Eiras, un ribadense que en 9 años ahorró 8.000 dólares en Tampa para una casa

martín fernández

RIBADEO

ARCHIVO DE MARTÍN FERNÁNDEZ

Llegó a Florida, en Estados Unidos, y se puso a trabajar en el Restaurante Victoria, que luego pasó a llamarse Sloppy Joe's Bar

17 oct 2022 . Actualizado a las 08:30 h.

José Antonio Eiras Sánchez nació en Vilaselán (Ribadeo) en 1901. No había escuela en su parroquia y hubo de acudir a las de Piñera y Ribadeo para tener estudios primarios. A los 19 años se sentía capaz de ganar el Gran National con el caballo al hombro, como diría Alvite. Y tenía una ilusión, un empeño: construir una casa grande y confortable para sí y los suyos, vivir un mundo mejor que el que le tocara en suerte. A su alrededor todo era pobreza, precariedad, guerra en Marruecos, incertidumbre. No podía esperar del mañana lo que diera el ayer. Y decidió conquistar el futuro en Ultramar. Fueron nueve años duros. Ahorró cada céntimo, no malgastó su tiempo. Y logró su objetivo y decidir su camino.

Era hijo de Manuel Eiras do Penedo, de Saldanxe (A Pastoriza), y de Angustias Sánchez López, de Vilaselán, que tuvieron cuatro hijos: José Antonio, el mayor, y tres mujeres: Carmen (1902), Elena (1904) y Manuela (1908). El 21 de junio de 1920 subió al vapor Alfonso XII en A Coruña que llevaba rumbo a Cuba a 36 pasajeros en Cámara y 445 en 3ª Ordinaria. El pasaje le costó 381,10 pesetas. Y llegó a La Habana 13 días después.

Primero, a Florida

Allí lo esperaba su tío Emilio Sánchez López que trabajaba en el ferry La Habana-Cayo Hueso. Tras un tiempo en la capital, su tío se ofreció a llevarlo como polizón a la pujante y turística villa de Florida (Estados Unidos). Aceptó y nada más llegar se puso a trabajar en el Restaurante Victoria, del valenciano Juan Farto, fregando platos y luego como cocinero. Corría el año de 1921 y escribía a su familia en el papel timbrado del local que, después, pasó a llamarse Sloppy Joe´s Bar y fue concurrido lugar de encuentro de famosos como Gary Cooper, Ingrid Bergmann, Hemingway y otros.

Comida gratis y cama

José Antonio permaneció 18 meses en Cayo Hueso y en 1922 marchó a Tampa que entonces, con sus 234 fábricas, era la capital mundial del tabaco: la mitad de sus 50.000 habitantes se ocupaba en el sector. En su traslado, además de la prosperidad que ofrecía la ciudad, influyó sentir el amparo de la gran colonia de A Mariña en la zona. Él se empleó en una casa de comidas de la céntrica Franklin Street y se alojó en la casa -«2315 Green Street West Tampa 33606»- de dos emigrantes de Vilaousende (Ribadeo), Constantino García ?de Casa Caxigueiro- y Aurora Delgado Iglesias que llegaran a la ciudad a principios de siglo.

Eiras comía en el restaurante y tenía una habitación de alquiler en casa de sus paisanos. Así pudo ahorrar y organizarse. No quiso acudir a un homenaje de la colonia al boxeador Paulino Uzcudum porque el plato costaba 17 dólares y él no cruzara el mar para andar de fiestas y francachelas… Vivió en Tampa hasta 1929 cuando, poco antes del crack, decidió regresar a Ribadeo. Tenía 8.000 dólares ahorrados, 28 años, un sueño cumplido y una vida por delante.

