La pontenovesa Cruz Bouza no perdona el vino y el licor café a sus 105 años

j. b. a pontenova / lalín / LA VOZ

A PONTENOVA

Elena Cuíña

Quedó viuda muy joven con dos hijos y sin pensión; trabajó toda su vida en el hostal La Cubana de A Pontenova

18 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Galicia presume de longevidad, de incrementar de forma constante el número de centenarios. En ese selecto club ya lleva algún tiempo Cruz Bouza Rojas, una lucense natural de A Pontenova que ya lleva veinticinco años residiendo en Lalín, municipio que cuenta con una veintena de personas que sobrepasan esa barrera de edad. El sábado sopló 105 velas, pero desde el Concello decidieron adelantar al viernes 13 la celebración de un pequeño homenaje en su honor. Fue a partir de las 20.00 horas en la calle T, donde reside, para que familiares y vecinos pudieran compartir con ella un rato de música, con actuación de la Banda Xuvenil de Lalín, que tocó algunas piezas en honor de Cruz Bouza.

La enfermedad de su yerno motivó que se desplazase a Lalín hace un cuarto de siglo, para ayudar a cuidarlo, así como a su bisnieta, que llevaba al colegio. En la capital dezana reside una hija, además de una nieta y una bisnieta, mientras en tierras lucenses vive su otro hijo con su mujer. Cruz Bouza quedó viuda muy joven, al fallecer su marido, que era cartero y «quitarónnos o correo». Quedó sola, sin pensión y con dos niños pequeños a su cargo. Trabajó toda su vida en el hostal La Cubana de A Pontenova, donde se encargaba de lavar la ropa, principalmente a pescadores que se alojaban allí. «Comía a mesa cos amos e nunca me faltou un café», comenta esta centenaria y que incluso le bajaban esta bebida al río, «sempre me trataron moi ben». Una labor dura en invierno, por el frío, aunque guarda gratos recuerdos. Cruz está bien de salud, come de todo y su plato favorito son los torreznos con patatas fritas y de postre una tortilla al ron que cocina su nuera. No perdona un vaso de vino en cada comida, que asegura le recetó un médico de Mondoñedo, y una copa de licor café los domingos, a los que se aficionó en Lalín.

También siente debilidad por los helados y fue siempre ávida lectora, incluido el periódico, donde comienza por las esquelas. No resultan inhabituales comentarios como «morreu moi novo, tiña 85». Sus problemas de visión le dificultan esa labor, pero en las revistas le gusta «mirar os santos». Tampoco rechaza cualquier partida de cartas. En su casa recibe a diario la visita de las vecinas por las tardes para compartir un café o si no hay, aprovecha para rezar. Goza de buena memoria y se acuerda de todo el mundo, así como de cuestiones prácticas como los medicamentos a tomar si su hija se olvida de dársela. Cruz vive feliz en Lalín pero apela a la retranca para decir que su último viaje lo hará hasta A Pontenova con una amiga suya, Chelo, de la funeraria. No en vano le prometió en que su momento la llevaría a reunirse con su marido.