Tres viudas con ganas de hacer un mundo mejor

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

ramón leiro

Los domingos ahí están ellas; brindando sus galletas, sus cafés y su humanidad a quienes no tienen nada

30 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hablar con Pilar Raindo, Fina Somoza y María de los Ángeles Braña, a quien todos conocen como Catuxa, no es nada fácil. No es que ellas, que son voluntarias de la parroquia de San José de Campolongo y todos los domingos y festivos montan un comedor donde se dan desayunos y bocadillos a las personas necesitadas, no sean accesibles. Todo al contrario, nada más uno las llama por teléfono se prestan voluntarias para el reportaje sin problema alguno. Y aparecen ellas a media mañana, sonrientes y animosas, por una puerta lateral de la iglesia, donde tienen su lugar de trabajo. Sin embargo, el diálogo con ellas no es demasiado fácil. ¿Por qué? Por una razón entrañable: son inquietas hasta decir basta. La una sube a la cocina. La otra agarra unas bolsas. La tercera coge una llamada de auxilio de una persona sin recursos... lograr sentarlas juntas a la mesa y que cuenten qué es lo que hacen en Campolongo resulta toda una odisea. Pero ahí está la clave. Seguramente, si no llevasen dentro ese hormiguillo, si no fuesen unas revoltosas vitales, no lograrían hacer lo que hacen.

En realidad, Pilar, Fina y Catuxa son genio y figura cada una por separado. Su denominador común, en un principio, es que las tres son viudas, viudas relativamente jóvenes. La muerte de sus maridos, «como le pasa a muchísimas mujeres», señalan ellas -y ahí hacen un inciso y dicen que las viudas deberían unirse y compartir inquietudes-, las dejó tocadas anímicamente. Pero decidieron que esa pena podía traducirse en algo bueno; en hacer cosas por las demás. Y, por una vía o por otra, las tres acabaron coincidiendo en el proyecto benéfico de Campolongo. La primera en sumarse fue Pilar. Lo cuenta ella misma: «El anterior párroco, hace ya doce años, me dijo que había mucha gente necesitada que los domingos se quedaba sin comer porque, claro, el comedor social de San Francisco cierra, y que podíamos empezar a darles unos desayunos y unos bocadillos. Y me lancé».

Las muchas vidas de Pilar

En realidad, Pilar, que es natural de Ferrol pero lleva media vida en Pontevedra, si es por lanzarse se lanza a cuanta causa benéfica que exista. Además de repartir desayunos los domingos y festivos en Campolongo, también es voluntaria a diario en el comedor social de San Francisco y por las tardes se marcha al refugio de Calor y Café a hacer lo mismo: ayudar a que a nadie le falte un techo y una comida que llevar a la boca. A mayores, una vez por semana, se embarca en un proyecto de Cruz Roja y acompaña a pasear a un mayor solitario. Reconoce Pilar que no puede mirar para otro lado con las necesidades. Que no lo hizo nunca. Y recuerda cuando tuvo viviendo en su casa a una pareja con un niño. «Les ayudé porque estaban en una situación difícil. Finalmente él se murió de cáncer jovencísimo». Pilar le quita importancia a todo eso que ella hace. Es más, seguramente si no estuviese sentada al lado de Fina y Catuxa no aceptaría la entrevista. Las compañeras la animan. Y desvelan que además de ayudar Pilar tiene otra ocupación importante: «Venga, lo cuento. Voy a la Universidad para mayores, estudio antropología y filosofía, pero no hace falta que lo pongas», dice. Pero uno no se resiste a escribirlo. Porque es meritorio que Pilar, ama de casa, se agarre a los libros con la fuerza con la que lo hace. Se atrevió con una diplomatura sénior. Se atreve con todo. Uno le pregunta qué tal le va, pero ella le pasa la pelota a Fina y Catuxa... Dice que ellas también tiene que contar.

Ayudar tras intensa vida laboral

Fina fue profesora. Trabajó muchos años en Vilaboa. Tras jubilarse, también se lanzó a ayudar. Acude puntualmente cada semana a Campolongo para ayudar a servir chocolates, cafés, galletas y demás. Como sus compañeras, insiste en que no es justo que las tres se lleven todo el mérito, que a su lado trabajan más personas, como Ángeles, Olga o Fernando. «Cítalos por favor», corean al unísono. Fina, como Pilar, también anda embarcada en más causas solidarias. «Visito a una persona en la residencia de ancianos, si hay algo donde se pueda ayudar intento hacerlo», cuenta para luego marcharse a toda prisa, precisamente, para acudir a una de esas labores suyas.

Tampoco tiene descanso Catuxa, que es la encargada de ordenar por fecha de caducidad todos los alimentos que van donando los feligreses o varias panaderías -los desayunos se confeccionan exclusivamente con donaciones-, pone y quita tazas, dobla manteles... Entre una cosa y otra cuenta que fue auxiliar de enfermería. Trabajó muchos años en el sanatorio Santa Rita, donde conoció al que luego fue su marido. Recuerda con pena que murió joven. Y Fina y Pilar también se acuerdan de sus esposos. Acaban sonriendo las tres y reafirmándose en algo: «Hay que hacer un grupo de viudas».