A Mariña fascinó en 1960 a Antonio Fraguas, el autor homenajeado el Día das Letras

La Voz

VIVEIRO

CEDIDA POR MARTÍN FERNÁNDEZ

Escribió sobre la comarca en «Vida Gallega» en 1960

12 may 2019 . Actualizado a las 21:33 h.

Antonio Fraguas, el polígrafo de Cotobade al que se dedica el Dia das Letras Galegas, escribió sobre A Mariña y quedó fascinado por ella. Lo hizo en un extenso artículo publicado en la revista Vida Gallega en mayo de 1960. El reportaje está ilustrado con un plano de la Carta Cantábrica y comienza con una declaración de principios: para valorar A Mariña hay que hacer referencia al mar desde la cumbre «desde la pendiente gastada por el continuo galopar del aire marinero entretenido en bordar para la sierra el blanquecino adorno de la niebla».

Recorrió Ribadeo de la mano de Gamallo Fierros. Y destaca que fue el primer puerto de la costa lucense y que la población «supo crear doctos marineros en su escuela y seguros y modélicos barcos en sus astilleros». Dice que el mar lleva hasta la plaza mayor y el parque «el timbre de nobleza que guarda con discreción en sus calles típicas y en sus casas blasonadas». Para él, la gran biblioteca de Ribadeo es una «magnífica continuidad de afanes culturales», Santa Cruz permite ver «la mejor panorámica de la costa» y la iglesia de Ribadeo «es franciscana y se debe al paso del santo de Asís en su peregrinaje a Compostela».

La brisa, Rinlo y los submarinos

En la villa, observa que las huertas están «con tapial o cerca, hermanadas a la casa», lo que le proporciona a ésta «el recanto de hidalguía por donde discurre la tenue luz del atardecer para perfilar mejor la sonata marinera». Y comprueba que sólo quedan restos de los castillos y muros que eran defensa del pueblo. En la ría se navega a vela y remo para, al salir de ella, afrontar una aventura sobre la comba del mar como en el verso de Gamallo: «Redoble el viento del mar/ sobre el tambor de las velas/ y, en los cordajes, la brisa/ silbe canción marinera”.

En esa hipotética barca llega el escritor a Rinlo, tierra de «viejos marineros que conocían uno a uno todos los mares del mundo». Un patrón le cuenta historias de «marineros que, durante la primera guerra mundial, trataron a los capitanes de submarinos que navegaban cerca de la costa». Y se lo cuenta describiendo “la emoción de los encuentros a media noche, la luz del proyector, el diálogo amigo y la ayuda prestada en aguas enemigas…».

Al polígrafo lo sedujo Rinlo, un pueblo «de inconfundible personalidad» en el que hombres y barcos parecen la estampa de un pueblo nórdico preparándose para la pesca de la ballena «labor de antiguo practicada a ciencia y conciencia en todos los puertos lucenses que industrializaban las capturas y, de vez en cuando, las sazonaban con largos y curiosos pleitos por razón de ciertos pormenores de las finanzas…»

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Al polígrafo lo sedujo Rinlo, un pueblo «de inconfundible personalidad»

Desde Villahermosa de Pastor Díaz a la Estaca, donde los fenicios reparaban sus gobernalles

Despues de Sargadelos, Fraguas vuelve al mar. Anota «los salientes de Burela, Juan Mariño, San Ciprián y Morás» y describe que la costa va recta hasta A Medixa y A Roncadoira y que en Saiñas se inicia la ría de Viveiro que dominan el Faro y el Penedo do Galo con sus ermitas de Misericordia y San Roque.

Viveiro es «lugar de bellos paisajes». La denomina «Villahermosa de Pastor Díaz, el poeta que oyó cantar la última sirena». Reproduce un poema suyo -“No más oí de la gentil sirena/ el cántico divino…”- y dice que, atento a los encantos de la ilusión, esperó inmóvil frente al mar para oir la singular melodía y tan sólo pudo escuchar «su tumbo sobre la arena/ y el ronco son del caracol marino».

Según él, la personalidad de Viveiro la marcan «la puerta de la ciudad, el ábside románico y, sobre todo, el puente y el malecón». Y aconseja un paseo nocturno para admirar la maravillosa estampa que regalaba el espíritu romántico de Pastor Díaz. En la ciudad, las modernas industrias de mar y tierra se acercan a la ría, la fábrica y el taller alternan con el pazo y la casa de campo y el bullicio del puerto con las recogidas horas de sosiego. El modo de vivir de Viveiro provoca profunda saudade a los marineros: «¿Non virá un ventiño norte/ que pra Viveiro me leve?».

Despues de Covas y la isla Gabeira, don Antonio busca Socastro, la fortaleza de antaño, para continuar por la península que separa las rías de Viveiro y O Barqueiro. La isla Coelleira señala con su faro la posición de las rías y el Vigía de Vicedo atiende a los vientos de uno y otro mar.

Así llega al final de su recorrido, el estuario del Sor, el límite de la provincia. La orilla izquierda de la Ría do Barqueiro pertenece a A Coruña y se prolonga hasta el cabo de la Estaca «donde el rumbo sur advierte al navegante de la nueva ría de Santa Marta y donde concluye la Carta del Cantábrico, aquí, donde los fenicios ordenaban sus mercancías y reparaban los gobernalles»…

Según él, la personalidad de Viveiro la marcan sobre todo

«el puente y

el malecón»

El primer alto horno de España y los 200 carros de Sargadelos para el servicio de las fábricas

Tras dejar Ribadeo «la costa de largas playas en la zona de abrasión de Reinante y Benquerencia lleva a la ría de Foz». Y la villa -a la que, según Fraguas, la ordenación y el cuidado de los jardines, da «una gracia singular»- cuenta con un «moderno puerto, de gran capacidad, construido con visión del porvenir». Para admirar la belleza del paisaje, sube a las cumbres de San Martiño donde sitúa el milagro de San Gonzalo cuando el santo ciego echó a pique los barcos normandos que acechaban la costa «todos, menos dos o tres que quedaron sobre las olas, y pidió a Dios que los llevara felizmente a su patria para que, sabedores de lo ocurrido, no volvieran a frecuentar estos caminos».

«Después de pasar la playa de Foz» el mar transforma la costa por la erosión «hasta construir galerías que producen grandes derrumbamientos». Y destaca que, en Fazouro, el río «deja la tierra fértil de la comarca de Valedouro», se alargan las playas, como la de Arealonga, y se hace notoria «la actividad erosiva que modifica el perfil y los islotes de Orxal y Chacineiras».

En Burela destaca su puerto, con una importante flota e industrias muy desarrolladas, y el caolín que fue la base de las cerámicas de Sargadelos, una rama del complejo industrial creado por Ibáñez en 1791. «En tan apartado lugar se instaló el primer alto horno que hubo en España, del cual salían desde los sencillos potes hasta las corpulentas estatuas y resistentes cañones», dice. Y revela que por los caminos de Sargadelos «cruzaban, con acompasado canto» más de doscientos carros para servicio de las fábricas.

Un tanto entristecido narra el fin de aquel milagro: «el turbión revolucionario de los momentos de la guerra contra los franceses llevó su furia contra el fundador, que fue asesinado. La fabrica continuó varios años pero al fin desaparece y en su lugar sólo quedan ruinas, recuerdos»…

En Burela destaca su puerto, con una importante flota

e industrias