El Obradoiro tiene su punto blues

Manuel García Reigosa
M. G. REIGOSA SANTIAGO / LA VOZ

ANDAR MIUDIÑO

PACO RODRÍGUEZ

Marcos Coll, armonicista en Berlín y fiel seguidor en Sar, regaló en su día una pieza única a Moncho Fernández y anima a Zurbriggen a aprender el Miudiño

28 ene 2022 . Actualizado a las 20:31 h.

Marcos Coll es un músico de talla internacional y un obradoirista de pura cepa que lleva tatuado el escudo de su equipo en un brazo. Hace más de quince años que se afincó en Berlín y recorre el mundo con su armónica. Desde la distancia, no se pierde un partido del colectivo de Moncho Fernández, salvo causa de fuerza mayor. No sería la primera vez que en un concierto bajase la vista hacia el teléfono móvil para ir siguiendo las incidencias de una contienda. Y tampoco sería la primera vez que se le viese sobre un escenario con la chaqueta que rememora los tiempos de Tonecho Lorenzo en el equipo.

Hace cuatro años, en una de sus visitas a Compostela, tuvo oportunidad de conocer a Moncho Fernández y le regaló una armónica personalizada que el Alquimista de Pontepedriña guarda como si fuese un preciado trofeo. Este domingo viajó de Berlín a Santiago para pasar unos días. Llegó con tiempo para acudir al derbi de Sar acompañado de su hijo Diego, que disfrutó de su primer partido en Sar. «Fue un día increíble», apunta el padre.

Y este martes, tras el entrenamiento, se acercó al Multiusos, donde se reencontró con Moncho Fernández y tuvo la ocasión de conocer a Fernando Zurbriggen, con quien había tomado contacto previamente en cuanto supo que entre las aficiones del base argentino está la de tocar la armónica. Le regaló una de la marca Hohner, como las que él utiliza en sus conciertos. Y el base se comprometió a aprender a tocar el Miudiño y a seguir uno de sus tutoriales.

En la breve charla, cada uno se interesó por el origen de la afición del otro. La de Zurbriggen tiene un punto casual: «No sé por qué, pero mi madre me regaló una armónica cuando cumplí los quince años y me fui a Buenos Aires. Ella toca el acordeón. Y mi hermano mayor es profesor de música». Le gustó, y ve mucho paralelismo con el deporte: «Inviertes mucho tiempo en solitario, pero también puedes acabar formando una banda. Y es una manera de mostrar tu arte».

Las raíces de Coll en el Obradoiro remiten a su niñez: «Jugaba en el Pío XII. Llegué a pertenecer a la cantera del Obradoiro. Y estuve un año en un High School. Con 18 años también estaba ya con los conciertos y llegó un momento en el que tuve que decidir». Y pesaron más la dolce vita y la música.

 Pasó unos años muy desconectado del baloncesto, hasta que conoció a su pareja: «En la primer cita me comentó que jugaba al baloncesto, le dije que yo también lo había practicado y no se lo creía. Nos retamos en una pista y me salió todo redondo. No daba crédito. Volví a jugar algo, empezamos a ir algunos partidos del Alba Berlín (allí vio y conoció a Kendall) y en el 2009, cuando el Obradoiro debutó en la ACB, no me lo podía creer».

«Éche o que hai», acota el base

En este punto, Zurbriggen, que está aprendiendo gallego, acota y demuestra el aprovechamiento de las clases, con su inconfundible acento argentino: «Y mirálo ahora, con ese look de classic yankee. Éche o que hai».

 Marcos Coll también le habla de sus conciertos en Buenos Aires: «Hay un nivelón. Hugo Díaz era una eminencia, La Missisipi Blues Band...». «La Missisipi...», evoca Zurbriggen.

Se emplazan para alargar la conversación alrededor del baloncesto, la armónica y el blues, tres vectores que en su día unió Marcos Coll para encuadrar al Obradoiro: «El Obra es muy de blues. Siempre está luchando, todo lo tiene que pelear. No es como el pop, como cuando un sello discográfico se vuelca y te lo da todo hecho. En el blues todo se gana concierto a concierto. Como el Obra, partido a partido».