Ribadeo y Viveiro tenían acreditadas 22 agencias consulares a comienzos del XIX

martín fernández

VIVEIRO

ARCHIVO DE MARTÍN FDEZ

Mantenían relaciones comerciales con Europa y América

14 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El mar siempre fue un camino. Y por él llegaron las razas, las ideas y las culturas. Por eso, en A Mariña se sabe mucho de adioses pero también de la riqueza que supone la mezcla, la fusión, la integración. Hace poco más de 200 años Ribadeo y Viveiro ya contaban con 22 agencias consulares acreditadas en sus puertos. En torno a ellas, mercaderes y emprendedores mantuvieron relaciones comerciales con países de Europa y América.

Esa intensa actividad explica la sed de lejanías de la comarca y también su alto número de emigrantes pues una de las causas de la emigración radica, sin duda, en la facilidad de acceso a los mecanismos que la posibilitaban, los puertos.

A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, la actividad mercantil en A Mariña se incrementó mucho debido a su apertura al mundo, al tráfico exterior. La masiva importación de lino y cáñamo del norte de Europa -que tanto ayudó a la formidable expansión de la industria del lienzo en Galicia- tuvo una importancia extraordinaria.

Como estudiaron Meijide Pardo o el ribadense Chemi Lombardero Rico, entre otros, ese tipo de intercambio posibilitó la fortuna de ciertos comerciantes y multiplicó el movimiento portuario sobre todo en Ribadeo que, por entonces, era el fondeadero más importante del norte gallego. Tanto, que algún año incluso superó al de Vigo en entrada de naves de bandera extranjera.

En el puerto ribadense esa inercia se mantuvo hasta casi fines del XIX como lo demuestra una noticia del 23 de enero de 1886 de la revista Galicia Moderna que dirigía en Cuba José Novo: en 1885 entraran en Ribadeo 326 buques con 2.998 tripulantes, 40.864 toneladas y 425 pasajeros y se despacharan 323 navíos con 3.001 tripulantes, 39.551 toneladas y 391 pasajeros…

Vinculadas a la dinámica actividad portuaria, en los albores del siglo se radicaron en Ribadeo y Viveiro 22 agentes consulares de ocho países extranjeros. Según el Almanaque mercantil o Guía de comerciantes para el año 1802, los de Ribadeo eran: F. Mª Amor, agente de Inglaterra, Portugal y Prusia; J. A. Campoamor, de Portugal; D. M. López Becerra, de Francia; P. Miranda Villamil, representante de Dinamarca y Suecia; L. J. Pardiñas, de Portugal; J. C. Pimentel Silva, de Estados Unidos; L. Prado, de Dinamarca e Inglaterra; y R. Travieso, de Dinamarca, Inglaterra y Suecia. Por su parte, en Viveiro operaban M. Bazo Vázquez, agente consular de Portugal; B. Galcerán, de Prusia; A. López Villapol, representante consular de Austria, Dinamarca, Estados Unidos, Francia y Suecia; y J. Otero Pino, de Portugal.

En ese tiempo, el gremio de mercaderes, que superaba la veintena en la comarca, vio notablemente acrecentado el volumen de sus negocios, si bien apenas una docena de ellos eran mayoristas. Ribadeo contaba con doce barcos mercantes.

Cenzano, Ibáñez, Canoura, Villamil y otros comerciantes

El primer gran hombre de negocios de Ribadeo a finales del siglo XVIII fue Juan Francisco Cenzano que llegara de Madrid en 1735 para trabajar en la botica de Antonia Sanjurjo Rubiños con la que se casó 12 años después. Acaudalado propietario, fue diputado del común y cónsul de Francia y Gran Bretaña. Importaba vinos de Burdeos y bacalao de Terranova que distribuía en Galicia y Castilla.

Junto a él destacó Antonio Raimundo Ibáñez, el Marqués de Sargadelos, cuyos negocios coincidieron con el esplendor del puerto ribadense. Primero fue apoderado de Rodríguez de Arango y Mon, El Indiano, y después voló por cuenta propia importando aguardientes y vinos. A finales de siglo obtuvo de la Corona registros para expedir mercancías a las Indias en barcos fletados por él una vez que consiguió la habilitación del puerto. Lino de Rusia, azúcar de Portugal, productos ultramarinos, bacalao, granos, textiles, hierro fueron algunos de los artículos comercializados.

Fueron relevantes también los hermanos Francisco y José Cabrera Aguiar dedicados a la venta de lino extranjero en las provincias de Lugo y Mondoñedo. El asturiano José Antonio Campoamor, vendedor de géneros, procurador general del Concejo y vicecónsul de Portugal. Y Manuel Canoura, que importaba vinos de Francia y bacalao de Terranova igual que Domingo López Merniés.

Algunos de ellos procedían de la Sierra de Cameros (La Rioja), Cataluña o La Maragatería (León). Antonio Marchamalo compraba lino, granos y ultramarinos tanto en Ribadeo como en A Coruña. López de Sampedro que, en 1798 ?según Meijide Pardo- armó el corsario La Casualidad, con 50 cañones de porte. Los catalanes José Benito y Juan Antonio Maimó, emparentados con los Marchamalo, abastecían puertos de Galicia y Asturias, y uno de ellos, José Benito, fue vicecónsul francés en Castropol antes de radicarse en Ribadeo y serlo de Portugal.

De origen local fue Villamil, que compraba vinos franceses pero luego extendió su campo de negocio a los mercados de Ultramar y el norte de Europa.

Villapol, Bao, Senra, Otero Pino y los catalanes Galcerán y Fuster destacaron en Viveiro y Celeiro

El principal hombre de negocios de Viveiro en el período a caballo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX fue el catalán Gabriel Galcerán que se estableció en la villa con su hermano Pedro. Importaba lino y cáñamo pero también cereales de Castilla y Francia. Se implicó en la vida local y contribuyó decisivamente a la industrialización de Viveiro levantando una fábrica de terlices -una especie de tela fuerte de lino- para la que obtuvo el título de Real Fábrica al tiempo que conseguía para sí el cargo de Administrador de la aduana de Viveiro. Otro catalán avecindado en Viveiro en ese período fue José Fuster Mossons, comerciante de granos y harinas y de vinos y aguardientes que distribuía en las provincias de Lugo, Mondoñedo y Betanzos.

De origen local fueron los comerciantes Antonio López Villapol, que se dedicó a la importación de lino y cáñamo y fue vicecónsul de Francia, Dinamarca y Austria en Viveiro. Con motivo de la invasión napoleónica sufrió saqueos de los franceses en sus casas y almacenes. El viveirense José Otero Pino fue el negociante de mayor nivel en cuanto a la importación de lino y cáñamo procedente del norte europeo. Era vicecónsul de Portugal y despachaba también sardina salada a Santander y al País Vasco, lo que le posibilitaba traer de retorno en sus barcos grano y otras mercaderías procedentes de localidades del norte español.

Otros notables mayoristas de Viveiro fueron Antonio Fernández Senra, casado con una hija de López Villapol, y Juan Fernández Bao Moscoso que estaba especializado en la importación y venta del famoso lino de Riga.

Más: martinfvizoso@gmail.com

Fotos Archivo Martín Fdez. y Colección Alberto Barciela