El narcotransportista que quiso ser jefe

M. Santaló VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Ramón Leiro

O Mulo, que sorteó la prisión y la muerte en infinidad de ocasiones, se enfrenta a 24 años de cárcel

04 ene 2021 . Actualizado a las 21:49 h.

Por muy poco, pero Rafael Bugallo Piñeiro, O Mulo, no terminó de pasar la Navidad del 2015 en casa. Era víspera del día de Reyes y la colección de pelucas con las que se convertía en otros para no ser descubierto no pudo salvarlo. Tampoco ninguna otra de las precauciones tomadas: cuando sonó el timbre de su casa aguantó la respiración hasta que no pudo más y salió del zulo que había habilitado detrás de un armario. Estaba detenido por el alijo de 1.245 kilogramos de cocaína que lo sentó está semana en el banquillo de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Pontevedra para afrontar un juicio que tiene visos de prolongarse en el tiempo.

Entre esta detención y la de agosto del 2008 por un alijo todavía mayor hay una similitud que evidencia el paso del tiempo: O Mulo dejó de ser ese transportista tan codiciado de los años noventa para convertirse en jefe. En ambas ocasiones estaba en su casa, lejos de esas planeadoras que comenzó a pilotar con poco más de 20 años y con las que movió cajetillas de tabaco, primero, para después pasarse al hachís y la cocaína de la mano de los grandes narcotraficantes arousanos. Sorteó la prisión durante estos años, convirtiéndose en el último superviviente de la denominada época dorada del narcotráfico. Todo apunta a que su suerte ha cambiado: tras ser condenado a cuatro años y medio de prisión por la Audiencia Nacional, el pasado mes de enero volvió a sentase en el banquillo por orquestar el alijo de 3,6 toneladas que se frustró y terminó con la planeadora ardiendo en la playa de A Lanzada, una imagen que dio la vuelta a España y que muchos veraneantes no olvidarán. No tardó en buscarse una tercera oportunidad. 

Su punto fuerte

Piloto de planeadoras. Bugallo comenzó su incursión en el narcotráfico trabajando a destajo para los capos. Su corpulencia física, que le valió el apodo de O Mulo, le permitió estar donde hiciese falta: ya fuese descargando alijos o ejerciendo de guardaespaldas. Pero si en algo destacó es en el pilotaje de planeadoras. Tanto por su conocimiento de la ría de Arousa como por su atrevimiento a la hora de escapar de las lanchas de Aduanas.

Pronto creó su propia escuela de transportistas: un equipo compuesto por mecánicos y técnicos de comunicaciones para salir hasta la mitad del Atlántico a recoger la mercancía que se ocultaba en los buques nodrizas que partían de Sudamérica. Solo Manuel Abal, Patoco, el hombre más demandado por los carteles colombianos, consiguió hacerle sombra por sus mejores infraestructuras. Pero, tras su fallecimiento en un accidente de moto en el año 2008, O Mulo se colocó en primera línea: al frente de una organización.

Hacía un par de años que se había iniciado un repunte del narcotráfico en Galicia. Y que se abortaban operaciones como la que llevó a David Pérez Lago, hijastro de Laureano Oubiña, a conformarse con una pena de nueve años de prisión por la organización de dos desembarcos de cocaína en abril del 2006. La costa gallega volvía a ser puerta de entrada y O Mulo no quiso perder la oportunidad de ponerse al frente de operaciones tan lucrativas como la que se frustró en A Lanzada.

Sorteando la muerte

Ajustes de cuentas. En sus casi cuatro décadas al pie del cañón al otro lado de la ley, O Mulo no solo logró sortear la cárcel. Se vio involucrado en dos rocambolescos ajustes de cuentas de los que todavía sorprende que saliese entero. Corría el año 1992 cuando intentó jugársela a sus socios y terminó en el cementerio de Caldas, encañonado con una pistola, mientras observaba la fosa que cavaban para él. Logró escapar a golpe de mordisco y correr monte arriba sin ser alcanzado por las balas que sus enemigos disparaban.

