Raúl López: «No me considero un tipo duro»

ANDAR MIUDIÑO

Va camino de diez años al frente del club santiagués, y antes llevó las riendas del Breogán en dos etapas

24 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Va camino de diez años al frente del Obradoiro y antes fue presidente del Breogán. Lleva más de cuatro décadas en el sector del transporte de pasajeros. Empezó en Sarria, su localidad natal, y ha multiplicado por más de cien el número de autobuses.

—«O fillo do zapateiro» es ahora un magnate de los autobuses. ¿Es una frase que lo podría definir?

—No exactamente. Mi padre, entre otras muchas ocupaciones, fue limpiabotas. Mis abuelos emigraron a Argentina y mi padre nació en Buenos Aires, un 13 de abril de 1913. En la guerra volvieron para España y mis abuelos fallecieron. Quedaron los dos hijos. Y para ganarse la vida hicieron muchos trabajos.

—¿Cómo llega a los autobuses?

—Mi padre fue ahorrando peseta a peseta y su banco eran las paredes antiguas de la casa. Las metía en los huecos. Y cuando creía que tenía ahorradas 500 pesetas, se encontró con la sorpresa de que los ratones se lo habían roído. Casi tuvo que empezar de nuevo. Pero consiguió la primera camioneta.

—¿Y en su caso?

—En el año 70 hice la mili. Tenía unas inquietudes distintas. Y me independicé con una autoescuela. Me iba bien. Pero al cabo de un tiempo mi padre me dijo que o cogía la empresa, Raúl Sarria, que tenía cinco autobuses, o la vendía. Así empecé. En el año 77, con unos socios de Ponferrada, compramos la Empresa Monforte.

—¿Cuántos autobuses tienen ahora circulando en Monbus?

—Tenemos una flota de más de 850. Y en breve esperamos llegar a mil.

—¿Cómo llega al Breogán?

—Eramos transportistas de equipos, entre ellos el Breogán. El deporte me ha dado muchos disgustos en el tema del transporte. Es como cuando fumas y te hace daño, pero sigues fumando. También te da satisfacciones. El club pasaba por un mal momento, se iba al garete y varios empresarios me llamaron para ir a ver al presidente de la Diputación, a Cacharro. Fui a aquella reunión sin saber a lo que iba. Y Cacharro dijo que había que cambiar de nuevo y empezar con otro presidente. Estábamos seis y me dijo que tenía que ser yo.

—¿Y con el Obradoiro?

—Tampoco fue algo buscado. Ya había quedado atrás mi paso por el Breogán en dos etapas. Y, aunque sigo viviendo en Lugo, también tengo presencia empresarial en Santiago. El club ya había conseguido volver a la ACB, pero estaba en una situación delicada. Nos reunieron a diez empresarios, cada uno de los cuales puso diez millones de pesetas, y empezó Fran Sánchez como presidente. Pero al poco tiempo dejó el cargo y así es como empecé.

—¿Es como ser presidente del Deportivo y del Celta?

—No, creo que no son situaciones comparables.

—Usted tiene fama de tipo duro.

—No me considero un tipo duro. Me considero sensible. Los que me conocen saben que soy exigente y también soy el primero en dar ejemplo. Y la gente lo aprecia. Prefieren eso a que lo dejes todo manga por hombro y luego vengan las lamentaciones.

—Creo que la negociación con el Barça para el traspaso de Pustovyi lo podría atestiguar.

—Nunca hablo de las negociaciones. Pero sí le puedo decir lo siguiente. Para nosotros era un jugador importante y vinieron a buscarlo tarde, cuando quedaba poco margen para reaccionar en el mercado. Un mes antes, a lo mejor las cosas hubieran sido distintas. Pero nuestro planteamiento fue claro. Si de verdad querían al jugador, por 100 o 200.000 euros en un presupuesto de más de 30 millones no podría perderse la operación. Y nosotros sí queríamos al jugador. No fue fácil.

—¿Con Matt Thomas pasó algo parecido, pero con otro desenlace?

—Podría decirse que sí. Pero era peor, porque lo querían a mitad de temporada y nos dejaban muy tocados. Pensamos lo mismo. Si de verdad lo quieren, no será fácil retenerlo. Pero tampoco lo podemos regalar. Así se lo dijimos a Thomas, que al principio se disgustó. Pero fue un gran profesional. Al terminar la temporada, lo acabó firmando el Valencia.

—Con el tiempo se ha suavizado, pero alguna liada se le recuerda, como la de dejar al entrenador Sergio Valdeolmillos en tierra, en Los Barrios.

—Hoy lo hubiese solucionado de otra manera, pero no podía consentir lo que pasó. Acabábamos de caer contra el Los Barrios de Moncho, y fue entonces, por cierto, cuando me empecé a fijar en él. Estaban sin cobrar, y lo celebraron por todo lo alto. Lo vi venir y tenía un cabreo enorme con los jugadores. Valdeolmillos, por dos veces, me quiso cortar. Y me pareció una falta de respeto.

En corto

Raúl López suele alargarse en las respuestas. Se le pide un esfuerzo para que no se extienda.

—¿Algo que no soporte?

—La injusticia. Me rebelo contra lo que creo injusto.

—¿Tiene tiempo libre?

—Poco. Disfruto con el trabajo y tengo la suerte de que mi familia lo entiende. Al menos eso es lo que creo.

—¿En que emplea ese poco tiempo libre?

—Con la familia. Aunque no soy hombre de mar, me gusta navegar cuando tengo la oportunidad. También he jugado al pádel.

—¿Cuántas horas duerme?

—Ahora algo más que durante el confinamiento. Pero pocas. Y no seguido.

—¿Una comida?

—Me gusta comer bien. Los productos de la tierra son muy buenos. Pero, si me tengo que quedar con un plato, escojo el pulpo.

—¿Vino, cerveza, refresco o agua?

—Una cerveza siempre sienta bien, y más si es una Estrella. Y un Ribeiro de vez en cuando, también.

—¿Sofía Loren o Marylin Monroe?

—Claudia Cardinale.

—¿Qué le da el baloncesto?

—Muchos disgustos y, de vez en cuando, alguna alegría que suple todo lo demás.

—¿Cuál fue el fichaje más complicado que recuerda?

—El de Bonner.

—¿Un chiste corto para finalizar?

—Corto no sé ninguno [y, para dejar claro que no quiere eludir la cuestión, cuenta uno largo].