Manuel Noya, el último soldador de la Escuela Naval

Marcos Gago Otero
marcos gago MARÍN / LA VOZ

AROUSA

Emilio Moldes

Compaginó su trabajo en el recinto castrense con el entrenamiento de equipos escolares de balonmano

14 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Manuel Noya Rico (Silleda, 1953) se despidió ayer del que fue su lugar de trabajo durante 44 años y siete meses: la Escuela Naval Militar de Marín. Ingresó en la dotación civil de esta institución castrense a los 19 años, cuando aprobó a la primera unas oposiciones para oficial del cuerpo de arsenales, el equivalente en la sociedad civil a soldador. Curiosamente Manuel fue el primer soldador de su familia, que además no tenía ninguna relación con el mar, y menos con la Armada. Sus estudios se hicieron en la Escuela de Maestría de Ferrol, donde pasó cinco años para conseguir el título. «Yo fui para Ferrol y allí tenía unos profesores que ya estaban en Bazán y la Armada y probé a hacer las oposiciones en Madrid, aprobé y vine para Marín».

Fue un primer año de adaptación y todo era nuevo para el recién llegado al taller mecánico. «Me acuerdo cuando entré por la puerta de Carlos I, no sabía muy bien que había que hacer porque era una institución militar», relata. Y a los pocos meses le tocó el servicio militar, que prestó en Marín, de donde ya no se movería, al contar con plaza como funcionario. «Yo siempre estuve aquí muy contento, se me pasó el tiempo muy rápido, cuando me di cuenta ya estaba jubilado», sostiene. A partir de ahora afirma que algo de nostalgia sentirá, pero incide: «sé que me tengo que marchar». Es tiempo de ceder el testigo a otro y mientras tanto, enseñar su trabajo, que se encuentra a los ojos de todos, en el recinto: torres, estructuras, el muelle flotante y muchas más obras realizadas a lo largo de más de cuatro décadas. Y es que aunque entró como operario, Manuel ascendió al título de maestro y tuvo bajo sus cometidos el mantenimiento de las instalaciones, de las lanchas de instrucción, del muelle flotante. «Me ocupaba de los trabajos que podían aparecer, porque todo se hacía aquí antes. Éramos un equipo de trabajadores muy profesional», aclara.

Taller mecánico y deportes

A lo largo de tantos años ha visto evolucionar la Escuela Naval, la modernización de la enseñanza castrense y la apertura a la sociedad civil. Aunque su misión principal era de soldador, también tuvo su momento de aplicación en la enseñanza. «Yo tuve una época que estuve de instructor de alumnos, cuando eran de máquinas», añade. Cuando esa escala se suprimió, él continuó en el recinto castrense al disponer de plaza como funcionario.

No todo fue trabajar y enseñar, también tuvo tiempo para momentos de mayor distensión. Antes de entrar en la Escuela Naval, su gran pasión eran los deportes. De esos años juveniles recuerda que «las mañanas eran para el balonmano y las tardes para el baloncesto». Conocedores de esta afición deportiva, los responsables de la Escuela Naval le dieron la opción de entrenar y arbitrar partidos de balonmano jugados por los alumnos. Manuel bromea recordando a unos cuantos almirantes y altos cargos de la Armada que pasaron antes por Marín y a los que conoce precisamente de esta función deportiva.

A la hora de hablar del rey Felipe VI, que se formó como guardiamarina en la Escuela Naval, Manuel sostiene que no lo conoce más allá de su coincidencia uno como alumno y él como soldador en la institución castrense. Añade que tampoco le tocó arbitrar ningún partido donde jugase el entonces Príncipe de Asturias, porque a Felipe VI le gustaba más el baloncesto y él se limitaba al balonmano.

Al abordar su relación con el mundo deportivo, Manuel explica que durante 27 años fue entrenador e instructor deportivo del colegio de la Inmaculada, en Marín. También fue fundador del club de balonmano de esta localidad y entrenó a equipos de voleibol. «Ese era mi trabajo por las tardes, después de salir de la Escuela Naval», recuerda con orgullo. Y es que este silledense se siente un marinense más, después de tantos años viviendo en esta villa donde el mar y la Armada conviven desde hace décadas. Ayer, en su despedida, el director de la Escuela Naval, José María Núñez Torrente, lo elogió por su disposición a colaborar y haber mantenido «un espíritu joven y alegre hasta su retiro». Ahora toca un merecido descanso.