El arquitecto que tiene el mundo dentro de casa

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

capotillo

Además de contar con reliquias como una cámara de Zagala, confecciona guías de viaje de su puño y letra

28 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El refrán habla de la juventud como del divino tesoro. Pero cuando Enrique Barreiro, conocido arquitecto de Pontevedra, pone un poco de calma en su ajetreada agenda y uno puede conocerlo en una charla en su casa, llega a pensar que, en realidad, el tesoro divino, pero bien divino, es una vejez como la suya. Peina los 78 años y ya puso un punto y aparte en la profesión a la que dedicó su vida. Pero hasta ahí llega su jubilación. Porque Enrique tiene más actividades que horas del día. «Me tengo que ir en un cuarto de hora», advierte al empezar. Luego, conforme la charla avanza, los minutos pasan y se olvida del reloj. La excusa para que se siente a hablar es una cámara de fotos del tamaño de una lavadora que guarda en el estudio de arquitectura familiar, anexo a su vivienda. Perteneció a Zagala y luego a los fotógrafos Barreiro. Así que esa cámara de galería, seguramente, esté detrás de los retratos en blanco y negro que se guarden en muchas casas de Pontevedra y sus alrededores.

Enrique mira la cámara, una deliciosa reliquia que pensó que era francesa pero que fue hecha en Madrid, y se acuerda de su abuelo, Ramón Barreiro. Entonces, cuenta su historia, y la cuenta tan bien que se antoja necesario dejar estar la cámara e ir con él hasta el salón de su hogar, la conocida Casa das Caras, para poder descorchar a gusto la historia: «Mi abuelo viajó a América como polizón a los 14 años. De allí saltó a Cuba, donde se empleó haciendo los dibujos de las cajas de puros. Luego estuvo en México, y logró tener un porvenir, comprando tierras. Pero le quitaron todo cuando fue lo de Zapata... Tuvo que volver a España... Y así fue cómo acabó aquí». Su abuelo le compró el negocio de fotografía a la viuda del conocido fotógrafo Francisco Zagala. Y, así, esa cámara pasó a su familia, que puso en marcha la conocida Fotografía Barreiro.

Enrique, que da tantos detalles de cada historia que uno viaja a través del tiempo sin moverse del sofá, recuerda a su padre. Cuenta que le dijo que no usase la cámara porque a él le habían impuesto ser fotógrafo y no quería que nadie pasase por lo mismo. Habla luego de cuando encerraron a su padre en la isla de San Simón, del legado que dejó como cineasta, del momento en el que él decidió reformar esa casa en la que murieron sus antepasados... Y, mientras habla, va enseñando reliquias. Allí tiene una de esas cámaras de cine con las que su padre y su tío, que grabaron en 1932 el primer noticiario cinematográfico de la ciudad, trabajaban. Aparece también un baúl del abuelo, y uno se imagina las historias que podría contar ese cajón de piel, que seguramente salió de México acompañando la amargura de la familia Barreiro tras quitarles su porvenir.

Da igual dónde uno mire. La Casa das Caras y las palabras de Enrique son una lección de historia, de vida. Y no solo por lo que cuentan del pasado. También por el presente. Y es que Enrique muestra a qué dedica ahora su tiempo y, entonces, uno entiende que siempre tenga prisa: ora dibuja ora escribe ora va a la Uned a estudiar italiano. Eso, por no hablar de sus viajes. Recorrió un buen puñado de países y de todos se trajo imágenes, entroncando así su historia con la de la saga de fotógrafos de la que viene. Con esas fotos, compone cuadernos de viaje: tiene el mundo fotografiado dentro de su casa. Enrique es vitalidad pura. Y lo mejor llega cuando avisa de que tiene que irse: «Perdóname, pero ahora quedé para tomar un vino» señala. Y se confirma que, su vejez, es el divino tesoro.