Entre el miedo y las ganas

David Gómez Rosa

A MARIÑA

09 jul 2020 . Actualizado a las 11:10 h.

Dice un poema de Mario Benedetti: “Tengo miedo de verte, necesidad de verte, esperanza de verte, desazones de verte. Tengo ganas de hallarte, preocupación de hallarte, certidumbre de hallarte, pobres dudas de hallarte. Tengo urgencia de oírte, alegría de oírte, buena suerte de oírte y temores de oírte. O sea, resumiendo, estoy jodido y radiante, quizás más lo primero que lo segundo y también viceversa.”

Este poema, del excelente escritor uruguayo, refleja perfectamente los sentimientos encontrados que a todos nos inundan cuando nos enfrentamos a la “nueva normalidad”. Por una parte, estamos deseando volver a nuestra vida de relaciones sociales, abrazos con los amigos, besos a las amigas y encuentros familiares donde respirar cercanía y tranquilidad. Pero, por otra parte, tenemos miedo de relajar en exceso las precauciones que con tanto celo guardamos durante el confinamiento. Esta desazón, esta lucha interior que experimentamos hace que, en esta nueva realidad, todo sea diferente. Ahora, cuando vamos paseando por la calle, difícilmente reconocemos a la gente detrás de las mascarillas. Cuando nos encontramos con alguien le saludamos desde la distancia o, como mucho, haciendo un alarde de valentía, chocamos los codos intentando encontrar parte de la cercanía perdida. Las ganas están ahí, pero el miedo también. Estamos entre las ganas de volver a la vida que conocíamos y el miedo a contagiarnos o a tener que volver al confinamiento.

Pero por si esto no fuera suficiente castigo, a la inquietud desde el punto de vista sanitario tenemos que sumar la incertidumbre provocada por la difícil situación económica que se nos plantea. Estamos viviendo una crisis sin precedentes recientes. Se trata de una crisis de liquidez, de destrucción masiva de empleo, de bajada acusada del PIB, de incremento del déficit público y, lo que es peor, una crisis de confianza. Lo que más lastra a la economía es la falta de confianza. El dinero es cobarde y huidizo. Si respira miedo se va a otro lugar más seguro o se esconde. Esto, en la práctica, se traduce en que los inversionistas adoptan posiciones conservadoras, esperando tiempos mejores, y las familias echan el “freno de mano” en la economía doméstica, ralentizando su consumo habitual ante la merma de ingresos y por la incertidumbre de cómo evolucionará la crisis. El resultado es catastrófico ya que la economía es circular. Unos nos alimentamos de la confianza de los otros. Si el primero se contrae, toda la cadena se resiente. Como solución, desde las distintas administraciones, se están poniendo a disposición de familias y empresas diferentes ayudas que suponen un plan de contingencia para paliar las graves consecuencias de la crisis a corto plazo. Pero esto no son más que parches para sostener el tejido social y empresarial hasta que se reactive la inversión y el consumo. Y estos parches no aguantarán mucho si la vuelta de esa confianza se demora en el tiempo. La mejor forma de salir de esta crisis es generando confianza y animando a familias e inversores para que el dinero vuelva a fluir consolidando el ciclo de la economía circular. Eso sí, para poder afrontar el gasto público que se está destinando a sostener el tejido social y empresarial del país, así como para converger con las imposiciones de déficit establecidas por la Unión Europea, a la vuelta del verano nos tocará realizar importantes ajustes que tendrán que ver con subidas de impuestos, bajadas de pensiones y otros recortes del gasto público que traten de compensar las maltrechas arcas del Estado.

Con esta receta, en circunstancias normales, se haría posible la salida de la crisis, ya sea con un mayor o menor esfuerzo por parte de los distintos actores sociales. El inconveniente es que en esta insólita crisis el problema es, precisamente, la solución. Me explico, para generar confianza y dinamizar la economía hay que abrir las fronteras, fomentar el consumo y ser permisivos en la realización de eventos sociales. Pero esto a su vez es el problema, ya que puede ser la causa de que aparezcan rebrotes del virus y que, al final, por querer dar un paso hacia delante acabemos dando tres pasos hacia atrás. Y las consecuencias de una recaída sí que serían funestas, me atrevería a decir que insalvables. Si volvemos a un confinamiento prolongado, las empresas pensarían más en como liquidar minimizando pérdidas que en como remontar la situación sobrevenida. Se dispararía el desempleo. Se hundiría el PIB. Desaparecerían las inversiones. Las familias no dispondrían de recursos y las arcas del Estado no podrían permitirse ofrecer más ayudas ya que sin recaudar impuestos y cotizaciones a empresas y autónomos el sistema se desmorona. Por todo esto, tenemos a la vez ganas y miedo de volver a nuestras vidas. Por todo esto, lo único que nos puede salvar es la alegría contenida con mascarilla. Por todo esto, sólo nos queda aprender a convivir con el miedo y las ganas.

 David Gómez Rosa (Viveiro Asesores)