El Patatero, un emigrante pintoresco, amigo de las mujeres y de Ribadeo

martín fernández

A MARIÑA

ARCHIVO MARTÍN FERNÁNDEZ

La historia de Manuel Fernández Tablas, estrambótico y peculiar

15 ago 2021 . Actualizado a las 13:52 h.

El sueño emigrante del ribadense Manuel Fernández Tablas acabó en Montevideo el día en que facilitó a un mono fumador de su propiedad un cigarro que no le gustó. Lo había acostumbrado al tabaco de hoja y aquel día le suministró un ferriol. El macaco le dio dos o tres chupadas y, al ver que no era de los de su gusto, tiró la colilla encendida entre los miles de cachivaches grasientos que el ribadense tenía en su tienda de la calle Colonia. El incendio fue tan pavoroso que mereció una página y tres fotos en el número 74, del 3 de marzo de 1900, de la revista Caras y Caretas.

El fuego devoró al instante el mugriento rastrillo y el pobre mono, sujeto con una cadena a la cocina económica, se asó a la plancha entre horribles chillidos y brincos desesperados para huir de la quema. El suceso le costó a Fernández Tablas ?conocido allí como Cachivache, como su tienda- perder su negocio y diez mil pesos oro, y al Cuerpo de Bomberos, tres heridos por la explosión de latas de balas viejas que formaban parte de la inclasificable oferta del cochambroso mercado.

Fernández Tablas llegó al Uruguay en 1868. Tenía 21 años. Tras décadas de duro trabajo hizo una pequeña fortuna con la compraventa de trastos viejos que rescataba de casas y desvanes. Hoy diríamos que tenía el síndrome de Diógenes. Caras y Caretas describe así su enorme covacha: «¡La caverna de Baco, los cambalaches de Arpagon, las vizcacheras todas vaciadas en una pocilga, nada de eso ni todo eso junto daría la más remota noción del negocio de Cachivache! Más que un comerciante fue un coleccionista de desperdicios, un arqueólogo de antigüedades desvencijadas».

Al año siguiente del siniestro, le llegó la noticia de la muerte en La Habana de su hermano Florentino, en emigrante retornado y enriquecido. Y decidió regresar a Ribadeo para hacerse con la herencia y cuidar a su padre, ya mayor. Pero, antes, llenó Montevideo de carteles y pasquines que anunciaban su partida. El periódico El Siglo informó de su regreso en julio de 1902: llevaba veintitantos bultos ?con el pomposo letrero «Equipaje de mi empresa»-, a su hermana, una jaula y dos nuevos monos. En Ribadeo lo rebautizaron con el apodo familiar: El Patatero. Vivía con su padre y hasta su muerte en 1908 no heredó la casona que su hermano compró a los Lamas en la Plaza de Abaixo ?donde estuvo el Cine Colón- y que rebautizó como Palacio Florentino.

Manuel era un tipo chocante, pintoresco, sandunguero. Tenía letreros por todas partes, gozaba con las fiestas y las mujeres, dormía en una hamaca. Su periplo ribadense es un sinfín de anécdotas. Murió el 5 de octubre de 1934 y dejó una manda: que la Banda Municipal acompañase su entierro interpretando bailables de moda… Al párroco Don Enrique Galúa no le pareció cosa seria y la autoridad municipal lo refrendó. Sólo autorizaron música fúnebre. Nunca entendieran al Patatero.

Ocho hijos, una hermana que pasaba temporadas en Sevilla y un rastro con los monos Pedrito y María

El excéntrico emigrante de Ribadeo era, según Gamallo, hijo de Manuel Antonio Fernández, ebanista, que se casó el 16 de febrero de 1843 a los 22 años con Josefa Juana de Tablas, de 31. Tuvieron ocho hijos, seis varones y dos hembras: Florentino (1845), Manuel (1847) e Inés (1854) sobrevivieron; y Guillermo (1848), Ramón (1849), Rogelio (1849), Eudosia (1852) y Antonio (1853) fallecieron antes de los siete años.

Inés, la menor, acompañó a su hermano Manuel cuando éste marchó al Uruguay en 1868. Cuando regresaron, años despues, en Ribadeo se decía, con segundas, que «pasaba largas temporadas en Sevilla» donde su hermano iba a visitarla.

En Montevideo se ocuparon en el citado «cachivache», un término que la Real Academia Española define como “objeto que no sirve o está roto, instrumento o utensilio poco útil” pero que, en algún país de Hispanoamérica, sirve tambien para denominar un rastro, almacén de segunda mano, etc.

El Patatero regentó uno en la céntrica calle Colonia de Montevideo, entre Magallanes y Gaboto, de 1875 a 1902. Allí acogía y comercializaba de todo: desde restos de camas viejas a paraguas rotos pasando por cuadros familiares, cajas de herramientas, viejos revólveres o violines y ropa usada… Todo entremezclado, desordenado, caótico. Sobre la azotea del local, por unos enrejados subían y bajaban un par de monos que eran toda una institución en la capital uruguaya. Se llamaban Pedrito y María y estaban amarrados a una larguísima y tintineante cadena. Eran la imagen de marca, el atractivo, un exitoso y concurrido reclamo publicitario del local.

Anuncios para casarse con una rubia o despedirse de todas

El Patatero era educado aunque extravagante. O no. El caso es que en 1901, cuando tenía 51 años, antes de dejar Montevideo ?donde vivió 33 años emigrado- publicó un anuncio con su foto que decía: «Montevideo, adiós. Se despide de todas Manuel Fernández Tablas. Adiós».

Su despedida ?en puridad, sólo de las montevideanas- incluyó textos que él mismo pintó en las aceras de su barrio. Uno de ellos ?que dio a conocer Gamallo Fierros en un pregón de las fiestas de Ribadeo- decía: «Manuel Fernández Tablas se retira del negocio y se marcha a España. Saluda a todas las bellas cordoneras y les hace saber que, antes de partir, desea casarse con una rubia que lo acompañe a su patria». No tuvo éxito pues, según Las Riberas del Eo del 9 de agosto de 1902, llegó a Ribadeo sin más compañía que su hermana, los monos y el «equipaje» de su empresa…

Era muy festeiro, sobre todo en Carnaval. Abría el balcón y colgaba de él dos trajes: uno de cura y otro de torero. Alguna vez mostró un tercero ?con alusiones fálicas- pero nunca lo exhibió en público… Sin embargo, su vocación de presentarse y mostrarse en rótulos y pancartas lo acompañó siempre. En 1911, con 64 años, distribuyó su retrato por la villa con esta leyenda: «Les saluda y desea un feliz año nuevo de 1911 Manuel Fernández Tablas». Fue uno de sus retratos más logrados, tal vez obra del fotógrafo y pintor Benito Prieto.

En 1922 volvió a la carga. Como si quisiera dejar constancia de su evolución, informaba del «Verdadero retrato de Manuel Fernández Tablas a los 75 años de edad». Y a los 87 años, en 1934, consciente ya que el aire daba la vuelta, volvió a retratarse en otro cartel y otra foto que colocó por algunas calles: «Verdadero retrato del Patatero, Manuel Fernández Tablas, natural de Ribadeo en donde reside. Se despide de todas para siempre a los 87 años de edad».

Murió al poco tiempo. Su lápida no pone, como la del cementerio lisboeta de Os Placeres «aquí xaz O Pataqueiro, muito a seu pesar». Pero debería ponerlo.