Salía de una y ya estaba en otra. Una noche trágica para la comarca arousana, uno de sus captores, Tucho Ferreiro, se armó de un rifle y enfiló una marcha por los bares de la zona. El primer disparo en la cabeza lo recibió Daniel Carballo, hijo del conocido narcotraficante Manuel Carballo, que se encontraba en un pub de Vilagarcía. Hubo una segunda víctima. El tercero en la lista era O Mulo, pero tras buscarlo en Cambados y no localizarlo, Ferreiro se pegó un tiro en el interior de su coche.

el gran alijo

3,6 toneladas por la borda. O Mulo decidió poner a prueba su inmortalidad una vez más. Preparó la recogida del alijo de 3,6 kilogramos de cocaína que se frustró por un error de comunicación entre los lancheros y la presencia de un avión de reconocimiento de Vigilancia Aduanera que obligó a los suyos a tirar el alijo por la borda. Para deshacer pruebas, prendieron fuego a la lanzadera en la playa de A Lanzada. Rafael Bugallo fue condenado a ocho años y medio de prisión y a una multa de 256 millones de euros después de que trascendiese una carta de su puño y letra en la que aparecen todos los pormenores del alijo y la función del resto de los acusados. Se desencadenó así una ola de confesiones que cambió el rumbo de la vista.

la última cabalgada

El Coral I. La carta en la que O Mulo confiesa su participación, pero en la que se atribuye el papel de mero transportista, fue encontrada en su vivienda durante el registro policial que concluyó con su última detención. Ya había otra investigación en marcha: la que lo sentó a lo largo de toda esta semana en el banquillo de la Audiencia Provincial de Pontevedra para rendir cuentas por el alijo de 1.245 kilos de cocaína que se frustró el 5 de enero del 2015 a 650 millas náuticas al suroeste de Cabo Verde. Bugallo aprovechó la declaración ante su abogado para desvincularse de esta última operación y atribuir todas las medidas de precaución que tomaba a la orden de búsqueda por el alijo de A Lanzada. «Pensaba entregarme una vez concluyera la Navidad», aseguró el pasado martes, cuando se acogió a su derecho a no declarar ante las preguntas del fiscal.

El cambadés utilizó las confesiones vertidas en los dos juicios que lo llevaron a prisión como baza: «Siempre reconocí los hechos: si en esta ocasión también fuera culpable, volvería a hacerlo». A petición de su letrado, relató una efímera relación con la red sudamericana de la organización que presuntamente dirigía. O Mulo reconoció haberles prestado una radio para que se comunicasen con el Coral I, un buque del que solo aseguró saber que se había quedado sin combustible y víveres. De los 49 fardos de cocaína con un valor próximo a los sesenta millones de euros que se escondían en su interior respondió lo mismo que la tripulación: no saber nada.

La declaración de Rafael Bugallo caminó en la misma línea que la de su mano derecha, Jaime Bolados, apodado el Chileno, hasta que el «notario» de la red sudamericana afirmó haberse reunido con ambos para hablar del transporte del alijo. Al día siguiente de la declaración de José Gerardo Holguín, el Chileno pidió al tribunal matizar sus palabras y señaló que las reuniones fueron para hablar del alijo y no solo de la situación del buque nodriza. Pero se mantuvo firme en la respuesta ofrecida por O Mulo: no harían el transporte. Un no que justifica por la falta de medios. «La intención de delinquir estaba ahí, pero nuestra embarcación todavía no estaba preparada», aseguró. Una versión a la que la Fiscalía no da credibilidad.

El juicio contra O Mulo y otros 16 acusados proseguirá en sesiones sueltas. La próxima será el martes y arrojará un poco más de claridad sobre el futuro del último superviviente de la edad dorada del narcotráfico: nadie sorteó la cárcel y la muerte como él. Al menos, hasta que quiso ser jefe.