Imagina una década para la esperanza después de sufrir la pandemia más grande de los últimos años. Dejar atrás una crisis económica sin precedentes. Huir de una época oscura a lomos de la ilusión y la alegría desbordante de millones de personas cansadas de vivir con el alma en vilo. Innumerables pérdidas, materiales y humanas, que se suceden de forma transversal en todos los estratos sociales. Calles que vuelven a llenarse de gente con ganas de recuperar sus vidas, de salir, de reír, de bailar, de prosperar, de comerse el mundo. Una espiral de optimismo que todo lo inunda y todo lo puede. ¿Hablamos del siglo XXI? Pues la verdad es que no. Yo hablaba del siglo pasado, de la llamada “década feliz” o “los felices años veinte”. No sabemos lo que nos deparará el futuro en nuestra década, pero lo que sí podemos hacer es echar la vista atrás y aprender un poco de la historia, que la mayoría de las veces es cíclica y repite sus patrones. Resulta que, tras los horrores de la Primera Guerra Mundial (1914 y 1918), donde se perdieron cerca de 20 millones de vidas, la población mundial sufrió una terrible pandemia conocida como Gripe Española, cobrándose la vida de otros 50 millones de personas. El mundo entero quedó sumido en una crisis económica sin precedentes que, por otra parte, ya se venía gestando años atrás. Con el inicio de la década de los veinte, comienza a percibirse en el ambiente un hastío de desgracias, unas ganas de resurgimiento y un empuje general de la población hacia el optimismo. Esto llevaría a convertir esa década (1920 - 1929) en una de las más prosperas, económica y culturalmente, de la historia reciente. A todos nos vienen a la memoria las icónicas imágenes de las fiestas a ritmo de Charleston en los Cabarets, la música de Jazz de Louis Armstrong, los desfiles de Coco Chanel o la irrupción del Art Decó. Se respiraba en el ambiente esa avidez por disfrutar de la vida, por cometer excesos, incluso en tiempos de la llamada Ley Seca en Estados Unidos, epicentro mundial y locomotora del crecimiento económico. Esa mentalidad llevó a la gente a romper con los moldes. Las mujeres comenzaron a fumar, se pusieron de moda llamativos cortes de pelo, se democratizó el uso del automóvil, de los electrodomésticos en los hogares, se innovó en la producción en cadena y mucha gente consiguió prosperidad. Por desgracia, la felicidad no duró mucho ya que en 1929 un terremoto financiero sacudió a un mundo que pagó sus excesos con una de las mayores crisis de la historia, la denominada Gran Depresión. Se inició con el conocido crack de la bolsa norteamericana, un hundimiento repentino de los mercados que propició suicidios masivos de brokers que, desesperados por las pérdidas, saltaban desde las ventanas de sus rascacielos en el llamado Jueves Negro. Un suceso que despertó, de su dulce sueño, a una generación que se creía invencible. Tras esto, la economía mundial quedó sumida durante años en una profunda recesión. No es difícil establecer un paralelismo entre esta década y la que nos toca vivir. No sabemos cuál será su desenlace, pero de momento creo que podemos coincidir en que se vuelve a respirar ese hastío de desgracias y de contención, esas ganas de inundar las calles para dar rienda suelta a nuestra libertad y nuestra alegría. Tenemos un próspero futuro por delante gracias a la digitalización, la democratización del uso de nuevas tecnologías, las comunicaciones y el despegue de fuentes limpias de energía tratan de reconciliarnos con la naturaleza. Con la vista al frente y la cabeza alta tenemos que sumarnos ese impulso de prosperidad que nos haga resurgir de nuevo. Hagamos que sea una década prospera para la mayoría de la gente y que el fin de ciclo no llegue de una manera tan dramática como en el siglo que nos precede. Te deseo unos Felices Años 20.
David Gómez (VIVEIRO ASESORES)