Una carta para comérsela con los ojos cerrados

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

De la colaboración entre dos amigos surge un menú transcrito al sistema braille. Atención a la orella á feira

31 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

José Ramón Abuín sabe perfectamente qué significa eso de que a uno la vida le vaya poniendo barreras por delante. En un mundo ideado por y para la gente que ve y que tiene mucha vista, carecer de ella supone un verdadero hándicap. Durante veinte años dirigió la delegación de la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE). Justo hasta que los recortes, que no entienden de sutilezas, liquidaron la oficina. Aunque continúa afiliado, ahora disfruta de la condición de jubilado. «Y qué quieres que te diga, se vive mejor que trabajando», reconoce. El empeño cuesta, pero las cosas para las personas invidentes van mejorando poco a poco. Un buen día, una conversación con Julián Domínguez, el hombre que maneja los fogones de la tapería La Parra, sirvió en bandeja una idea para que mejoren un poco más. «Cuando voy a comer a algún sitio, los camareros me tienen que cantar la carta, no hay otro remedio, pero ¿por qué no una carta transcrita al braille?». «Ningún problema», respondió Julián. Y aquí está. Algún precedente hubo en la capital arousana, pero, hoy por hoy, solo La Parra presenta su oferta culinaria en un menú adaptado al sistema de lectoescritura.

«La carta es una hoja, una transcripción de la original, lo único es que está impresa en braille, pero es importante porque le da mucha más seguridad a la gente que no puede ver, y también le facilita el trabajo a los camareros», indica Julián, que estaba a punto de traducir sus platos a varios idiomas y no dudó en poner en práctica la idea. Su primer usuario fue José Ramón, solo faltaría. «Creo que pedí orella á feira, que me gusta mucho, tortilla y un postre». «Un brownie, me parece», añade Julián, cuya cocina, le piropea su contertulio, «está muy buena».

Arreglado el asunto del condumio, cabe preguntarle a José Ramón qué otras cosas deberían cambiar para hacerles la vida más fácil al medio millar de personas invidentes que, calcula el antiguo delegado de la ONCE, habitan en la provincia de Pontevedra. «Habría que seguir evolucionando a la hora de quitar barreras arquitectónicas, porque sigue habiendo más de las deseables. Los semáforos van mejorando, pero hay obras y andamios que no se señalizan como debieran». Una anécdota. «Un día me caí en una zanja y estuve un mes de baja, lo que pasa es que lo llevamos con humor. A un compañero le pasó lo mismo y alguien que lo vio le preguntó: ‘‘¿Se ha caído?’’. ‘‘No, es que vivo aquí’’, le contestó él». Sería necesario, añade, que la Administración afilase su sensibilidad para tener en cuenta algo tan sencillo como que el cambio de un paso de peatones puede provocar un atropello si nadie informa de manera conveniente a los ciudadanos invidentes.

Cine, televisión y cajeros

Qué decir de los sistemas de pantallas a los que tanto aprecio profesan las propias Administraciones. «Para nosotros son imposibles si algún funcionario no se da cuenta y te echa una mano». O los cajeros automáticos de los bancos. «Está muy bien que el teclado esté adaptado al braille, pero yo no puedo ver lo que está sucediendo en la pantalla», razona José Ramón. Que conste que existen fórmulas que salvan esta dificultad a través de un mecanismo de síntesis de voz que va dando instrucciones al usuario sobre qué pulsar. Pero es un recurso que no abunda, precisamente, entre nuestras sucursales.

Por existir, hasta un sistema existe para que los ciegos puedan disfrutar del cine. Se trata de una voz en off que aprovecha los momentos en los que no hay diálogo para narrar lo que se desarrolla en la pantalla. «A las personas ciegas nos dan unos auriculares y ya está», indica José Ramón, que cuenta con sorna otra anécdota, asociada esta vez a las emisiones de televisión y a las películas adaptadas que proporciona la ONCE y se basan en una formula de audiodescripción semejante. «Otro día vino un antenista a colocarme una antena en casa. En la Primera había una película en emisión adaptada y de repente la voz dijo ‘‘coge el móvil’’, y va el tío y agarra su teléfono, nervioso, no sabía qué estaba pasando». El desconcierto, por una vez, cayó del otro lado.