«La vida te hace cambiar...»
Moncho Fernández está convencido de que una de las claves que explica su larga trayectoria en el Obradoiro es que no mira hacia atrás. De hecho, asegura que nunca se ha parado a pensar sobre el particular: «Siempre hablamos de que para nosotros el deporte es presente, y lo bueno que tiene es la inmediatez, que cada día tienes algo que hacer, ya sea entrenar, construir equipo, ir a las ligas de verano, dirigir un partido...».
Eso sí, no se siente artífice único sino una pieza más en un engranaje: «Centrarse en el día a día es la clave para estar tanto tiempo en un sitio y, además, los mismos (en referencia a sus ayudantes, Víctor Pérez y Gonzalo Rodríguez), que también es muy difícil. Quiere decir que has ido cumpliendo los objetivos que te han marcado. Además, siempre hemos sentido que los objetivos son algo coral, una mesa con muchas patas: nosotros, los jugadores, el club con su estabilidad, la gente que viene a vernos, el apoyo del entorno... Y no son palabras vanas o de falsa modestia. Si fallara alguno de los términos del polinomio las cosas se complicarían. Todo va a muchísima velocidad».
Tampoco acusa el desgaste: «Lo que noto es el paso del tiempo. No es lo mismo tener 40 años que 50. Lo que me ha pasado en esta década desde el punto de vista personal, lógicamente, marca mi forma de ser. Uno de mis hijos era muy pequeño, se han ido familiares muy queridos por el camino, la vida te hace cambiar... Y estar diez años como entrenador profesional te hace mejor entrenador. La Liga Endesa es muy exigente desde todos los puntos de vista». Aunque son días de incertidumbre sobre el devenir de la competición, el Alquimista de Pontepedriña no se desconecta, desde casa. El baloncesto absorbe.
ana iglesias
Un auténtico todoterreno. Y nunca mejor dicho. El confimaniento decretado por el Gobierno ante la crisis del COVID-19 no ha hecho más que agudizar el ingenio de Cristóbal Dios (A Estrada, 1991). Este triatleta intenta mantener una similar rutina de entrenamiento a la de antes de que se decretase el estado de alarma. Encerrado junto a sus padres en una casa en una aldea casi desierta cerca de A Estrada, su preparación en las tres disciplinas que conforman el triatlón tenía una carencia grave: una piscina.
Deportista infatigable y apasionado del entrenamiento, a Cristóbal se le hace cuesta arriba pensar en las dificultades. Así que indagando descubrió un pozo que su abuela utilizaba hace años para almacenar el agua. La bombilla se encendió en su mente. Su piscina de supervivencia ya sabía donde estaba. «Se nos ocurrió la idea a mi padre y a mí. Mi abuela tenía un pozo en el que recolectaba el agua, pero estaba completamente destrozado y muy sucio. La primera semana de confinamiento nos pusimos a limpiarlo y a echarle cemento, y la verdad es que nos quedó bastante bien», explica Cristóbal, que en un ironman cubre 3,8 kilómetros a nado, 180 en bici y 42 a pie. Ahora en casa pedalea en el rodillo, corre por la finca y nada en el pozo.
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