Villaamil, sargento ribadense indultado por Prim, edil en la Habana

MARTÍN FERNÁNDEZ RIBADEO / LA VOZ

A MARIÑA

Archivo Martín Fernández

Fue propietario del Café del Louvre y consejero de sociedades de crédito

10 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

No lo recuerdan los libros de historia ni tampoco el Ribadeo Indiano. Y, sin embargo, Juan Fernández Villaamil fue uno de los ribadenses que dejó más profunda y duradera huella en La Habana, una ciudad que no sería igual sin él. Fue propietario del Café del Louvre, levantó y dio una segunda planta al Hotel de Inglaterra —uno de los más antiguos y lujosos de Cuba—, fue edil en el ayuntamiento, consejero de sociedades de crédito y coronel de Voluntarios. Tomó parte activa en la rebelión de los sargentos del

Cuartel de San Gil (Madrid) que en 1866 intentaron derribar a Isabel II. Se libró de ser fusilado pero pasó dos años en la cárcel hasta que Prim lo amnistió. Del presidio marchó directo a Cuba. Le ofrecieron ascender a capitán pero no quiso saber nada…

La presencia del ribadense en la historiografía cubana es más habitual. Aunque muchos —el Diccionario Militar, Jácome, Ciro Bianchi…— confunden su nombre y le llaman Francisco Villamil o Juan de Villamil o le atribuyen títulos que no tuvo, como «arquitecto» o «coronel retirado». En España la prensa recogió alguna noticia suya. Por ejemplo, La Voz de Galicia del 21 de febrero de 1898 publica una detallada crónica —fechada en Ribadeo y firmada por C.— que, bajo el cliché «Recuerdos de un tiempo viejo», se titula ‘Los sucesos del Cuartel de San Gil'. Dos sargentos de artillería del año 66.

Uno de ellos se llamaba Pedrero. Tras el motín de 1866, fue fusilado, como sus compañeros, pero cuando fueron a recogerlo para enterrarlo, vieron que aún vivía. Trasladado al hospital, fue curado e indultado de la pena de muerte pero no de la de presidio. Dos años después, con el triunfo de la Revolución del 68, Prim —el auténtico cerebro del golpe de los sargentos, ahora en el poder— quiso premiar la lealtad de los sublevados. Y ofreció a Pedrero el empleo de capitán. Pero lo rechazó y solo aceptó ser macero del Congreso, función que ejerció hasta el fin de sus días.

Sociedades de crédito

El otro sargento mencionado en la referida crónica era Villaamil «natural de Ribadeo, en Galicia, o Castropol, en Asturias, pues en ambas partes tiene familia» —dice el corresponsal de La Voz de Galicia— «un verdadero personaje en el comercio como en la política que vive en La Habana gozando de envidiable fama de honradez, laboriosidad y patriotismo» y «un rico propietario en la capital de Cuba, dueño del Gran Hotel Restaurant y Café del Louvre, primer teniente de alcalde que ha sido del Ayuntamiento, consejero de muchas de las más importantes sociedades de crédito cubanas, coronel primer jefe de brigada montada de Artillería de Voluntarios de La Habana y sargento primero de artillería del primer regimiento montado del cuerpo en la luctuosa noche del 21 al 22 de junio de 1866».

Un destacado papel en el complot para derribar a Isabel II

Esa noche de junio de 1866, los sargentos del madrileño Cuartel de San Gil —descontentos con su situación económica, administrativa y militar y alentados por los partidos antimonárquicos— se sublevaron para derribar a Isabel II. Prim, que estaba exiliado en Hendaya, era el cerebro que dirigía una operación que estaba el mando de los generales Blas Pierrad y Juan Contreras. Se decidió que la primera unidad en sublevarse serían los suboficiales del mencionado cuartel -situado en Madrid donde hoy se encuentra la Plaza de España- por estar muy próximo al Palacio Real y tener facilidades para asaltarlo y hacer prisionera y destronar a la Reina.

Juan Fernández Villaamil era un sargento «hábil y excelente guiador de caballos» destinado en ese acantonamiento. Desde meses antes del golpe, conducía a diario a un pueblo próximo a Madrid, en un coche con mulas de su Regimiento, a los más comprometidos con la conspiración para acordar acciones y estrategias. Y la noche del 21 al 22 de junio de 1866 fue él quién salió de Madrid hacia Vallecas, en una carretela con cuatro mulas, para traer de vuelta al general Pierrad y dar comienzo a un golpe que se inició con los sargentos matando a todos los jefes y oficiales que se encontraban en el cuarto de banderas del acantonamiento madrileño y que fracasó al día siguiente por haberlo detectado a tiempo el gobierno de O'Donnell.

La represión fue durísima. Fueron fusiladas 66 personas, en su mayoría suboficiales de artillería y soldados. Y el ribadense fue condenado a la pena de presidio por su participación en los hechos.

Cárcel

Pasó dos años en la cárcel hasta que llegó La Gloriosa, que destronó a Isabel II e inició el Sexenio Democrático. Y el general Prim comenzó a pagar favores y a acordarse de los suyos… A Fernández Villaamil también le ofreció ascender a capitán. Pero él había tenido dos años para pensar y prefirió marchar a Cuba…

Compró el emblemático Hotel Inglaterra al dueño del Teatro Payret y le añadió una segunda planta

El cronista de La Voz dice que «apenas salido del presidio, partió para Cuba sin más protección ni amparo que sus manos ansiosas de trabajo. Primero como albañil y después como maestro de obras en poco tiempo se hizo con una pequeña fortuna». Lo cierto es que a comienzos de 1875, el catalán Joaquín Payret, dueño del teatro situado frente al Capitolio habanero, vendió a Fernández Villaamil su Café El Louvre y el ribadense unió este local a otro contiguo que ocupaba el pequeño Hotel Americana y unificó ambos espacios en un nuevo establecimiento que llamó Hotel Inglaterra.

Estaba en el centro neurálgico de La Habana, bautizado como la Acera del Louvre, en el Paseo del Prado esquina a San Rafael, frente al Parque Central y al lado del Teatro Tacón. El Café Louvre era el lugar de encuentro de los simpatizantes con el independentismo cubano y de los paseantes de la elegante ciudad del siglo XIX.

Al terminar la obra, Villaamil vendió el nuevo hotel a Manuel López y González Urbano que demolió el Café para levantar el Gran Hotel de Inglaterra, un edificio de bajo y planta de estilo neoclásico que inauguró el 23 de diciembre de 1875 y que regentó durante once años, hasta 1886, cuando lo vendió de nuevo a Fernández Villaamil que le añadió una segunda planta, hizo una fachada neoclásica, con balcones dorados de hierro fundido, interior de expresión mudéjar con azulejos sevillanos, techos con motivos árabes y mosaicos levantinos llevados de España.

En 1901, ya con una nueva propiedad, se instaló electricidad, teléfonos, baños en cada habitación y telégrafo. Según Ciro Bianchi, en 1914 se añadió la tercera y última cuarta planta junto a una icónica marquesina de vidrio. El primer hotel construido en La Habana fue El Telégrafo en 1835. Le siguieron el Perla de Cuba, El Pasaje y el Inglaterra, el más lujoso y el que tuvo una clientela más selecta.