AREOSO | O |

03 feb 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

PUES VA a resultar que, al final, yo tenía razón. Perdonen que sea tan brusca pero es que una lleva semanas discutiendo con ex fumadores rencorosos, con no fumadores y con todo quisque que se ponía por delante sobre la nueva ley de tabaco y sus consecuencias. Decía yo que la medida era más bien inútil porque dejaba al libre albedrío de los hosteleros la decisión de si se podía fumar o no en el interior de sus establecimientos. Colgar el cartel de prohibido encender el pitillo les iba suponer perder a, por lo menos, una parte de su clientela -aquella a la que le encanta acompañar su café de una buena dosis de nicotina- y, como comprenderán, uno no curra veinte horas al día para no hacer negocio, por muy bueno que ello sea para la salud pública. Vamos que, al final, muy pocos podían permitirse el lujo de discriminar a su clientela y así, por ahora, en la mayoría de los establecimientos se puede seguir encendiendo el pitillito. De esta forma, lo único que ha conseguido la nueva ley, desde mi punto de vista, son dos cosas. La primera es que los lugares de trabajo sean espacio libre de humos. Un resultado que puede ser muy positivo, sino fuera porque en la mayoría de los centros había ya normativas que impedían que los no fumadores se viesen obligados a disfrutar del humo de sus compañeros. La segunda es que los bares se han convertido en el único reducto en que los adictos a la nicotina pueden disfrutar de sus pitillos y, por ello, están más llenos de fumadores que nunca. Mientras, a los que les molesta este vicio tienen que seguir soportándolo y todavía en mayores dosis. Y digo yo, ¿no hubiera sido más efectivo prohibir el fumar en los bares al igual que en el resto de negocios? Pues ahora la señora ministra dice que sí, que si las cosas siguen así habrá que revisar la ley. Y es que las cosas o se hacen de verdad o no se hacen. Las medias tintas nunca dan resultado.