La fonética de las campanas

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

MONDOÑEDO

Ed

07 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En la Sonata de estío de Valle-Inclán hay una escena impresionante en la que Bradomín corteja a La Niña Chole en un convento mientras de fondo se oye una campana tocando a agonía porque una monja está enferma. La agonía es a la vez la de la monja desahuciada y la del amor imposible y peligroso de los protagonistas. Y en el momento en que Bradomín besa a La Niña Chole, la campana empieza a tocar a difunto. De ese lenguaje de las campanas al que sabía sacar tanto partido Valle hablaba hace poco en este mismo periódico Valentín Ínsua, el campanero de la catedral de Mondoñedo, en una hermosa entrevista que le hizo Jorge Casanova. Efectivamente, como explica Ínsua, hay toques de campanas para todas las cosas de este mundo. No podía ser de otro modo: las campanas, que son la voz más profunda que se oye en el campo y seguramente el sonido tecnológico más antiguo que se escucha en Europa, lo han visto todo ya muchas veces; así que ya saben qué decir cuando hay un incendio, un parto, y también cuando hay una epidemia como la que estamos padeciendo.

Valentín puede hablar con autoridad, porque es de los pocos campaneros que quedan. Él sigue volteando sus campanas a mano, subiéndose a ellas para arrancarlas, casi al estilo de Utrera, pero en un modo característicamente mindoniense. Porque ese lenguaje de las campanas, aunque universal como el latín, tiene sus lenguas y dialectos; y así en Valencia (donde voltean todas las campanas a la vez) no se hace igual que en Santiago (donde solo voltea una mientras las demás permanecen fijas), o en Aragón (donde voltean las grandes, pero no las pequeñas), o en Navarra, donde en Artajona las bandean al revés. Es más, yo diría que incluso se puede hablar de una fonética de las campanas, influida por la lengua de sus fundidores y el habla local. Lo he pensado al escuchar las de algunas iglesias de Costa da Morte, campanas de voces trágicas que vienen de los barcos naufragados. Las de Camelle, Arou y Santa Cristiña de Berdoias, por ejemplo, me parece que tañen con acento inglés (la del balneario de Arteixo, que era del Hebburn Hall, diría que más bien galés), la de Santa Rosa de Laxe es claramente griega (era del Maria Laar), la de Pastoriza de Arteixo, del Kurfüst, es indiscutiblemente alemana… Y en las de Mondoñedo yo, sinceramente, escucho el habla local con su característica «è» tónica abierta. La Ronda y la Paula son campanas que pronuncian faceis en vez de facedes y que dicen orgullosamente nosoutros en vez de nós. Las oigo y me parece estar oyendo a mi abuela Ángela, que era de allí.

Se dirá que exagero, pero quienes vivimos en Santiago en la penúltima década del siglo pasado recordamos la famosa polémica por el sonido de la Berenguela. La gran campana catedralicia se había roto y la habían refundido en Holanda, y, cuando volvió a sonar otra vez, los compostelanos con oído absoluto, y en especial algunos de los músicos de la banda municipal, empezaron a decir que aquel no era el sonido. Supongo que lo que pasaba era que tañía en neerlandés. Y si bien yo defiendo que precisamente esa lengua -o más concretamente el frisio- debería ser cooficial en Galicia (al fin y al cabo es lo que entienden los cientos de miles de vacas lecheras que viven entre nosotros), en la catedral resultaba un tanto raro. Así que la empresa fue afinando la Berenguela poco a poco, hasta que un día los compostelanos de más edad dieron su veredicto: ése era el sonido. Y, de repente, todos los pájaros de Santiago se posaron a escuchar, para estar seguros de que habían oído bien. O esto último a lo mejor me lo imaginé yo.