MAR DE FONDO | O |

22 ene 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

EXISTE por el doctor un respeto excesivo. Quizás porque sabemos que al final nuestra vida puede estar en sus manos o quizás por la autoridad que impone la bata blanca, lo cierto es que a la hora de quejarnos sobre las actitudes de los médicos muchos, optamos por callar la boca. Y digo optamos porque yo soy de las primeras. Me indigna que me hagan esperar más de lo razonable, sobre todo, cuando no existe un motivo aparente. Pero cuando el médico por fin me atiende, en lugar de reprochar el tiempo que me han hecho perder, opto por el silencio. La última vez que algo así me pasó fue en el centro de salud de Cambados. Eran las diez de la noche de un sábado cuando llegué a las instalaciones para pedir un simple antibiótico para mi otitis. El centro estaba vacío y la enfermera me pidió que pasase a la sala de espera. Perfecto, pensé ilusa de mí, en diez minutos estoy fuera. Cuál sería mi sorpresa cuando pasada media hora nadie me atiende. Comienzan entonces a llegar urgencias y yo, que llevaba media hora sin que nadie me atendiese veo como, de repente, tengo a cinco personas delante. Cuando por fin llega mi turno he perdido una hora de mi tiempo y todo porque a alguien no le pareció bien ponerse a trabajar cuando yo requerí sus servicios. Salí de allí muy cabreada pero, por ese respeto especial que le tengo a los señores doctores, no fui quien de decirle lo que pensaba a mi médica. Ahora pienso que menos mal que no mostré mi cabreo, porque si llego a protestar acabaría pidiendo el antibiótico al servicio de urgencias de Sanxenxo y teniendo que explicar que en Cambados no me han atendido por exigir mis derechos.