcar, mientras otros se marchaban ya con ollas llenas de este suculento producto. El recinto festivo estaba hasta los topes. La cola para hacerse con una ración era larga, muy larga, pero también rápida. Porque dentro de la carpa, los trabajadores no daban abasto a servir raciones de callos, colocarles el pan y acompañarlas de la correspondiente bebida. Con la bandeja en la mano, los comensales se lanzaban entonces a la búsqueda de un espacio en el que comer tranquilamente. Tampoco esto era tarea sencilla. Porque a esa misma hora buena parte de las mesas y sillas colocadas bajo las carpas también estaban ya ocupadas. Por fortuna también aquí había agilidad y los recién llegados iban aprovechando los espacios que dejaban libres los más madrugadores. A nadie parecía importarle el calor, que a esa hora ya apretaba fuerte.

Así transcurrió la mañana y, entre los que se llevaron la comida a casa y los que optaron por degustarla en el recinto, no quedó nada. Ni gota. Los de Meis son «os mellores callos do mundo» y nadie puede resistirse a ellos.