Peripecias de un jubilado, maestro, con la centralita de su hospital y la banca digital

Ricardo Timiraos RICARDO TIMIRAOS

A MARIÑA

MIGUEL VILLAR

Música de Machín, "Angelitos negros", para pedir consulta y las colas ante el banco antes de las 11

02 nov 2021 . Actualizado a las 14:26 h.

Por razones que no vienen al caso, llamo al hospital privado para pedir cita y rápidamente me contesta una máquina dándome instrucciones. Lo primero que se me pasa por la cabeza es que la empresa en cuestión me valora tan poco que ya ni siquiera me responde un operador/a. Los conocidos, que se creen expertos en la materia, enseguida me contestan que es lo que hay, que ahora es así, que tengo que familiarizarme con las nuevas tecnologías... Lo que no me dicen es por qué una empresa trata con tal desconsideración a sus pacientes/clientes. ¿O es que ya no somos clientes? Pacientes, se lo aseguro.

El siguiente paso es escoger la extensión con la que quiero conectar. Y después de elegida, llamar reiteradamente para contactar. Conmigo siempre se da la casualidad que todos los operadores están ocupados. Entonces se oye una musiquilla y me canta: «Toda una vida estaría contigo...» y claro, yo me mosqueo. Porque hasta ahí podíamos llegar. Primero porque yo nunca ligué ni ligaré con máquinas. Segundo, porque para las declaraciones de amor hay que estar receptivo y el cabreo que me está invadiendo no es lo más propicio. Tercero, porque para pasar la vida con una hembra/empresa tan desconsiderada, prefiero la soledad. A mayores, solo yo pago el interminable tiempo que me repite la misma musiquilla y el referido aviso de que los operadores están ocupados.

Permanezco a la espera. No es la primera vez que pasa de una hora. Nadie me paga ni mi tiempo ni el teléfono. Y el listo de turno me contesta: es que así se ahorran costes. Perogrullo a su lado un pipiolo.

Al final logro hablar con un agente y me da cita con el médico para la semana siguiente. Llego a la consulta y me dice el médico que necesita unos análisis. Me da el volante y pasa factura. Se repite la llamada al hospital y lo de la máquina. La musiquita ya no la oigo. Y mientras tarareo: «Estoy perdiendo el tiempo, pensando, pensando. Por lo que tú más quieras hasta cuando, hasta cuando...». Y así pasan los días y yo desesperado. Y como no contestan aún, pienso en Machín y sus angelitos negros. Y me convenzo de que el cielo es un invento de racistas blancos. Realizo los análisis a diez kilómetros del centro sanitario en cuestión. Nueva factura. Tardan cinco días en entregármelos. Repito la visita al médico: le falta a usted la vitamina D y uno piensa que antes no la debíamos de tener porque nunca nos faltaba. Receta y nueva factura.

Como ya estoy listo, que ya se sabe que no es lo mismo, ser que estar, voy al banco a ver si espabilo. Lo primero que me encuentro es que no voy en el horario adecuado, que para pagar las multas tengo que ir antes de las once. Y pienso: ¿Será por aquello de que al que madruga Dios le ayuda? Pues será al banco, que a mí me fastidia. Ellos no saben cuál es mi horario, ni si lo tengo, pero tampoco les importa. ¿Y si estoy trabajando y se pasa el plazo para pagar la multa? ¿Quién es responsable? ¡Cómo cambiaron las tornas! Nunca creímos que por manejar y disponer de nuestro dinero tuviéramos que pagar. Pensábamos que éramos los dueños de nuestros ahorros y ahora resulta que, si no los tocamos, podemos acabar con deudas con esta gente.

Recuerdo a un amigo casi mendigando para que abrieras una cuenta y llegabas al banco y parecía una tómbola. Te ofrecían otro perrito piloto. Y ahora son ellos los que te ordenan lo que hay que hacer. Si zafas un día y puedes ir a pagar la multa en cuestión, estás en la calle en una interminable cola que recuerdan las del hambre. Y en ella, en vez de cantar, se te ocurre rezar: «De truhanes y avaros, libérame Dómine». Y como le regalas tiempo gratis al banco, pasas en la cola el que fuese menester, sacas el móvil y venga a ver las “geniales” ideas del Facebook. Lo mejor son los fantasmas, no necesitan Samaín. También se defienden bien los que estudiaron en la universidad de la vida, doctores en filosofía de supermercado. El alimento del ego son aplausos. Avances mentales que supone la tecnología en manos de mucha gente. Ya se acaba la cola. Si aprovechas para cobrar un pequeño cheque de cualquier cosa, te cobran una enorme comisión porque no tienes cuenta. Si vas al cajero, usa mascarilla y desinfectante, no por el covid, sino por la suciedad que puedas encontrar. Si necesitas sacar dinero, usa la tarjeta que ya no vale la cartilla. ¡Ojo! Que importante eres que te dan la visa oro. ¡Cómo te halagan el ego! También hay visas basura, pero tienen otro nombre. Si no sabes manejarte con el cajero y no está estropeado, aprende. Y no digamos nada ya de la banca digital. Esa es la olla o sartén que ahora te ofrecen. Si necesitas otra gestión, llama por teléfono y que no te pase lo del hospital, pero si tienes suerte, te dan cita como los alcaldes y la gente importante. Si pides cobrar algo de intereses por el dinero, te dicen que bastante favor te hacen no cobrándote comisiones. Ya no hablemos nada de preferentes y otros trucos al uso.

Todo esto es la revolución que supuso el rescate que han pagado con mis impuestos. Con premeditación y alevosía y eso debiera ser delito. Los usureros jamás se arruinan y tienen bula para seguir atornillando al usuario, ya no cliente, con la venia de los gobiernos de distinto tipo. Y después cuentan lo de Alí Babá. Felices ellos que solo sufrían a cuarenta ladrones. A nosotros nos pasa como a los caminos de Dios que son inescrutables.

¿ Reír? ¿Llorar? Esa es la cuestión.

Mis amigos me contestan: ¡Qué triste! Y yo les digo que a mí me gusta mucho reírme, ver a la gente feliz, estar en grata compañía, que la gente vaya al médico y la atienda interesándose en el problema y con amabilidad...

Por supuesto, que todo el mundo tenga trabajo y los hijos vivan en compañía de sus padres, que haya armonía social con ingresos más equilibrados, me encanta cantar y bailar en las fiestas, aunque me temo que ya nunca lo hago, disfrutar de la naturaleza...

A mí me dan pena los que no llegan a fin de mes, los que son explotados por infinidad de negreros, los que viven abandonados en residencias, los que mendigan víctimas del paro o sus adicciones... Envidio, sanamente, a los que pueden sonreír siempre, a los que ven la vida con el prismático del optimismo.