Carlos Oroza: cien años y nadie le recuerda en Viveiro

A MARIÑA

XOAN CARLOS GIL

La primera vez que me encontré con el idealizado poeta del Café Gijón en el sur gallego

14 may 2023 . Actualizado a las 19:37 h.

Este sábado, 13 de mayo, se cumplieron 100 años del nacimiento de Carlos Oroza. En Vigo lo están celebrando con una gran exposición pública, con paneles que recuerdan algunos de sus mejores versos: "Que crezca el trigo cerca de las fronteras". En Viveiro, su ciudad natal, a orillas del Landro, nadie le recuerda. Eso que escribió un verso memorable que podríamos reproducir en letras grandes: "En el norte hay un mar que es más alto que el cielo". 

Yo sí recuerdo la primera vez que me encontré con él. Fue en el sur gallego, en las inmediaciones de Vigo a finales de los 70, tal vez primeros 80. Era muy joven, estaba comenzando en el periodismo haciendo reportajes para una revista mensual que se editaba en Ourense, "Galicia Viva", al tiempo que estudiaba. Salí muy temprano hacia el sur con mi viejo R-4, un cuatro latas blanco. En mi cabeza estaba el Carlos Oroza del Café Gijón, del que tanto habló Francisco Umbral en su famoso libro sobre el café literario madrileño, en el que Oroza era uno de los protagonistas principales. El gran poeta beat. 

Oroza en mi imaginación era uno, mitificado, y luego comprobé que en la vida real era otro, más humano. Más que encuentro fue para mí un encontronazo; no con él, con la realidad, la que está fuera de los libros. Hasta el mediodía no logré localizarle, ni a él ni a su casa, donde vivía. La verdad es que no era una casa, sinó un edificio en construcción todavía y parecía que estaba así, paralizado, desde hacía tiempo. Carlos Oroza vivía en una especie de ático cerrado con ladrillo en aquel esqueleto de hormigón. 

La primera impresión fue algo triste. Pero hablamos; en realidad habló él y a partir de ahí las sensaciones ya fueron otras: hablaba recitando, no sé si eran poemas o frases que iba soltando y como recitándolas a la vez. Vi al Oroza del café Gijón, me deslumbró, sin importarme que estuviésemos en dos sillas viejas y en un habitáculo creo que revestido de cemento, o ladrillo tal vez, no recuerdo, y con poca luz. Irradiaba magia con su palabra: aquellos poemas de Eva, évame...

Fue la única vez que le vi y que tuve ocasión de conversar con él. El destino me llevaría después a Viveiro, a su Viveiro, donde aún estoy, donde llevo 35 años, pero aquí nadie le recuerda. O muy pocos. Tampoco él se acordaba demasiado de su ciudad natal, pero le había hecho ilusión en su momento que acordasen dedicarle una calle, aunque todavía no se sabe cuál, creo.