«Con 13 años ya compartía barco con un hombre que había combatido en la Guerra de Filipinas»

La Voz

A MARIÑA

Xaime Ramallal

Adolfo Conrado Álvarez, «lobo de mar»: siendo un niño grande capturaba sardina, a los 15 se enroló en un barco de carbón y a los 17 en un buque de gasoil

30 ene 2023 . Actualizado a las 09:19 h.

«Ya le digo si tengo relación con el mar. De cuarenta y tres años», ríe Adolfo Conrado Álvarez, marinero jubilado natural de Cudillero (Asturias) y afincado en Ribadeo, cuando escucha que la entrevista va a girar en torno a la pesca.

Álvarez tiene 79 años. Cuenta que cuando tenía siete ya buceaba con soltura. «Nací en el mar prácticamente. Fue toda mi vida», explica. No es extraño que a los trece, siendo todavía un niño grande, comenzase a faenar en una lancha que capturaba sardina. La diferencia de edad era tan grande que compartió tripulación «con un hombre que había combatido en la Guerra de Filipinas». Entonces, cualquier hombre de 60 años, apunta, «era muy muy mayor. Ahora, con esa edad, las personas son chavales, como quien dice», ahonda.

A los 15 se enroló en un barco de carbón, y a los 17 en un buque de gasoil. De su larga trayectoria en la pesca habla la extensa lista de embarcaciones para las que trabajó: Fe, Tanagra, Ramiro, Álvarez, Río Frío, Bravo Pérez, Alberto Cándida, José Ricardo...

Adolfo podría hacer otra lista igual de larga que hablaría también de su pasión por el mar: la de los trabajos en tierra que rechazó durante sus cuatro décadas de trayectoria en la pesca. «Haciendo la mili, el hermano del comandante me llamó para trabajar en un hotel en Madrid. No quise. En Avilés, andando al besugo, me ofrecieron tres o cuatro veces trabajar en Ensidesa, y tampoco. Me tiraba el mar mucho», afirma.

«De pequeño estaba todo el día en el muelle. Si hacía bueno, bañándome. O simplemente esperando a que llegasen los barcos. A veces me escapaba de la escuela para estar allí», relata. Y pinta un cuadro, el de una época en la que los puertos eran centros sociales, los lugares de reunión de sociedades que miraban al mar como una oportunidad. «En Cudillero, un domingo, estaba allí todo el pueblo. Había un ambiente tremendo, porque entonces vivían en la localidad unas 6.000 personas», recuerda.

Sin embargo, hoy hubiese tomado un camino diferente, asegura. «Me pesó después. Pensándolo bien, debí dejarlo. Es un trabajo que te requiere de mucha sujeción: aburría al más santo. Recuerdo, andando al bonito, que salí de Cudillero al día siguiente de las patronales y solo estuve un día en casa en todo ese verano», lamenta Álvarez.

«Me gustaba pescar a la sardina, porque dormía cada noche en casa y pasaba mucho tiempo en tierra. Pero faenando al bonito estaba siempre en el mar. En 1963 recuerdo que hubo que hacer huelga para que los armadores accediesen a que hubiese 24 horas de descanso por cada diez días de trabajo, antes de eso imagínese», indica.

En 1967 se casó con una mujer de familia pesquera y vino a Ribadeo, donde comenzó a trabajar con su suegro y un cuñado. Posteriormente emprendió con un pariente, con el que tuvo su primera lancha. De Luarca a Cedeira buscaban principalmente merluza, sardina, rape o bocarte. Entonces había varias embarcaciones en Ribadeo, cuando ahora escasean.

Recuerda, faenando al bocarte, la «cantidad de sustos» que tuvo. Las embarcaciones se pegaban para pescar en los bancos de este pez pelágico. «Venían barcos de proa de noche y te embestían. Era todo un lío», expone. Pero lo peor, asegura, era faenar al besugo en caladeros que eran «fríos como un témpano, con unas granizadas tremendas».

Al jubilarse, «en el primer año de este siglo», compró un bote de remos con un motor fueraborda para ir al calamar. Lo utilizó seis años y después lo dejó. El marinero se cansó del mar. «Vendí el bote y no volví más. Y al muelle iría tres o cuatro años desde entonces», expone. Eso sí, desde la casa en la que vive ve las olas cada día.

Álvarez se siente bien en Ribadeo, una localidad que ha credido mucho «a raíz de la Ponte dos Santos, que le ha dado mucha vida», y no tiene una excesiva morriña de su turística localidad natal. «Cudillero es muy bonito pero para la gente mayor no se adapta mucho para vivir. Demasiada cuesta arriba y escaleras», sonríe.