Augusto y su enfermedad voluntaria e incurable

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

emilio moldes

Dice que su patología vital es el idealismo; que nació con ella, vive con ella y así es como morirá

18 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Augusto Fontán (Pontevedra, calle de la Oliva, 1953) dice que empieza a estar de vuelta en la vida. «Non o digo eu só, dinmo os que me rodean, que me vén moi tranquilo, incluso demasiado», afirma a sus 64 años en Lourizán, donde reside. Pero la cosa no es para tanto. Si se le tira de la lengua, la sigue teniendo bien afilada. Porque Augusto, además de escribir libros de antipoesía, pintar cuadros, hacer trabajos cinematográficos o criar gallinas es, sobre todo, un contestatario, que es como definen los diccionarios a quien polemiza, protesta, incluso a veces con brusquedad, contra cosas establecidas. Él, por ejemplo, fue uno de los rostros fetiche de la lucha contra el tren en Os Praceres. Esa forma de ser y de pasar por la vida, que él define como impulsiva y crítica, le viene desde la cuna. Pasen y vean si no la vida que tuvo.

Nació en la calle de la Oliva. Y cuando cuenta cómo llegó al mundo da la sensación de que ese episodio, en realidad, define a la persona en la que luego se fue convirtiendo. «Eu xa debín chegar ao mundo con impulso, con moitas gañas, porque a miña nai non lle deu tempo de ir a ningún lado e nacín rápido no chan da casa», cuenta. Sonríe al preguntarle por su infancia. No hay dolor al recordarla, y eso que no tuvo a sus padres cerca. Vivía él con los abuelos maternos, ya que se sus progenitores se marcharon a la emigración a Venezuela. En el hogar en el que se crio hubo una cosa de vital importancia para la vida de aquel niño de los sesenta que Augusto era: «Un tío meu tiña na casa unha biblioteca enorme, con moita literatura e poesía francesa, e eu lía todo o que alí había», recuerda. Augusto cursó los estudios obligatorios y luego se empleó como administrativo en una empresa. Su vida laboral siguió por ahí durante años, hasta que se pasó al gremio del ladrillo. Ahora mismo está prejubilado.

La anécdota con Laxeiro

El caso es que, ya desde joven, las inquietudes comenzaron a florecer en su cabeza. Estuvo al frente de una asociación llamada Amigos da Cultura, militó y tuvo responsabilidades en partidos nacionalistas y se bregó en mil batallas políticas y sociales. Es nombrarle aquellos años y que broten las anécdotas. Habla de cómo se logró hacer la primera estatua «pagada por suscripción popular» para homenajear a Castelao, en 1982. «

Foi difícil, eran tempos complicados. E xuntar os cartos para pagar ao escultor non foi doado. Hai un detalle que eu sempre lembro con moitísimo cariño. Laxeiro, o pintor de Lalín, que era unha persoa totalmente xenerosa, pintounos un cadro. El estaba enfermo e tiña que ir ao médico aquí e colleu un piso en Pontevedra. Pois estivo pintando alí un cadro que nos regalo e nós vendémolo por 700.000 pesetas para, entre outras cousas, pagar o asunto da homenaxe a Castelao».

Estuvo también presente cuando llegaron los restos de Castelao a Santiago. Y estuvo luchando contra embalses por toda Galicia y en cien mil batallas más. Reconoce que pudo hacerlo porque se casó con una mujer que, según indica, «aínda que non cree moito, se segue así chegará a santa». Dice que fue ella la que se ocupó de criar a sus hijos mientras él iba y venía pancarta en mano. «E fíxoo ben, porque estou moi orgullosa de eles», señala.

A la par de las causas sociales, la cultura siempre fue también un imán para Augusto. Descubrió el mundo de la antipoesía -una forma de hacer poesía rupturista, caracterizada por un lenguaje directo y coloquial-. Publicó ya once libros y su producción continúa imparable. De hecho, en septiembre espera que vea la luz uno nuevo. Igualmente, también se forjó en la pintura. «Fixen bastantes exposicións, incluso en Arxentina e Portugal», indica. También tuvo una época en la que le sedujo el súper 8. Entonces, hizo sus pinitos en el cine, donde llevó a cabo diferentes trabajos, sobre todo documentales.

Por si con todo fuese poco, Augusto nunca deja de mirar en el caleidoscopio de aficiones que lleva dentro y hace trece años decidió abrir un poco más el abanico. Se convirtió entonces en criador de gallinas de Mos. Lo hizo para defender una raza autóctona en peligro de extinción y lo hizo también porque aun siendo niño criado en ciudad siempre le tiró el rural. «Levábame miña avoa á romaría de san Blas, a min sempre me gustou o rural», indica. Coge una gallina en brazos, la mete incluso en su biblioteca, y sentencia: «Lévome mellor con elas que cos humanos». La afirmación da para volver al inicio de la conversación, para preguntarle si está cansado de la lucha y, realmente, está de vuelta. Entonces, confiesa: «Sigo enfermo de idealismo, e así morrerei».

«Lévome mellor coas galiñas que cos seres humanos», señala no sin cierta ironía