Adrián Ben, una leyenda que descubrió el 800 tras un mal día y lo apostó todo a su sueño olímpico

A MARIÑA

Probó la distancia tras una profunda decepción en 1.500 metros en el Europeo sub-23 y dos años después ha roto todos los límites españoles

04 ago 2021 . Actualizado a las 17:46 h.

Hoy tuvo un felicísimo 23 cumpleaños, codeándose con los gallitos mundiales del 800, pero Adrián Ben Montenegro (Viveiro, 1998) se replanteó muchas cosas en julio del 2019. Se presentaba en Gavle (Suecia) decidido a conquistar el oro europeo sub-23 en el 1.500, pero no superó las semifinales. Con la decepción, le invadieron dudas existenciales. ¿Qué pintaba en Madrid, lejos de su gente, si ni siquiera era competitivo entre promesas? Convencido de que solo había sido un mal día y su trabajo seguía los cauces correctos su mánager lo animó a apuntarse enseguida a un mitin internacional en Barcelona para correr su primer 800 de verdadero nivel. Fue cuarto y su 1:45.78 le abrió la puerta del Mundial de Doha. El resto ya es historia para el atletismo español.

Con una plata en el nacional confirmó su presencia en Catar, donde fue sexto y llevó a España a una final mundialista en la distancia por primera vez desde que lo hiciera Tomás de Teresa hace 30 años. La corona estatal llegó por fin este verano y su quinta plaza en los Juegos Olímpicos ha elevado su leyenda como ochocentista. Su tiempo para pasar a las semifinales ya era el récord olímpico español (1:45.30) y luego dio una lección de estrategia con un ritmo robótico para plasmar una remontada milagrosa y colarse en la final por tiempos (1:44.30).

«Si yo estoy aquí cualquiera puede hacerlo y cumplir su sueño», dijo con una sonrisa sincera tras su prometedor estreno en Tokio. Aunque se le olvidó matizar que para estar ahí hace falta mucho más que talento y trabajo. Sino que se lo pregunten a la mayoría de los rivales, incluso amigos, con los que compartió podios y batallas durante su etapa de formación. Parte del éxito de Ben radica en haber dado los pasos justos que le indicaron sus mentores y dejarse ayudar siempre que lo necesitó, admitiendo incluso recurrir con frecuencia a una psicóloga para controlar los nervios que le genera la alta competición.

Su último momento crítico llegó esta misma temporada tras un confinamiento letal para el viveirense. Se pasó casi un año entero sin competir porque cuando pudo volver a los entrenamientos sufrió una fractura por estrés. En su regreso para la pista cubierta, las piernas no funcionaban como le gustaría, solo pudo ser quinto en el Campeonato de España y se quedó fuera del Europeo. «Son asaltos, trabajaré para llegar más fuerte al siguiente», prometió entonces a La Voz de Galicia.

Y ha cumplido. Con 23 años celebrados durante la jornada de la final, se ha confirmado como el ochocentista más grande de la historia de España e hizo buena la previsión de su profesor en el CEIP Santa Rita de Galdo Luis Ramallal, el primero en intuir su madera de corredor cuando apenas tenía siete años. Ya entonces Ben convertía las comidas en una prueba de velocidad para así ganar tiempo de entrenamiento.

Las victorias tardaron muy poco en llegar, luego con la tutela de Pedro Esmorís y Felipe Martínez, en Viveiro, y de Mariano Castiñeira en el Lucus Caixa Rural cuando ya estudiaba en el instituto. Hacia este último, recientemente fallecido, tuvo palabras de cariño tras sus últimos éxitos. El reputado médico y formador de atletas fue clave para mantener los pies en la tierra a un chaval que ya deslumbraba. «De momento eres un merdiña», le recordaba siempre.

Por el paseo marítimo

Su predisposición para el deporte era total desde muy pequeño. Tanto que practicó varios y hasta los 16 años destacó también como extremo de balonmano. Su sexta plaza en los 2.000 obstáculos del Mundial juvenil de Cali dejó claro que su futuro pasaba por el que define «deporte rey». «Es el más antiguo y practicado del mundo», defiende. Y eso que, sin instalaciones en Viveiro, la mayoría de sus entrenamientos por entonces tenían lugar sorteando palmeras en el paseo marítimo de Covas, con sus entregados padres cantándole tiempos en bicicleta o la inestimable compañía de su perro, Beiro.

Adrián Ben no desperdicia ni una sola oportunidad de reivindicar el Viveiro que le vio crecer y donde mantiene a todos sus amigos de la infancia, aunque a los 18 años tomó la decisión de marcharse para perseguir el sueño olímpico que despertó en su niñez y llegó a un punto álgido en su 23 cumpleaños. Ingresó en la residencia Blume de Madrid, inició estudios de Fisioterapia y bajo la tutela de Arturo Martín y el paraguas del FC Barcelona ha crecido hasta límites insospechados un madridista confeso al que casi todos esperaban brillando en los 1.500 y un «buen» día tropezó con los 800.