Belarmino Sánchez del Busto, emigrante retornado y Rey de la Mangantería Andante

martín fernández

A MARIÑA

LA HOJA DEL LUNES / ARCHIVO MARTÍN FERNÁNDEZ

15 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Decía ser El Rey de la Mangantería Andante. Pero, en realidad, se llamaba Belarmino Sánchez del Busto y era de Miranda de Avilés (Asturias). Había marchado a México en los años 20 y llegó a ser jefe de planta de una fábrica de hilados y tejidos en Puebla. En 1954 era un emigrante retornado -americanos do pote o de maleta á auga, que dicen los asturianos- y uno de los muchos mendigos que pululaban por A Mariña. Mondoñedo era su lugar preferido. Lo conocían y no le faltaba comida ni cobijo. Chapurreaba inglés y francés, había adquirido en México el hábito del tequila y tenía esa extraña y dolorosa bohemia de pedir por las aldeas, de dormir en los rincones.

Eran tiempos de miseria. Tiempos miserables. Por caminos y corredoiras de A Mariña deambulaban sin rumbo Bernardiño -«hai que andar pa ganar», repetía-, Colasín dos paus, siempre con un varal al hombro, o aquel Baudilio al que una sífilis mal curada hizo creer que Alfonso XII le dejara en herencia la franja cantábrica «de Bayona a Baiona» por acostarse con su madre. Belarmino llegaba cada otoño, como los estorninos, y se iba por Navidad para «respetar a la familia», decía.

Tenía barba luenga y poblada, pelo sucio y heridas raras en la cabeza bajo la gorra reseca

Tenía barba luenga y poblada, pelo sucio y heridas raras en la cabeza bajo la gorra reseca. Vestía harapos, traje de pana con rotos y descosidos y calzaba, lloviese o hiciese sol, zapatillas caseras de cuadros. Su único acompañante era un saco, que él llamaba El Adulón porque nadie como él le pasara tanto la mano por la espalda… Era casi un mindoniense más porque el periodista Jorge Víctor Sueiro -más tarde el gran propagandista de la cocina gallega- y Nazario González-Seco, funcionario de Previsión, le dieron carta de naturaleza y publicaron un reportaje sobre su vida en la Hoja del Lunes de A Coruña el 15 de noviembre de 1954.

El tequila y El Adulón

Tenía entonces Belarmino 63 años y -a pesar de contar con familia acomodada--, llevaba 14 años al garete por los caminos sin brújula ni rumbo cierto. Había asumido que estaba para siempre derrotado por la emigración, por la guerra, por la vida… En México no se asentó, recorrió países sin hallar sosiego y regresó al nido familiar que, sin sus padres, sintió como una carga. Pedía limosna. Pero también la daba si encontraba algún indigente. Hablaba de Diógenes y su lámpara y contaba aventuras vividas, o soñadas, en puertos y tabernas de medio mundo. Y declaraba «gozar cuando hablo con inteligentes pero si el interlocutor no sabe, también aprendo, casi siempre aprendo más con los torpes».

Belarmino bebía alcohol de todo tipo, a todas horas y a deshora. Y en El Adulón guardaba el tequila que solo compartía en contadas ocasiones y con escogidos amigos. Cuando lo degustaba se venía arriba y se proclamaba Rey de la Mangantería Andante: «solo concibo la vida siendo loco o tras los tragos del tequila», decía.

Un americano «do pote y da maleta á agua», perturbador del orden social y un derrotado

Los términos indianos, americanos o habaneros suelen utilizarse para los emigrantes retornados triunfadores. Pero los que regresaron pobres, o fracasados, sufrían epítetos más vejatorios e infamantes, cargados de burla o malicia. En Asturias y la zona gallega limítrofe se les llamaba americanos do pote, da maleta á auga o do filu negru…La gente atribuía su infortunio a la falta de amor al trabajo y a «la sobra de apego a los vicios». Más que compadecerlos, los despreciaba. Su historia -su peripecia singular- está por escribir y no es fácil hacerlo. Siempre el fracaso está menos expuesto que la opulencia. Belarmino fue, tal vez, una excepción. Contaba su vida y sus reveses a quién quisiera oírlos. El tequila y la mala vida le privaban de cualquier pudor. En general, los retornados fueron claves para introducir en Galicia innovaciones técnicas, modernidad, nuevos hábitos y costumbres, nuevas ideas y modos de articular la sociedad civil, sobre todo en el rural. Unos se integraron y acomodaron en el sistema vigente y otros cuestionaron el orden social y político existente y contribuyeron a formar -como señala Núñez Seixas- una «élite inquieta y activa, decisiva para el nacimiento del agrarismo, del socialismo, del republicanismo o del nacionalismo». Belarmino fue, en cierto modo, un perturbador del orden social por sus costumbres e ideas. Algunos, como Risco, dirían que era pernicioso para el decaimiento de la raza por la corrupción de las costumbres, por el consumo de café y alcohol, por transmitir enfermedades desconocidas y aún por falta de moral. Pero era más fácil. Era un perdedor. Un derrotado. Uno de tantos.

Una limosna y un poema al cigarro que resumía su doctrina

Por alguna extraña razón, Belarmino abandonaba siempre su casa de Miranda de Avilés en otoño. Salía un día, regalaba sus ropas, o las cambiaba por otras viejas, y se ponía a pedir. Nunca tenía un céntimo en el bolsillo porque, según él, los días tenían que terminar sin blanca «así, el día siguiente tendrá el acicate, la esperanza y el deseo de trabajar para sobrevivir». Pero trabajar, para Belarmino, tenía pautas y normas particulares. Si no llevaba El Adulón encima, no mendigaba. Y, cuando pedía y alguien pretendía darle un billete de 25 pesetas, lo rechazaba pues «ningún pobre pide cinco duros sino calderilla, unas pesetillas, lo sobrante…». Comer...comía, si le daban. Para que eso ocurriese, procuraba encontrarse con alguien que sabía de antemano que lo haría. Si no le daban, no comía. Con agua, fruta y restos que encontraba tenía bastante. Si hallaba a algún colega y había conseguido algo de más, se lo daba. Cada día era una historia nueva, una página en blanco, un camino por recorrer…

Nada resume mejor la filosofía de vida del Rey de la Mangantería andante que el Poema del Cigarro que nadie sabía si era composición suya o ajena. Belarmino devolvía lo que llamaba «una gratificación» a quién le daba limosna o alguna dádiva. Lo justificaba así: «Los curas rezan por ti si les das un donativo, así que yo también le regalo mi doctrina a quién me da». Su doctrina la recogía el Poema del Cigarro, en bable: «Ye esta vida a mi entender/ algo así como un cigarro,/ que se pica con navalla/ y que se estrumia entre las manos,/ que se envuelve con papel/ o con fuelles de ñarvaxo,/ que se pon tras de la orella/ y que se espeta entre los labios,/ que se chupa con deleite/ y se suerbe con regalo. / Y dispues de dos fumadas/ -a lo más tres o cuatro-/ queda solo la colilla/ con un pizco de tabaco./ Así é que digo yo/ que la vida ye un cigarro; /el espiritu ye el fumo/ que se engola pa lo alto/ y la colilla ye materia/ que se ontarra en el morgazo»…