AREOSO | O |

12 jul 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

IR A la playa hoy en día no es tarea sencilla. Que si la sombrilla para que el sol no haga daño, que si las toallas, que si la nevera con provisiones, que si los mil y un juegos distintos para que los más pequeños se entretengan y no den la brasa. Al final, a uno le resulta imprescindible el monovolumen para trasladar todo el equipo y un kilo de paciencia para no desesperarse entre atascos y demás calores. Pero sin duda el peor momento es cuando se llega al deseado arenal y se comprueba que ya no hay espacio ni para extender la toalla ni, por supuesto, para dejar el coche a menos de un kilómetro de distancia. ¿Y cuál es la mejor solución? Pues hacerse el loco, ignorar todas las señales de tráfico y tirar el coche en la primera esquina que se encuentra. Es lo más cómodo. Claro que cuando termina la relajante sesión de playa lo más normal es que en el parabrisas aparezca uno de esos temidos papelitos rosas que indican que le hubiera salido más barato llevarse a la familia de restaurante. Y el sancionado se creará con más derecho que nadie a protestar y a acordarse de los familiareas del pobre municipal que, con 39 grados de calor, se ha dedicado a hacer su trabajo. Porque como buen vecino se considera con más derecho que nadie a disfrutar de la playa.