García Cadiñanos: «A nivel social descubro un proceso de cierta desesperanza hacia el futuro»

Lucía Rey
lucía rey MONDOÑEDO / LA VOZ

A MARIÑA

El obispo mindoniense durante un acto relacionado con la Semana Santa de Viveiro en el Teatro Pastor Díaz
El obispo mindoniense durante un acto relacionado con la Semana Santa de Viveiro en el Teatro Pastor Díaz PEPA LOSADA

El obispo cumplirá este domingo un año al frente de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol

03 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Este domingo, 4 de septiembre, se cumplirá un año de la ordenación de Fernando García Cadiñanos (Burgos, 1968) como obispo de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol en la catedral mindoniense. Doce meses «que han pasado muy rápido y han sido frenéticos, pero muy gratificantes desde el punto de vista personal», como destacó a La Voz el prelado en un alto del viaje «de ejercicios espirituales» que estos días realiza por Tierra Santa. «Este año ha supuesto irme metiendo en una cultura diferente, en unas tierras que no conocía y en una comunidad cristiana muy diferente a la mía. Pero ha sido un tiempo de gratitud, de descubrir la acogida que la comunidad cristiana ha hecho al obispo, por el cariño que he recibido en tantos lugares. Y ha sido un tiempo de alegría personal y de alegría a nivel comunitario», sostiene.

—Ha conocido los efectos de la crisis de Alcoa, el cierre de Vestas..., ¿cuáles son, a su juicio, las principales problemáticas que afronta la diócesis?

—Desde el punto de vista de la comunidad cristiana veo las dificultades en que nos ha sumido la pandemia, que ha encerrado a cada uno en su vida, ha acelerado los procesos de secularización y sobre todo ha desvirtuado la comunidad cristiana en cuanto a lo que significa la participación, la realización de actividades, la presencia pública... Lo que significaba la reunión y el encuentro. Es el mayor problema con el que nos hemos encontrado. Y también veo que los agentes pastorales, fundamentalmente los sacerdotes, son escasos a veces y aunque tienen muchas ganas y fuerza a veces tienen escasa incidencia por su edad. Y a nivel social lo que descubro es un proceso de cierta desesperanza hacia un futuro que no se ve nada halagüeño. De incertidumbre más bien. Y eso, más la crisis energética, está sumiendo a muchas personas en la exclusión, en dificultades económicas y obliga a muchos de nuestros jóvenes a emigrar, a salir o a pedir ayudas a Cáritas u otras organizaciones que contribuyen al bienestar social de todos los ciudadanos.

«Detecto una especie de cierto vicio de robos en iglesias cuando se sabe que no tienen grandes recursos. Es un tema que en Castilla no había visto aunque también hay muchas iglesias y despoblación»

—¿Qué papel debe jugar la Iglesia en ese contexto de desesperanza?

—Por una parte, tiene que ser iglesia samaritana, acogedora de las nuevas pobrezas que se van dando a nuestro alrededor. Tiene que desarrollar una labor de cercanía ante ellas para ser realmente significativa y que la gente tenga un lugar de acogida y donde le resuelvan sus problemas. Por otro lado, tiene que ser el lugar donde se genere esperanza y perspectiva que nos abra ante el futuro. También generadora de trabajo por el bien común. Vivimos en una sociedad donde cada uno se ha encerrado más en su vida y en sus problemas, y tiene que haber gente que nos abra los demás. La Iglesia tiene que hacer esa labor especial de apertura a los otros para crear una comunidad que nos integre y nos ayude a todos a salir adelante.

—En julio presidió una misa de reparación en Bravos (Ourol) porque el santuario de Fátima había sido profanado, y hechos así parecen cada vez más habituales. ¿Contemplan alguna medida para tratar de frenarlos?

—Estamos en contacto con la Guardia Civil y es un tema que nos preocupa porque en el fondo perjudican a las comunidades. La medida que tenemos es la de estar más atentos a lo que se hace y vaciar las iglesias de lo que pueda ser susceptible de robo. Aunque las iglesias, como ya se sabe, no tienen grandes recursos.