Couceiro: «El Obradoiro nunca va a dejar de ser el Obradoiro»

Manuel García Reigosa
M. G. REIGOSA SANTIAGO / LA VOZ

ANDAR MIUDIÑO

SANDRA ALONSO

Es uno de los socios fundadores del club, repasa vivencias en primera persona y reivindica «a muchos que hicieron mucho por el club sin que se supiese»

20 ene 2021 . Actualizado a las 08:02 h.

José Manuel Couceiro tiene un cierto aire de John Wayne, de siempre, ya de cuando formó parte del grupo de socios fundadores del Obradoiro CAB, en octubre de 1970. Vivió muchas batallas en primera línea y no descarta volcarlas algún día en un libro, valiéndose de una memoria prodigiosa y de documentación que conserva. Entre tanto, accede a recuperar recuerdos y anécdotas, con el deseo de «reivindicar a muchos que hicieron mucho por el club sin que se supiese de ellos».

Para contextualizar el nacimiento del Obra, empieza por preguntar la edad a este periodista: «51, entonces jugaste al baloncesto en Santiago». Una vez precisado que llegué a Compostela en 1989, continúa: «De haber nacido aquí, habrías jugado al baloncesto en algún momento».

De repente hace un inciso: «Uno de los primeros jugadores que cogí para el equipo júnior se apellidaba Reigosa. Es el actual rector de la Universidad de Vigo».

Y vuelve a los orígenes para recordar que «el germen del Obradoiro está en el minibásquet. En los sesenta, nos encargaron que lo promoviésemos en Santiago. En el 67 llegó a haber 250 equipos». Y hace otro inciso, al hilo de esa época y de la actualidad de las vacunas, al margen del baloncesto: «Estando como jefe médico en Figueirido, entre otros dos compañeros y yo vacunamos a cinco mil en cuatro días».

Regresa al baloncesto y salta hasta el día en el que arrancó el Obradoiro: «En 1970 el Compostela tenía un equipo de baloncesto. Lo llevaba Alejandro Castro. No ascendió y ahí se iba a acabar el equipo. Estábamos en el Royal. Creo que fue Ramiro, uno de los camareros, el que dijo que a ver si hacíamos algo, que no iban a salir. Ahí nace la idea del Obradoiro. Esa misma noche, en mi casa, se hacen los papeles que hoy están escritos».

Los primeros fichajes

El equipo empezó en Tercera y fue creciendo a paso rápido. El primer año pescó seis fichajes en el Bosco coruñés sin pagar traspaso ni derecho de retención, «con las becas deportivas». Pero recuerda que antes de eso «ellos también se habían llevado jugadores del desaparecido S.E.U. Todo era así».

Más tarde también le toco fichar al primer jugador americano del equipo, «Dave Stoczynski». «Lo fui a recoger a Lavacolla y venían dos -apunta Couceiro-. Llegó con Randy Noll, al que había fichado el Breogán. Me dijeron que no, que el nuestro era el otro. Venía todo floreado. Hizo una buena temporada».

Más tarde se ocupó de traer a Jimmy Thordsen, «que salió de aquí y se fue a Montreal formando parte del cinco inicial de Puerto Rico. ¿Cómo lo pude traer? Haciendo una cosa parecida a lo que ahora hace Mateo, que es un fenómeno».

Couceiro algo tuvo que ver con la presencia de Lou Carneseca en Compostela, y la organización del Europeo Júnior de 1976 con la participación de la antigua URRS en la que militaban Sabonis y Tkachenko, y con el proyecto que llevó a la construcción del viejo Sar, y con la primera temporada en la ACB...

Quizás algún día publique ese libro que tiene entre manos. Y, aunque también ha protagonizado más de un encontronazo, asegura que por ese frente «no hay más de cuatro» y prefiere quedarse con los que han sumado desde el anonimato.

«Ahora es una sociedad anónima, los tiempos son otros. Soy crítico con el presidente. Pero soy el primero que quiere que funcione, que dure muchos años y le vaya bien. Creo que acertamos con el nombre, porque es un sitio en el que se trabaja y es un club de amigos. Creo que el Obradoiro nunca va a dejar de ser el Obradoiro», concluye.

El chárter del no ascenso, colecta para viajar a Huelva

José Manuel Couceiro fue dirigente y también entrenador. Con la temporada 75/76 ya en marcha cogió las riendas del equipo, inmerso en una mala racha de resultados. Le dio la vuelta a la situación hasta tal punto que el Obra viajó a Tenerife un 13 de abril de 1976 para jugar un partido que podía valer un ascenso a la máxima categoría. Tenía que ganar al Canarias, porque en caso contrario subía el Valladolid. Y perdió por dos puntos, 82-80.

Así lo rememora Couceiro: «Teníamos un vuelo chárter para la tarde del día anterior. Pero se demoró, salimos a las seis de la mañana y el partido se jugaba a las 11, hora canaria. Llegamos con el tiempo justo».

Para los insulares el choque era intrascendente, pero pronto vio que no iban a regalar nada. «Faltaba un minuto cuarenta y pico y perdíamos de ocho -recuerda-. Pedí tiempo, les dije a los jugadores que mordiesen y que se la pasasen al puertorriqueño (Thordsen), que era el único que cobraba. Robamos un balón y nos pusimos a seis. Robamos otro, y a cuatro. Otro, y a dos». Ahí se quedó la reacción, en un día nefasto desde el 4,70: «¡Fallamos 22 tiros libres»!

No obstante, está convencido de que la clave fue el viaje: «Si el chárter no se hubiese retrasado, creo que habríamos ascendido. Nos quedamos allí una semana y jugamos un partido contra el Náutico, que estaba en Primera. Le ganamos bien». Lo cierto es que Tenerife no es una plaza que se la haya dado nunca bien al equipo. Ni antes ni ahora.

Couceiro también fue entrenador del conjunto júnior, y guarda una anécdota que pone como ejemplo de lo que era el Obradoiro en sus inicios: «Nos clasificamos para la fase final, que se jugaba en Huelva. Entonces iban solo ocho equipos. Pero no teníamos dinero. Eran las nueve de la mañana y estábamos en el Royal. Uno dijo que ponía el coche. Yo el mío. El del Royal sacó una caja, cada uno puso 5.000 pesetas y yo hice una gestión para pedir una ayuda. Me dijo que si bastaban 100.000 pesetas. Salimos pitando. Y nunca se supo quien puso el dinero».

José Manuel Couceiro no tiene duda de que el club echó raíces porque había prendido aquella semilla del minibásquet y porque el Obradoiro supo conectar con la ciudad: «En cada cosa que se necesitaba, siempre había alguien para echar una mano».

Y no faltaba el ingenio: «Había un directivo que estudiaba Derecho y era el que se encargaba de poner los carteles. Salía de la oficina que teníamos frente a la Policía y hacía el reparto. Hacía una gran labor y un día me dijo que iba a tener que empezar a cobrar. Nosotros no le podíamos pagar. Pero le dije que le iba a dar una peseta para coger el autobús de ida y otra para el de vuelta. Y como sabía que iba andando, que se lo gastase en lo que quisiese».