La metamorfosis del Alquimista

ANDAR MIUDIÑO

Moncho Fernández vuelve a dejar un amplio catálogo de gestos esta campaña, reflejo de un carácter que remansa en cuanto se aleja del parqué

17 may 2021 . Actualizado a las 11:22 h.

No hay grandes diferencias entre el Moncho Fernández que llegó al Obradoiro con 40 años y el que va camino de los 52. Se mantiene en la franja del peso wélter o medio, con el pelo más plateado y algo menos espeso, esta temporada sin ese flequillo que parecía ya un apéndice en su frontispicio y que hacía sombra a cualquier otro rasgo. Conserva la pasión por el baloncesto intacta, con la misma mirada afilada cuando algo falla. En la cancha es uno y en cuanto se aleja de la pista es otro. El Alquimista volcánico remansa el carácter en cuanto deja de pisar el parqué.

Basta recuperar algunos de sus gestos más expresivos de esta temporada para ver que no han cambiado las cosas desde que lo llegaron a comparar con Bisbal por los saltos que daba en el pabellón de Gijón. Lo que no está tan claro es si domina el arte de la vehemencia o es al revés.

Si uno se remonta más atrás en el tiempo, enseguida concluye que es algo que el técnico santiagués lleva de serie en su equipamiento. Su mujer, Raquel, todavía tiene presente la primera vez que lo vio entrenar, a los chavales de La Salle, y no daba crédito en cuanto desplegó el catálogo de broncas y reclamos. «Salí indignada», recuerda. Pero pronto entendió que aquella no era una escenografía impostada, porque ha sido y es una constante en los partidos del Alquimista de Pontepedriña.

El mismo desde los inicios

Lo que también confirma Raquel es que fuera de la cancha rebaja las revoluciones y se convierte en un tipo «muy tranquilo, aunque siempre es vehemente cuando se explica». En casa apenas se habla de baloncesto. Entre otras razones, porque casi no hay tiempo durante la temporada: «Se va a las 7.40 y no vuelve hasta las 21.30 o 22 horas». Pero tampoco las conversaciones fluyen hacia ese terreno en los días libres.

Lo que sí se lleva a casa, en pequeñas dosis, es la resaca de los partidos: «Se le nota, porque es inevitable. Sin embargo, le dura poco ya que resetea muy rápido y enseguida empieza a pensar en lo que está por venir». Ganar o perder influye en el ánimo, pero pesa más el cómo: «Puede perder y estar más o menos satisfecho porque las cosas se hicieron bien, y al revés».

Otra voz autorizada para interpretar la metamorfosis del Alquimista de Pontepedriña es la de uno de los jugadores que estuvo a sus órdenes y que ya está retirado: Richi Guillén. Trabajó con Moncho Fernández en Los Barrios, en la LEB, y en el Obradoiro. Y pudo comprobar que no se le subió a la cabeza el salto de una categoría a la otra: «Me encontré a la misma persona, pero mejor entrenador por la suma de experiencias».

Curiosamente, desde dentro no se perciben de la misma manera las reacciones más o menos abruptas del técnico durante los partidos o en los tiempo muertos: «Al estar metido en el juego, no te das cuenta de la misma manera. Ahora me parece hasta divertido».

Richi Guillén mantiene el contacto con el que fuese su entrenador. Desde Málaga, donde ahora dirige equipos de base, subraya que «Moncho es una gran persona, muy cercando. Trata a todo el mundo por igual. Y sabe sacar el máximo rendimiento a sus equipos. Lo que ha hecho con el Obradoiro esta temporada es otra muestra más».

Si las pizarras hablasen, o las neveras, o las botellas de agua, o las sillas, quizás ofreciesen una imagen desde otra perspectiva. Pero probablemente entenderían las reacciones. Al fin y al cabo, son ya 340 partidos de Moncho Fernández en la ACB.