Ribadeo y su Estrella de Oriente

carola martínez

RIBADEO

FOTO LEGAZPI ESTUDIO

Una nieta homenajea a su abuelo en la visita de los Reyes que llevaba en Ribadeo

05 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«No se tiran caramelos hasta la esquina de Maseda», así empezaban todas las Cabalgatas de Reyes. Dicho lo cual los niños hacíamos lo que nos daba la gana. Me encantaría cumplir noventa años y que mi fecha favorita del calendario fuera el día de Reyes. Esto era un poco lo que le pasaba a mi abuelo Toñito.

El día cinco por la mañana se despertaba ya como un rayo, era el día que recibía a Sus Excelentísimas Majestades, todo tenía que salir perfecto. Era una especie de Estrella de Oriente ribadense, que año tras año guiaba a Melchor, Gaspar y Baltasar hasta aquí.

La semana antes ya andaba por la vida aún más rápido que normalmente, organizando los últimos detalles, colocando la última brillantina, asegurándose de que todos los pajes tuvieran sus capas, las antorchas todas rellenas de parafina, las plumas de los pay-pay, las bolsitas de caramelos, los regalos para el asilo… No siempre salía todo bien a ojos de los adultos, pero los de los niños flipaban como nunca.

Tuve la suerte de vivir los preparativos para el Gran Día desde muy pequeña hasta bien entrada la mayoría de edad. Recuerdo tardes enteras en el salón de mis abuelos preparando las bolsitas de caramelos que los pajes iban dando durante el recorrido, kilos y kilos de caramelos repartidos en sacos por toda la casa; se llenaba la bolsita con diez caramelos, hasta arriba de todo, se daba una doblez al plástico y un adulto lo grapaba.

Antonio se pasaba el año yendo de aquí para allá, del Concello a casas particulares, de las modistas a los bancos, del garaje de las carrozas a la ferretería, y durante muchos años yo iba con él a todos lados. Trabajaba a tiempo completo para Sus Majestades de Oriente, siempre con amigos a su lado, claro, y llegado el gran día se fundía entre el disfrute y el control de que todo saliera bien. Acababa el día cansadísimo, con los años cada vez más, y el día seis su regalo de cada año era la ilusión de los niños, incluidos nosotros, que habían sentido la magia de la noche del cinco.

El trabajo de Antonio a veces salía espectacular, otras veces llovía y se iba todo al traste, y otras tantas no salía como él esperaba. Había gente a la que le fascinaba, otra a la que le parecía terrible todo en general, pero es un hecho que ilusionó a treinta generaciones de niños de Ribadeo que miraban con ojos como platos como Melchor, Gaspar y Baltasar saludaban desde una carroza brillante; ya no te digo cuando, subida a sus rodillas en el Concello, te llamaban por tu nombre. Es lo más parecido a explotarte el corazón.

Durante los treinta años que Antonio anduvo para arriba y para abajo preparando la noche de Reyes hubo niños y niñas que se portaron bien, otros años no tan bien, y otros años merecían carbón, pero todos tuvieron su noche de ilusión el día cinco de enero, mirando hacia arriba en esa lluvia de caramelos constante que caían como piedras de azúcar. A ningún niño en treinta años le faltó una Cabalgata de Reyes.

Este año no la hay, y con mis veinticinco años ya echo de menos la mezcla de tambores y trompetas atronadoras de Melchor, seguido de las gaitas de Gaspar y la batukada de Baltasar. Todos los sonidos mezclados entre sí, el olor a parafina quemando de las antorchas, Balbino dirigiendo el cotarro, Nuchi de aquí para allá y mi abuelo a sus noventa paticando como loco como si la edad no fuera un freno para la ilusión.

Hace ya un par de años que la enfermedad y la vejez lo apartaron de las carrozas, pero se me hace un poco fuerte que este año que él nos falta sea el primero que no salen los tractores tirando de Sus Majestades. Como si se hubiera fundido una luz de nuestra Estrella de Oriente particular.

Desde aquí y bastante emocionada, gracias Toñito, por tanta ilusión; no como tu nieta, si no como una de tantas miles de pequeñajas y pequeñajos ribadenses que durante treinta años fliparon lo más grande viendo a Sus Majestades de Oriente decir su nombre.

Gracias por tanto.