«A las mujeres de los marineros sí había que hacerles un monumento»

S. S. VIVEIRO / LA VOZ

A MARIÑA

Carlos Fustes, en esta Nochevieja de la pandemia, al lado del Monumento ao Náufrago, en ese puerto de Celeiro cuyas «raíces profundas del mar» lleva tan dentro.
Carlos Fustes, en esta Nochevieja de la pandemia, al lado del Monumento ao Náufrago, en ese puerto de Celeiro cuyas «raíces profundas del mar» lleva tan dentro. XAIME RAMALLAL

«Mejor mandar un barco» que ser tripulante de cubierta, reconoce desde Celeiro Carlos Fustes, veterano patrón de altura

02 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Al 2020 de la pandemia le quedan menos de doce horas. Es Nochevieja, uno de los contados días en los que se percibe el poderío pesquero de Celeiro porque parte de su flota descansa en puerto. En la cofradía de pescadores, al lado del Monumento ao Náufrago, Celeiro, la pesca y sus dos mellizos adolescentes recién llegados de Perú son las banderas que enarbola este lobo de mar que ha pasado «mucho más de la mitad de mi vida a bordo, por aguas de los cinco continentes». Se libró de naufragios, no de «huracanes, ciclones o temporales en Gran Sol», ni del «golpe más duro, no poder despedirme de mi madre cuando falleció porque estaba en el mar». A ellas, «a las mujeres de los marineros, sí había que hacerles un monumento», proclama Carlos Luis Fustes Sánchez (Viveiro, 1955).

Reivindica a las mujeres de los marineros «porque no le damos importancia, siempre miramos la vida de los hombres, que es triste, de trabajo, lejos de casa... cuando realmente son ellas quienes se merecen monumentos porque están esperando por sus hombres, cuidan los hijos...». Cierto que ellos también son importantes, «por nuestro trabajo, porque tenemos que luchar y salir a ganar dinero para nuestros hijos, pero sería imposible sin todas y cada una de esas mujeres».

El reconocimiento le sale «del alma» a este hombre que, tras acabar en el instituto, comenzó de grumete con 17 años, se hizo marinero, ascendió a contramaestre y volvió a las aulas cerca de los cuarenta para titularse como patrón de altura. Dio un paso más porque «mejor mandar un barco que ser marinero» en una pesca que sigue siendo «muy dura, aunque cambió muchísimo», y, por ejemplo, «de ir diez hombres apiñados en el mismo camarote, ahora los hay para dos».

Ascendiendo «poco a poco»

Acaba de cumplir 65 años este hijo «de carniceros de Viveiro, nacido en Celeiro», que a los 17 años, acabado el instituto, se embarcó por primera vez porque ahí y en Viveiro «el mar era la única salida laboral y se ganaba dinero». Como muchos cientos de mariñanos, empezó «al bonito, como muchacho, el chico de los recados, en aquellos barquitos de madera en los que sentías los golpes de mar, crujía todo...». Y le gustó porque en sus venas lleva «las raíces profundas del mar que tiene Celeiro, y siempre me atrajo, no sé por qué». Cumplidos los 18 años, inició una trayectoria profesional que lo condujo «por casi todos los oficios del mar, casi siempre en barcos de Celeiro, con buenas empresas como las de los Pino Montero y los Ecce Homo».

Ascendiendo «poco a poco, llegué a contramaestre en los años ochenta». Casado por primera vez y con tres hijos, «me di cuenta de que hay otras formas de trabajar en la pesca». Sabiendo «por experiencia que el que algo quiere, algo le cuesta, con todo el apoyo de mis hermanos y de los armadores de los Ecce Homo, fui a por una titulación en la Escuela Náutica Pesquera de Ferrol». Corría 1994 cuando se hizo patrón de pesca de litoral de primera clase. A él le parecía un «gran título, pero, respaldado por todos mis hermanos para seguir estudiando, porque esa titulación ‘se hacía muy pequeña'», año y pico después se convirtió en patrón de pesca de altura.

Por el Ártico, Perú, Tahití...

Compaginaba formación académica con la pesca de merluza al pincho en esos míticos caladeros de Gran Sol «que sí, son muy duros porque, como dice mi amigo Caxete en su canción, ‘veñen cansados do mar e mollados dos salseiros'». Ya al mando de buques de altura, decide explorar «otras pescas que desconocía». Entre el 2001 y el 2002 «embarqué en una empresa de Indonesia que tenía doce barcos, pescando merluza negra o bacalao en la Antártida, la primera marea de primer oficial y desde la segunda de capitán, por el sur de Kerguelen», en medio de montañas de hielo.

Ya en el 2004 «tuve la oportunidad de ir en otro barco de Celeiro, el congelador Ecce Homo Divino, y en otro muy grande de esa empresa, el Ecce Homo Glorioso, con el que capturábamos espada, marrajo, caella, atún, merlín, los primeros años trabajando desde Perú y después desde Tahití». Por tierras peruanas conoció a su actual esposa, la madre de los mellizos que le dieron «una oportunidad que no tuve con mis tres primeros hijos, la satisfacción de verlos nacer». Cumplidos 55 años, en el 2010, cuando navegando en el Ecce Homo Glorioso, «cogí el retiro».

«Que mis mellizos elijan una vida distinta a la del mar, porque es muy muy dura»

Salitre y gran parte de su existencia embarcado marcan la vida de este genuino lobo de mar que, Carlos Fustes, quien por fortuna no ha sentido en carne propia ningún naufragio. Eso sí, sabe mucho de resistir y capear «tempestades, ciclones, huracanes, muchos días de muy mal tiempo al sur de Perú, y ya no digamos aquí en Gran Sol».

Si tuviese la oportunidad de retroceder en el tiempo, «no volvería ser marinero, al salir del instituto encauzaría mi vida para mejorar ya desde el primer momento, no esperar a estar casado, tener hijos... La encaminaría mejor y, si quisiera trabajar en el mar, estudiaría desde el principio para tener un título, ser capitán de pesca, porque no es lo mismo trabajar de marinero que con mando». ¿Cuáles son los oficios más duros? «Cuando empecé, todos, pero con los tiempos han mejorado muchísimo los barcos y la vida a bordo».

Para Carlos Fustes, de esa pesca que le ha dado tanto pero también le ha privado de gran parte del tiempo al lado de sus seres queridos, faenar a la volanta de fondo «es sacrificado, al arrastre de fondo es muy peligroso y lo más llevadero es el pincho», el palangre de fondo que ha convertido a su Celeiro del corazón en uno de los baluartes europeos de esa pesca selectiva y respetuosa con el medio marino.

Disfrutando del ansiado reencuentro con sus mellizos, que esta Nochevieja le esperan en su casa de Celeiro con su esposa, los planes de este hombre amable «son mirar por mis hijos, que son menores de edad, tienen catorce años, e inculcarles valores, darles mi apoyo incondicional y, si puede ser y valen para estudiar, que elijan una vida diferente a la del mar porque es muy muy dura».