«Una vez visto el Pórtico de la Gloria, Italia te impacta pero ya no tanto»

AROUSA

El escultor comenzó pintando, como su padre, y se crió a medio camino entre O Grove y Ourense. Asegura que el arte «produce dolor de barriga» y que no hay que explicarlo

05 sep 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

«Porto Meloxo es el puerto natural más bello de la ría», por eso -y por todo lo que significa para Enrique Conde- es uno de los lugares más especiales del artista en toda la comarca. De hecho, en toda su vida. La infancia la pasó a medio camino entre O Grove y Ourense. Recuerda en voz alta que «de mayo a octubre vivíamos descalzos», cerca del mar, mientras en el invierno, en la etapa de formación, se iba tierra adentro.

La dualidad entre la capital de As Burgas y la localidad meca influyó en su crecimiento y lo moldeó como persona y también como artista. Presume de que en O Grove «el tiempo se medía por las mareas y por los pitos de las fábricas». Sin reloj pero pendientes del cielo y del horizonte, vivían los miembros de la generación de los que nacieron en el ecuador del siglo pasado. Además, revive aquella sensación infantil, que no por repetida deja de ser sorprendente: «cuando llegaba a Ourense no me entraban los pies en los zapatos». Y es que el esparcimiento de espíritu y de juventud se contagiaba hasta las plantas de los pies, las que conectan directamente con las raíces y con el suelo.

El rincón preferido de Enrique es doble. Porto Meloxo por ser lo que significa es obvio. Pero es que en su corazón existe un lugar siempre reservado para el kiosko de Javier, su admirado amigo. Algunos lo conocerán por «el chiringuito do Carreiro» o por «el Makoki». Lo regenta el propio Javier, un apasionado del mar y de la salitre «que vive once meses en Madrid y que cuenta historias, no cuentos».

El Makoki es tan espectacular como especial. Lo es por todo lo que encierra y porque «sobre él, en los atardeceres, hay un círculo de gaviotas interminable orientadas al poniente que parecen un disco girando de Pink Floyd». Lo que lo diferencia de todo lo demás no es que parezca un barco varado en una playa, es que «es efímero» y por eso hay que saborearlo al máximo durante esos dos meses de verano que abre sus puertas y que ayer mismo se despedía hasta el nuevo respiro estival, el de 2010. Resumen Enrique que «en el Makoki atracamos personas para contar historias».

Marinero criado en el interior

Todo lo que tenga que ver con el mar y con ese universo marinero está a la orden del día en la vida del artista. Las primeras lecciones las aprendió de muy joven. Solo los que han acostumbrado los pulmones y los oídos al ambiente de las olas rompiendo saben lo que es sentir un vendaval bajo el tejado de un chiringuito o lo que es discernir y diferenciar conceptos como «norte, nortón, nortiño y nortete», cuatro vientos que podrían parecer iguales pero conviene diferenciar atendiendo a la posición del que los sufre y la intensidad de los mismos.

De adolescente, pudo vivir en primera persona la contraposición de caracteres entre los mecos y los ourensanos. «Cuando valoras las cosas es desde la distancia» y por eso descubre las diferencias entre «lo resignado de los campesinos de interior y lo valiente de los marineros de costa».

En Ourense entró en contacto con «un grupo de maestros». Su padre era pintor, de ahí le viene su faceta creadora, y el entorno en el que se movía era de intelectuales y nombres propios con mayúsculas como Otero Pedrayo, Vicente Risco o Jesús Ferro Couselo. Los califica como «personajes magníficos» y descubrió que además había un caldo de cultivo para las nuevas generaciones de personas cargadas de inquietudes. La llama cariñosamente «una tribu» que consumía literatura, poesía, música y arte.

Una clase de arte

Para aprender de Enrique basta con escucharle. El mejor símil es el que el propio artista utiliza para explicar sus comienzos como pintor, cuando ejemplifica diciendo que se trata de «transformar un papel blanco en algo bello». Pues el arte, bien explicado, es lo mismo. Dice que dejó la pintura y la cambió por la escultura porque la primera «se hizo insoportable», a lo que hay que añadir, obviamente, un cúmulo de situaciones más. Ni él sabe si volverá a los pinceles pero explica que se expresa en un movimiento constructivista y por lo tanto va a la estructura, a la idea, sin tener que copiar a la naturaleza. Aconseja que los que estén ante una obra de arte «se hagan preguntas». Informa de que «el arte inquieta mientras la ciencia tranquiliza» y que se puede resumir en dos ideas centrales: «cuando algo es bueno, me produce dolor de barriga» y que «explicar las obras es como negarlas».

El viaje eterno

Las fuentes para beber y para aprender a ser artista están esparcidas por todo el globo. «El viaje puede ser en los libros pero cuando llevas el billete de vuelta ya no hay opción de perderse», lo que es una pena. Recomienda «viajar con baúl» y hacer como él, que todos los viajes que afronta «son iniciáticos».

Define Roma como «un viaje por lo conocido» y valora igualmente los grandes monumentos del arte como los pequeños detalles. Para él, «una vez visto el Pórtico de la Gloria y haberte acercado al Mestre Mateo, Italiate impacta pero ya no tanto». Al fin y al cabo, el arte se esconde allí donde hay artistas y en Arousa hay uno, muy grande.