La memoria de un hijo que siguió sus huellas, un amigo de Riobarba y una ciudad de tabaco y gallegos

La vida de José Antonio Eiras no fue en vano. Su ejemplo fue la mejor educación para su familia. Hoy, su hijo Mario es fiel guardián y ferviente devoto de su memoria. Recogió en un texto sus vivencias para «dejar constancia para generaciones futuras, hijos y nietos, de la grandeza humana de un buen hijo y un buen padre que se desvivió» para dar a los suyos un mundo mejor del que encontró. Mario conserva objetos, cartas, fotos, documentos y hasta los justificantes de las remesas que envió desde Tampa. Y una carta de Juan Balseiro Castro, de Riobarba (O Vicedo), del 20 de octubre de 1938. Era este buen amigo de José Antonio. Tanto que, como Juan regresó antes que él, le confió 1.000 pesetas para darle a su padre en Vilaselán, como así hizo. La admiración de Mario por su padre es tanta que, tras jubilarse, el 9 de marzo de 2008 viajó a Tampa ?con su mujer Carmen y sus familiares Álvaro y Marta- a pisar los pasos que pisó, visitar lugares donde estuvo, sentir sentimientos que experimentó… Comió en el local del viejo Restaurante Victoria; visitó el Centro Asturiano del que fue el socio 26.466; estuvo en la habitación que alquiló a sus paisanos Constantino y Aurora y en la que vivía su hija Aurora; y abrazó, para eternizar afectos, a los amigos que José Antonio tuvo en una ciudad ?los Rañón, Docobo, Conrado, Ramón Oural y Amalia etc..- que tenía 51.608 vecinos, al abandonarla 101.335 y que hoy cuenta con 350.000 residentes. Buena parte de su historia la escribieron -bajo el humo del tabaco, con sangre, sudor y lágrimas- miles de gallegos ejemplares. Como José Antonio Eiras Sánchez.

18 remesas y 5.000 pesetas perdidas al no validarlas en la guerra

Durante sus años en Tampa, José Antonio Eiras envió regularmente dinero a sus padres. Y, aunque tenía cuenta en el Banco Herrero, dos días después de llegar a Ribadeo, el 1 de julio de 1929, abrió una libreta en el Banco Pastor ?la número 108- con los cuartos que traía. Reunió, en total, 8.000 dólares, unas 60.000 pesetas, pues el cambio era 1 dólar, 7 pesetas.

En nueve años, efectuó 18 remesas por valor de 5.455 dólares (38.185 pesetas). Los años, envíos y cantidades remitidas fueron las siguientes: 1921, 1, 133 dólares; 1923, 1, 42; 1924, 3, 931; 1925, 2, 442; 1926, 4, 1.709; 1927, 1, 160; 1928, 2, 657; y 1929, 4, 1.381 dólares. Todas las transferencias las hizo desde Tampa excepto la primera que fue desde La Habana. Su hijo Mario Eiras conserva una carta de 1921 donde su padre dice que envía 133 dólares desde Cuba, a través de su tío Emilio, porque al hacerlo desde allí se podría cobrar en Ribadeo, mientras que si lo hacía desde Cayo Hueso había que desplazarse a Lugo o A Coruña con el consiguiente gasto.

Con ese capital construyó su sueño: una buena casa, con terreno, alpendres y añadidos en Vilaselán. Y aún le sobró dinero. Cuando Franco se alzó en armas contra la República, José Antonio guardaba en su domicilio 5.000 pesetas. El gobierno franquista emitió una orden instando a convalidar el efectivo en manos privadas pero él no lo hizo en la confianza de que la República acabaría triunfando. No fue así y perdió lo que había ganado y ahorrado con tanto esfuerzo. Eso le supuso alguna crisis nerviosa.

En esa casa de Vilaselán, vivió, como soñara, con sus padres y hermanas, hasta que se casaron o fallecieron, y luego con su esposa Ramona Soto Sánchez y su hijo Mario.

Si en la emigración había sido cocinero, de vuelta a Ribadeo continuó el oficio de su padre ?carpintero- y construyó casas, pajares, cubiertas de tejados, carros del país etc. En 1959 murió su socio Eugenio Lombardero, de La Pega (parroquia de Obe), que ya trabajara con su padre, y él se jubiló en 1964 para fallecer diez años después.