Javier Díez, rescatador del Pesca 1: «El peor mar que recuerdo fue el día del Prestige»

L. Vidal REDACCIÓN / LA VOZ

RIBADEO

GUSTAVO RIVAS

Pasó de cazar malos en Algeciras a rescatar a personas en apuros en Galicia. Ahora se jubila «con pena» y dice adiós, en medio de reconocimientos, a una profesión tan dura como amada

21 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

A sus 58 años cuelga las botas. O mejor dicho, el neopreno. Francisco Javier Díez dice adiós a las misiones en el Pesca 1, el helicóptero de rescate con base en Peinador, tras casi tres décadas suspendido de un cable para salvar vidas que pendían de un hilo. Su último día de trabajo, el pasado 28 de julio, aunque desde entonces apenas ha tenido tiempo de disfrutar de su retiro dorado. Sin ir más lejos, este lunes recogía de manos de la Conselleira do Mar un reconocimiento a su carrera.

«Me dio pena dejarlo pero se juntaron varias circunstancias», reconoce con un tono cargado ya de cierta nostalgia, a pesar del escaso tiempo que lleva oficialmente jubilado. «Mi mujer, que no paraba de decirme, "Venga, déjalo ya", luego nos amenazaron con que nos iban a bajar el sueldo a todos...», recuerda Javier, un apasionado de su trabajo. «Mis compañeros me decían "Pero hombre, ¿qué haces aún aquí?". Consulté en la Seguridad Social, hice cuentas, y ya ves...». Es el primer rescatador jubilado del país. «Esta profesión es relativamente joven», cuenta. «Yo era el más veterano de todos». ¿Pero hasta qué edad puede estar uno ahí arriba?: «Como los marineros, nosotros tenemos un coeficiente reductor, pero mientras te encuentres bien y en forma...». 

Un asturiano cuasi gallego

Nacido en Oviedo, desde muy temprano estableció un vínculo familiar con Galicia. «Siempre veraneé en Figueras, frente a Ribadeo. Además, mi madre tenía dos hermanos que se vinieron a vivir a esta comunidad y al final acabamos todos en Vigo», explica. «Mi padre era funcionario. Le gustaba mucho el mar. Navegaba con él en un barquito que teníamos. Supongo que me pegó algo de él». En realidad, comparte más aspectos con su progenitor, porque Javier también es funcionario, de Vigilancia Aduanera. «Estuve diez años trabajando como tal, primero en Málaga y después en Algeciras, donde me ofrecieron venir aquí. Y pensé, bueno, por probar. Pedí una excedencia y aquí estoy». Sus primeros ocho meses como rescatador los hizo a bordo del Pesca 2. No era su primer vuelo con aspas. «En los últimos años en Algeciras ya había volado en helicóptero, pero esto no tenía nada que ver». Tuvo que cambiar completamente el chip. De pasar de ir «a saco» a por «los malos» a rescatar a personas en apuros. «Antes nuestros movimientos de aproximación eran por sorpresa, para evitar ser detectados. En el Pesca tenías que sobrevolar la zona para que te vieran, mirar el viento, bajar poco a poco hasta quedar en estacionario...».

A partir de ahí, el helicóptero Pesca 1 se convertiría en la segunda casa de su vida, el vehículo de tantas operaciones que le resulta imposible enumerarlas. «Todo el mundo recuerda el día del Prestige porque se dieron unas circunstancias muy adversas. El peor mar que recuerdo en mi vida. Y eso que era de día y se trataba de un barco grande, que facilita las maniobras». Ellos fueron los primeros en llegar al escenario de la tragedia. «Sacamos a seis o siete personas. Luego llegó el Helimer y ya nos fuimos haciendo relevos».

Javier prefiere mil veces antes un vendaval que grandes olas. «El viento aún te da sustentación, ayuda a dar potencia, pero si bajas a un mar picado, que se mueve un montón, tu objetivo se mueve con él, arriba y abajo, y es muy difícil acertar, llegar a él».  

El momento más crítico

La salida no marca tanto la dificultad de la operación en sí, como una maniobra en concreto, esa en la que el helicóptero se queda quieto en el aire, el llamado, en la jerga del sector, vuelo estacionario. «Es el momento más complicado de las maniobras, el más crítico. Tienes que evaluar cuánto tiempo permaneces así, y cuanto menos sea mejor. Es verdad que antes los helicópteros iban más al límite y tenían menos potencia. Ahora son mejores. Si a esa dificultad le añades nocturnidad, hay que estar muy al tanto porque pierdes la sensación de movimiento, está todo negro y no tienes referencias».

Sin embargo, y pese a la planificación que requiere cada uno de sus movimientos, en el diccionario de los rescatadores no figura la palabra rutina. «Si la hay, estás perdido», sentencia. «Hay que evitarla siempre. Aquí si te confías y tienes un fallo, es muy posible que ya no puedas tener otro, porque no habrá segunda oportunidad», sentencia. Rutina no. Pero tampoco temor. Sí respeto. «Hombre, reconoces que te encuentras ante una situación difícil que tienes que resolver pero no sientes miedo. Es que no puedes tener el privilegio de sentirlo. Como mucho, a toro pasado, piensas "¡Madre mía!, dónde nos metimos" o "¡Buff!, ayer nos la jugamos"», confiesa. 

Nada de superhéroes

No lleva capa pero su traje de trabajo se parece bastante al de un superhéroe. Por mucho que reniegue de tal calificación. «Yo no me veo así. Me suena raro eso de héroe. Simplemente hago mi trabajo. Sí, es un trabajo bonito, porque te da una enorme satisfacción cuando lo haces. Eso es verdad».

Echando la vista atrás, reconoce que el escenario profesional ha cambiado mucho. «A nivel de medios técnicos, para mejor. Aunque también te digo -matiza-, antes con menos medios había misiones que hacías más fácil, porque ahora la normativa aeronáutica te pone muchas trabas. Eso está bien para la gente que empieza, porque las normas le sirven de freno, cuando no hay callo ni experiencia». Pero cuando sí la hay, esos protocolos, se queja, resultan frustrantes. «Hace unos años entró mucha gente nueva, y en vez de igualar por arriba, igualaron por abajo. Nos prohibieron entrenar y hacer cosas que llevábamos haciendo toda la vida. En lugar de decirles a los que llegaban que aprendiesen, los que ya estábamos nos vimos frenados. Tenemos en la sangre las ganas de rescatar a la gente, llegar pronto y sacarlos de allí cuanto antes. Ahora todo va más lento en ese sentido».

El deterioro de las condiciones laborales se encuentra en el lado negativo de la balanza. «Más por el lado de la empresa privada. Y sobre todo, desde el punto de vista económico». Cuando le preguntamos si está suficientemente compensado salvar vidas, lo tiene claro: « ¿Qué quieres que te diga? Sigo cobrando prácticamente lo mismo que cuando empecé. Antes era un buen sueldo. Treinta años más tarde, he perdido poder adquisitivo. Hay camareros de verano que ganan más».